9. Porque no habrá ningún tipo de sentimiento

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(Kiam)



Hundí mi cabeza en el cojín, cambié el canal de la tele, y subí mis piernas al sofá — quedando completamente tumbado sobre él.

Ahora mismo, me encontraba en un eterno estado de aburrimiento.

Ayer, después de haberme marchado de aquel pub lleno de idiotas, había vuelto a casa y no había hecho otra cosa más que ponerme a ver la tele y jugar a algún que otro videojuego.

¿Cómo era posible que Paris se llevase tan bien con esos estúpidos? Todos y cada uno de ellos lo eran, y el hermano del "estúpido mayor", también parecía serlo.

Había prometido acompañar a Paris en todo momento para prevenir cualquier ataque por parte de Darel o los otros, pero el imbécil de la dilatación me había molestado tanto, que al final mandé todo a la mierda y me fui de allí olvidando esa promesa inicial.

Por la noche mandé un mensaje a Paris para comprobar que estaba bien, pero al leer el suyo, en el que decía lo bien que se lo había pasado, me molesté de nuevo.

Sabía perfectamente que Darel y su grupito no eran de fiar, y pensaba desenmascarar sus verdaderas intenciones. Por muy sobreprotector que fuese con Paris, no iba a permitir que le hiciesen daño.

—¿Quieres levantarte de ahí y salir fuera? Parece mentira que durante el periodo de clases seas uno de los alumnos más aplicados, y cuando te dan las vacaciones te pases el día tirado en el sofá o de fiesta —mi madre comenzó a limpiar el polvo de la tele con una bayeta sin importarle que estuviese encendida—. Eres la palabra "vagancia" personificada.

Emití un gruñido a modo de respuesta, y me acomodé en el sofá.

—Con que no piensas levantarte... —la mujer que me había traído al mundo dejó lo que estaba haciendo y posó sus ojos en mí—. Como al parecer tienes tanto tiempo libre, vas a ir al restaurante y vas a ayudar a tu padre —me lanzó la bayeta a la cara, pero conseguí atraparla con una mano—. Y antes de eso limpia tu habitación, por vago.

Apreté los labios molesto, agarré la bayeta y me levanté del sofá.

—A sus órdenes mi sargento —dije irónico, pero recibí un golpe en la nuca a modo de respuesta—. ¿Por qué te empeñas en darme siempre en el mismo sitio?

Mi madre curvó los labios en una sonrisa y se cruzó de brazos.

—Supongo que ya es costumbre —encogió los hombros—. Y más vale que no te olvides de ir a ayudar a tu padre, porque si lo haces, te daré collejas hasta que me canse.

Bufé varias incoherencias más y, sin decirle nada, comencé a caminar hacia mi cuarto.

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Me ajusté la pajarita al cuello, le hice un doblez a los puños de mi camisa blanca, y tras comprobar que el chaleco negro que llevaba por encima no tenía ni una sola arruga, salí de los cambiadores y me adentré en la cocina del restaurante.

—¡Kiam! —exclamó mi padre al mismo tiempo que se acercaba a mí—. Siento haberte hecho venir tan temprano, pero uno de los camareros me ha fallado porque se ha puesto enfermo y necesito a todo el personal ahora mismo.

Eché un rápido vistazo a tres de los ocho camareros que trabajaban en el restaurante, los cuales, recogían los pedidos de los clientes y volvían a salir de nuevo al comedor.

—No te preocupes —encogí los hombros—. No tengo ningún plan para hoy, así que no me importa ayudarte en el trabajo.

Mi padre enarcó una ceja y se rascó la nuca.

De Príncipes y Princesos ©Where stories live. Discover now