──Lo correcto sería que tú llegaste antes de tiempo, querido. ─le dio una leve sonrisa. ──Y si te hace sentir mejor te diré que mis hermanos no querían que saliera.

El pelinegro cerro sus ojos soltando un pequeño suspiro. Conocía a simple vista a los hermanos de ella y sabia que siempre están sobreprotegiendo a su amada. Era algo que le molestaba en muchas ocasiones pero no puede hacer nada, al fin de cuentas son sus hermanos y los dos Arcángeles más fuertes.

──Y ya sea de día o de noche siempre llegaré a tu lado. ─él abrió sus ojos mirándola. ──Siempre iré a tu lado sin importar que.

Inclino su cabeza acercando sus labios con los de él fundiéndose en un beso. Él no se opuso a eso, amaba los momentos que pasaba con su mujer y jamás se cansaría de los suaves besos que ella le brindaba.

Sin perder tiempo la tomó de la cintura atrayendola a su cuerpo, las manos de ella pasaban por su pecho hasta llegar a su cabello azabache enterrando sus dedos en ellos.

──Tengo que admitir que tenía necesidad de besarte. ─susurró una vez que se separarón del beso. ─Una semana sin verte fue un martirio. ─comentó mirando ahora los ojos esmeraldas que tanto ama.

──Créeme cuando te digo que lo mío es más que un martirio. ─hablo juntando su frente con la de ella. ──Realmente te necesitaba. ─susurró en sus labios dando un pequeño beso.

La cargo al estilo nupcial para sentarse en el pasto recargado en el tronco del árbol. Ella se acomodo entre sus piernas disfrutando el hermoso y poco tiempo en los cuales pueden estar juntos.

Lo que ambos no sabían era que entre las sombras de aquel bosque, se ocultaba la figura de una mujer que miraba todo con una sonrisa ladina. Aquella chica siempre envidiaba a la albina por muchas cosas, al verla ahí fue una coincidencia y vaya sorpresa que se llevo.

──Vaya. ─se cruzo de brazos la rubia. ──Esta sin duda será la causa de tu muerte... ─dio media vuelta comenzando su vuelo mirando con una sonrisa ladina a la chica acurrucada en el pecho de su amante. ──, Amaris.

「🥀」

Después de esa noche pasaron semanas en las cuales las amenazas y peleas que las mujeres constantemente retaban a la diosa, dejaron de hacerse presente. Ella estaba comenzando a sospechar que algo no estaba bien, ya que siempre las mujeres trataban de matarla por la gran belleza que poseía siendo el centro de atención de la mayoría de hombres.

En su pecho sentía que algo malo se avecinaba y sabia que eso lo involucraba a él.

Se confirmo cuando en una de sus misiones, su escuadrón ─la cual eran mujeres─ la traicionaron entregandola al el clan demonio en bandeja de plata.

──¡¿Qué les ocurre?! ─grito tratando se salir de las cadenas, no le dio tiempo de siquiera pelear ya que jamás imagino que su propio clan la traicionará. ──¡¿Cómo se atreven a colocar esta horripilantes cadenas en mi hermoso cuerpo?!

──Es cierto. Es más vanidosa de lo que aparentaba. ─la plateada miro fríamente a uno de los diez demonios que estaban al frente suyo. ──Y más linda de cerca. ─se relambio sus labios. ──¿Puedo comer su alma?

──No. ─le dijo el líder de ellos. ──Nuestra misión es llevarla ante el Rey Demonio.

La diosa miro aquel chico, por su descripción sabia que era él hermano mayor de su amante. Sobra decir que siempre ha visto a los Mandamientos en ocasiones cuando iba a el campo de batalla.

Cerró sus ojos suspirando rendida, no tenía caso luchar, las cadenas las podía romper fácilmente lo que le impedía luchar era un liquido que los demonios le inyectaron sellando su poder por un determinado tiempo.

𝐀𝐌𝐎𝐑 𝐌𝐀𝐋𝐃𝐈𝐓𝐎; 𝘻𝘦𝘭𝘥𝘳𝘪𝘴 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora