38. Mermar

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Estoy muy orgulloso

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Estoy muy orgulloso.

Hacía mucho tiempo que no lograba algo por mí mismo.

Lo ideal hubiera sido que Berta también le ofreciera un puesto a Billy, porque ella demostró estar altura, pero la vacante era solo una. Me apena saber que no la veré más por la oficina, pero estoy tranquilo porque las oportunidades de trabajo le lloverán luego de la recomendación de la jefa. Su potencial y, aunque no lo quiera, su apellido, le abrirán todas las puertas que quiera.

Solo espero que decida quedarse en la ciudad.

Una parte de mí temía que los resultados nos enemistaran, más a ella que a mí. Después de todo llegó de otra ciudad para intentar entrar en Adrinike Cod, mientras yo ya tenía un puesto —aunque no fuera el que quería—, asegurado. Sin embargo, se alegró por mí. Lo vi en la sonrisa que me dedicó. No pidió explicaciones a Berta, solo le dio las gracias y dijo que recogería sus cosas mañana. Entiendo que no se quisiera quedar mucho tiempo ahí, después de todo su esfuerzo no había dado los frutos que quería y puede que se sintiera decepcionada.

—Son muchas cebollas —dice el vendedor.

—Sí, es que hoy intentaré preparar pasta casera. Es mi primera vez, así que no estoy seguro de cuántas debo llevar para la salsa.

Quiero animarlos. Aunque corro el riesgo de que el entrenador se ponga en modo crítico gourmet, lo envenene sin querer o le cause un infarto por lo mal que pueda llegar a saber mi salsa, voy a hacer el intento. De momento no tengo su receta secreta, pero en los diarios que me dio había algunas anotaciones sobre especias. Tal vez podré descifrarla en unos años, porque no creo que me la entregue solo por mi cara bonita.

—¡Traiga su batidora PFG 500, coach! —grito al entrar por la puerta.

Espero el reproche de Billy, pero vacilo en dejar la compra sobre la mesada cuando ella se separa del abuelo con rapidez. Interrumpí algo, pero no alcanzo a disculparme que ya está ayudando a sacar los alimentos de las bolsas. Miro al anciano en busca de respuestas, pero él evita mi mirada y enciende el televisor.

—Te dije que usaras bolsas de tela —reta Billy—. El día que dejes de contaminar el medio ambiente me harás feliz.

Intento leer entre líneas, pero es difícil hacerlo cuando no hay nada para leer.

—¿Por qué tengo la impresión de que nunca podría hacerte feliz? —pregunto con diversión, pero en el fondo estoy preocupado.

—Porque no podrías. —Sonríe.

Le correspondo la sonrisa, pero se siente mal hacerlo, como una mentira sin palabras. La miro guardar la leche en la heladera y alinear las botellas de jugo de tomate mientras pregunta sobre la fiesta de Bernardo. Sospecho que está triste por no conseguir el puesto y Bill la estaba consolando. Es tan buena que no quiere hablar conmigo para hacerme sentir culpable por conseguirlo. Se muestra animada para pretender que no está...

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