Capítulo 4

4.8K 728 86
                                    

-Pase lo que pase...
-No lo digas. Vas a estar bien.
-Bokuto-san
-¡No! ¡Para!
Entre la sonda en el brazo y el respirador en mi nariz no podía expresar con claridad lo que estaba sintiendo.
Dicen que las personas saben cuando van a morir pero esa no era la primera vez que me sentía de aquella forma.
Había aguantado como pude pero cuando la enfermera salió del cuarto tuve que decirle.
Era el peor momento que había tenido y era el primero en que se lo diría a Bokuto.
No más actuación, ya estaba colapsando y el tenía derecho a saber si sería el último momento.
-Me siento cansado- Dije apenas, intentando no ahogarme mientras las palabras salían -Y tu también lo estás.
El agotamiento y la mirada triste se escondieron entonces, aparentando estar bien mientras se cruzaba de brazos.
-No voy a ir a casa Akaashi.
Dijo con decisión mientras veía a la enfermera salir de la recamara.
Me alegraba que en una situación como aquella la personalidad terca apareciera, eso significaba que la depresiva se mantenía dentro, seguramente asustada pero manteniendose al margen mientras otra daba la cara.
Los ojos dorados me ignoraron, pensé que sería algo falso el que dejara que esa emoción se hiciera cargo, pero a pesar de ser molesto estaba bien. Porque lo lastimaría menos.
Habíamos pasado semanas durmiendo en una incómoda sala con otras personas extrañas. Si yo no estaba cómodo en la cama, no me imaginaba a Bokuto en su pequeña silla en un rincón.
Podría jurar que él se saltaba las comidas con tal de permanecer todo el tiempo de las visitas. Sabía por todos los que llegaban que no se despegaba de la sala de espera en cuanto su jornada terminaba y pasaba la noche en vela pudiera entrar o no.
No descansaba ni en casa, apenas caía rendido cuando la enfermera hacía su ronda y nada más. Todo con tal de estar al pendiente de mi.
Hablaba horas y horas los primeros días, descargaba musica que creí que me gustaría para dejarla en un mp3 mientras no tuviera compañia, había inventado tantos juegos para pasar el rato que no podría ni recordar la mitad. A veces cronometraba el tiempo que pasaban las enfermeras con cada paciente y lo anotaba en una hoja de papel suelta que terminaba por perder antes de su siguiente visita.
Cuando podía, se recostaba contra la camilla y me dejaba acariciarle el pelo hasta que uno de los dos se quedaba dormido.
Cuando el cansancio era demasiado, me recostaba sobre un costado y cuidando que la enfermera no se diera cuenta, lo dejaba recostarse en la camilla, disfrutando de tener sus brazos a mi alrededor hasta que algún doctor venía a reñirnos por tener "conductas inapropiadas" que podrían molestar a los otros pacientes en la sala.
En otras ocasiones, cuando los insípidos alimentos del hospital me tenían harto, Bokuto se las ingeniaba para traficar una galleta dentro de una bolsita de plastico entre sus cosas sólo para hacerme sentir mejor, y cuando el doctor venía, me ayudaba a sacudir las migajas de las sábanas para que no sospecharan nada. Cosa que era inútil porque las galletas poco duraban en mi estomago antes de salir convertidas en un vomito colorido que delataba la travesura de la que eramos cómplices.
Fuimos reprendidos muchas veces, pero de haberlo evitado, la estancia hubiera sido más tortuosa.
Si no hubiéramos soplado esas burbujas en la recámara, no hubiéramos sabido que podrían dañar los respiradores o infectar las bolsas con el suero.
No habríamos tenido esa falsa alarma de incendio cuando una de las chispas de la bengala que encendimos por mi cumpleaños llegó a la sabana y derritió el plástico que cubría la camilla.
Esconder la evidencia del diminuto agujero del tamaño de una tapa en la colchoneta había sido la tarea más extrema que habíamos tenido con el horrible olor a quemado que había por toda la recamara. Las enfermeras buscaban con desespero el origen para extinguirlo pero las miradas suplicantes que les dimos a mis vecinos de cama nos valieron para que nos guardaran el secreto. Al fin y al cabo, todos estábamos en la misma condición, por lo que un pequeño momento de diversión le animaba los humos a todos.
Pasar el tiempo era lo que se debía hacer en el piso de oncología, porque toda la diversión se concentraba en las recamaras donde había niños con cáncer, ahí todo era colorido, había un televisor con caricaturas, gente yendo y viniendo con disfraces de súper héroes o payasos, chicos que tenían un trabajo escolar o que venían directamente a hacer caridad.
En esos días, no apestaba tanto tener cáncer, aunque fuera momentáneo y la tanatóloga fuera hablarte al día siguiente del gran paso que era la muerte y que vivir no era la gran cosa. Al menos ellos tenían un consuelo o una esperanza en su corta vida.
Lo que daría por una de las cajitas con dulces que tintineaban por los pasillos cada vez que alguno se levantaba al baño en compañía de su madre o su padre.
Esa era la vida aburrida del hospital. Al menos la que sobre llevábamos nosotros. Con menos fuerza a diario pero sin dejar la batalla.
En eso si se parecía al volley, porque mientras no te retiraras, no perdías el partido. Nada se definía hasta que el tiempo en la cancha se acabara.
Eso nos dejaba con algunas jugadas todavía.

Leucemia [BokuAka] *Terminada*Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz