Capítulo Doce

1K 94 88
                                    

Bajé las escaleras de forma tan veloz que estuve a punto de tropezar y caerme. La emoción salía de mi cuerpo. Iba tan rápido que sentía que se me escaparía el alma; pero no me importaba, podría buscarla después. Ahora solo ansiaba ver la reacción de Félix. Corrí hacia los sillones donde el pelinegro se encontraba recostado, apoyé la computadora sobre la mesa ratona y lo miré expectante.

—Quiero que me digas todo lo que sabés –demandé. Observé cómo se levantaba, molesto, del sillón y encorvaba su espalda mientras examinaba la computadora–. Suena familiar, ¿no?

No soltó ni una palabra. Me sentí triunfante. Por fin lograba acorralarlo. Quería que sintiera la presión que me había hecho experimentar. Ahora tendría que explicarse. Daba por comenzado mi momento para obtener respuestas. Como aún permanecía callado, con el brillo de la pantalla reflejado en sus ojos, seguí hablando:

—Dejame que te refresque la memoria. Como al parecer ahora vivís en casa, se ve que olvidaste alguno de los objetos en tu sótano de tortura.

—No es un sótano de tortura –me interrumpió ofendido sin quitar la vista del monitor. Mi voz desprendía un tinte de emoción. Hice caso omiso a su comentario, y continué mi relato:

—Esta es una caja que encontré y, casualmente, los símbolos grabados en la tapa son iguales a los que reveló el espejo de abajo. Ya sabés lo que dicen, ¿no?.. las coincidencias no existen.

Me quedé en silencio un rato esperando a que hable, que se le escape alguna especie de expresión, que haga algo más que pasarse sus dedos a través de su alborotado cabello negro... pero no hizo nada. Fruncí mis labios. Me estaba poniendo nerviosa, pero él parecía no inmutarse. Sí, se lo veía sorprendido. Lo había tomado desprevenido. A pesar de que supo que estuve en su casa jamás alcanzó a saber qué fue lo que encontré. También creo que nunca imaginó que conectaría los puntos tan rápido.

Pese a que me sentía más cerca de develar la verdad aún no lograba comprenderla. Continuaba encontrando todas estas pistas sueltas que, claramente, tenían relación las unas con las otras; pero faltaba algo. Había una pieza que no encajaba, que necesitaba encontrar. Esa sería la que lograría que entendiéramos todo de una vez por todas. Sentí el fuerte olor a la colonia masculina de Félix. Lo miraba expectante, pero no parecía tener planeado hablar. Estaba tenso, podía notarlo. Sus músculos resaltaban a través de las cortas mangas de su remera negra. De pronto sus ojos se cruzaron con los míos. Me costaba observar hacia otro lado.

—¿Y bien? –pregunté mientras bajaba la mirada hacia la computadora–. ¿No vas a decirme nada?

—De hecho, sí... –Se quedó callado por unos segundos y luego quitó su vista de mí. Este era el momento que tanto había esperado. La verdad. La historia que todo el mundo parecía querernos ocultar. Pestañeé varias veces, la felicidad se me notaba a metros de distancia. Sus ojos azules volvieron a fijarse en los míos–. ¿Podrías darme un sábana para la noche? Tu casa está helada... ¿nunca escucharon de algo llamado calefacción?

—¿En serio? –Lo estaba evadiendo. No quería contarme la verdad, pero sabía que él tenía las respuestas. Erguí mi espalda y remojé mis labios. No me rendiría tan fácil. Era muy testaruda como para hacerlo. Esperé unos segundos a ver si decía algo más pero, cuando no lo hizo, continué yo–. Quiero que me cuentes todo lo que sabés.

—No puedo. Tenemos que esperar a tus papás.

Mordí mi labio inferior tratando de aguantarme no solo la ansiedad, sino también el nerviosismo y todo lo que opinaba al respecto de la "espera". Lo sabía, claro que ellos tenían algo que ver. Podía volver a insistirle, pero jamás soltaría nada. Era demasiado cabezón como para hacer las cosas de una manera distinta a la suya. Intenté indagar por otro lado:

Moon Night Where stories live. Discover now