—Ahora que se acabó el malentendido, nos vamos. —termina de decir Luke para que, como siempre, me arrastre hacia otro lado.

Trataba de decir que me suelte, y como costumbre no lo hizo.

Maldito.

Al voltear en la esquina del pasadizo Luke provoca que me choque contra los lockers provocando que mi pastelito rosa cayera. Pero nada le importo al idiota de Luke.

L

uego de unos metros más me soltó y empujó dentro de mi aula sin decirme nada.

Cuando volteo a verlo, él ya no estaba y no me tomé la molestia de buscarlo tampoco.

•••

Ya habían terminado todas las clases del día. Así que lógicamente, el único lugar donde me quería dirigir era a mi casa para poder comer y dormir.

Todavía quedaban 2 días más de clases y necesitaba recargar me para superar ese sufrimiento.

Al llegar a la parada de buses me encontré con Mason, el famoso capitán del famoso equipo de basquetbol de la escuela. Su aspecto era tan deprimente que decidí preguntarle qué le había pasado.

Normalmente no hubiera hecho esto, porque, primero: nunca he cruzado una palabra con él. Y segundo: Es un completo patán, o eso es lo que dicen los del club de pintura de todos los miembros del equipo.

—¿Estás bien?. —apenas oyó mis palabras volteo a verme y su aspecto se puso peor.

Pensé que iba a ignorarme.

Pensé que me miraría mal.

Pensé que me gritaría.

Pensé que me respondería de mala manera.

Pero esa pobre persona deprimente se puso a llorar como un bebé al oír mis palabras.

Creo que fue porque su rostro parecía la de un perrito perdido la razón por la que me acerque a él y lo abrazé.

E

n respuesta, él hizo lo mismo y sus llantos aumentaron.

Un bus llegó y le pregunté si era el suyo y él solo se limito a negar con la cabeza mientras seguía llorando.

Estoy segura que ni vio cuál era el bus que acababa de pasar y que tampoco le importaba.

Solo imaginen al chico más popular de su escuela, él cuál se comporta como si nada le importará, si no es el fútbol y su popularidad, llorando como un bebé desconsolado.

Lo sé, es inimaginable.

Cómo aún conservaba mi bebida frutada que mi madre me mandó, se la di y ahí fue cuando me dí cuenta de porque se portaba así.

—Gracias. —dijo apenas se separó de mi y agarró la botella. El olor a alcohol, que raramente no estaba impregnada en su ropa, salía por su boca.

En el instante que terminó de tomar aquella bebida frutada que tanto odiaba y a mi madre no le importaba, llegó un auto con un chico muy parecido a él.

Su hermano mayor.

El apuesto chico bajo del auto y metío a Mason, aún lloriqueando, al auto.

—Gracias por acompañarlo. —me dijo y solo asentí como tonta.

Nadie se puede enterar ®Where stories live. Discover now