Capítulo 6

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Los funerales no son lindos. Deprimen a todo el mundo y nos hacen hacer cosas extrañas.
Normalmente podía llevarlos bien porque mi actitud se prestaba a la tranquilidad de aquellos espacios.
Pero no es nada bonito pensar en como se vería uno mismo dentro de un ataúd, que flores querría o que traje combinaría para la cita con la muerte.
Aun así, tenía que pensarlo, pues no dejaría la carga para alguien más y a decir verdad, tenía mucho tiempo de sobra entre sentir el flujo de las quimioterapias quemándome las venas y hundirme en la miseria de la agonía.
Las tardes donde sorpresivamente el cáncer dejaba de doblegar apenas un poco, pedía un móvil para hacer cortas búsquedas.
Había recorrido todas y cada una de las funerarias de los alrededores, pensando en que sitio era menos fastidioso para conducir, cual tenía un estacionamiento más amplio e incluso en cuales estarían más cómodos los presentes para hacer más llevadero aquel angustiante tiempo que se vivía tras la muerte de alguien.
Mi madre fue la primera en descubrir una de las ventanas que olvidé cerrar tras devolverle el teléfono, pero luego de una charla motivacional y el llanto que aquello conllevaba, su mirada dio un atisbo de comprensión al caer en cuenta de que no existía otro desenlace que ese.
Desde entonces, mamá no fue la misma.
Supongo que el darse cuenta de que su único hijo tenía los días contados había sido un golpe duro.
Ya no la esperaban fuera de la habitación con pañuelos o preparándose para frotar su espalda como señal de apoyo una vez que se rompía al terminar su visita.
Mamá ya no lloraba.
De alguna forma sabía que el llanto ya había sido suficiente, pues el que sufriera una y otra vez no cambiaba el hecho de que estaba siendo consumido lentamente por algo que el llorar no podría detener.
Ahora parecía una mujer extraña, firme y fuerte. Eso me alegraba, porque de una u otra forma ese nuevo carácter adquirido iba a funcionarle el día que inevitablemente tuviera que dejarme atrás.

Debe haber hablado con mi padre también, pues su actitud ya tampoco rondaba la depresión absoluta, sino que las sonrisas tristes se asomaban sólo de vez en cuando.
Genuinamente, mis padres lo estaban aceptando.

Yo estaba satisfecho con eso, pero no todos comprendían el cambio. Bokuto era uno de ellos, quién, con una energía renovada gracias a sus citas con el psiquiatra,  a la mínima convivencia gritaba exigiendo al menos algo de "sentimientos humanos" por parte de mi familia.
Expresaba lo muy enfadado que estaba con la actitud despreocupada y poco optimista que todo el mundo había tomado.
Su reacción de ojos llorosos y gritos asfixiantes cuando nos encontró hablando de epitafios fue sublime. Se negaba a pensar que en alguna extraña dimensión yo fuera a dejarlo algún día.

Era el único que aún no perdía la esperanza.

El búho rompía cada uno de los estigmas que se le tenían desde entonces, limitándose a sorber sus mocos luego de cada plenaria de positividad que exhibía cada vez que venía al hospital.
Sin embargo, la forma en la que se aferraba a mi mano en sueños cuando se quedaba a cuidarme delataba el miedo absoluto que tenía a lo que se avecinaba.
Encontrarme con los ojos dorados desorientados a media noche no era una sorpresa.
Le había aconsejado a Bokuto dormir durante la noche, pues hasta el momento no había ocurrido ninguna emergencia mientras estaba oscuro.
Cada par de horas había una nueva ronda de las enfermeras, pero apenas revisaban que todo estuviera bien, todo volvía a su lugar.
Quizá el trauma que sufría el búho venía de aquella vez que apenas había cerrado un ojo cuando despertó rodeado de enfermeras intentando meter una sonda por mi garganta ya que no podía respirar; Un pulmón que había sido infectado estaba dejando entrar liquido, ahogándome en el proceso.
Esa vez no vieron mejor opción que extirparlo para que dejara de hacer daño, de paso, bajando un poco la velocidad a la invasión de otros órganos.
Entendía al idiota a mi lado al sentirse preocupado.
De alguna forma me alegraba ser yo quién estuviera en la cama y no él. Porque seguro me destrozaría la forma en que la alegría del siempre sonriente Bokuto se iría extinguiendo.
Al menos ahora lo estaba intentando, pero lo más seguro es que él hubiese hecho un drama enorme, arrastrándome en una lista de últimas voluntades ridículamente larga e innecesaria.

Acaricié sus nudillos entonces, sonriendo bajo el tubo de oxígeno sobre mi nariz.
Tan sólo esperaba que estuviera bien cuando me fuera. Que encontrara alguien que aliviara su sufrimiento y así se olvidara de mi en unos cuantos meses.

Ojalá que en el mundo de allá afuera consiguiera hacerlo al menos  la mitad de lo feliz que él me había hecho.

Estaba convencido de que yo no podría. En unos días me darían una última quimioterapia para determinar si el tratamiento continuaría o lo mejor sería volver a casa a esperar el beso de la muerte.
Lo que sea que pasara, creía estar preparado para ello.
De quién tenía dudas era de él, pero lo estuviéramos o no, la naturaleza era selectiva y si había decidido que mi eslabón era inútil, iba a romperlo sin dudar.
Preparados o no, la última aguja pincharía mi piel pronto, lista para envenenar o sanar.

Todos los cuerpos tienen una fecha de caducidad y estábamos por averiguar si la mía estaba por expirar.

Leucemia [BokuAka] *Terminada*Where stories live. Discover now