Capítulo XXIV

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En mayo comenzó la preparación en el instituto. Asistía lunes, miércoles y viernes por la tarde;
dejé definitivamente rugby, y empecé a viajar solo y a disponer de más tiempo para mí.

Mis padres, en especial mi padre, se deshicieron en recomendaciones. Si bien ya soñaban con mi egreso triunfal del Nacional Buenos Aires, y yo aún no había ingresado, por otro lado no les gustaba nada esa libertad que tendría, ni la posibilidad de que anduviera por la calle. Al principio querían ir a buscarme a la salida, pero mi madre estaba haciendo uno de sus innumerables cursos, aquel
era de pintura sobre madera, y para mi padre representaba perder alrededor de dos horas (sagradas) de su trabajo. Cuando se dieron cuenta que no había
otro remedio, accedieron a dejarme viajar solo.

Lo que yo quería era alejarme lo más posible de San Isidro, evitar la posibilidad de cruzarme con Mariano y que éste me ignorara.

Para mí el instituto fue un enorme descubrimiento, el primero de todos los que vendrían después. El
hecho de encontrarme con tantos chicos de mi edad de distintos sectores sociales, que vivían en distintos barrios, esa cosa en definitiva tan insignificante para cualquier otro chico, me maravillaba. No teníamos mucho
tiempo para charlar, las clases eran bastante exigentes, aunque a mí, ya fue dicho, me gustaba estudiar y no tuve mayores problemas, no me sobraba el tiempo para relacionarme con los demás. Igual, disfrutaba mucho
sabiendo que estaba rodeado de desconocidos.

Pensándolo ahora, veo que era más mi temor al desengaño, luego de lo que había pasado con Mariano, que otra cosa. Si no trabé amistad con ninguno de los
demás no fue por falta de tiempo, sino por miedo.

***

El veintiuno de julio, al comienzo del invierno, Ezequiel tuvo la primera crisis, de todas las que tuvo durante su enfermedad.

Enfermó de ncumonía, estuvo bastante delicado, diez días de internación de los que salió con la prescripción médica de tomar AZT y sin trabajo.

Ezequiel trabajaba en un estudio de diseño gráfico desde hacía dos años. En el momento de la internación, en su trabajo se enteraron de su enfermedad y lo echaron. Argumentaron razones presupuestarias, Ezequiel no
les creyó; despuės de la experiencia con Mariano yo
tampoco.

Unos días después de la salida de la clínica de Ezequiel, vino la abuela a casa a charlar con mi padre. La abuela queria que papá se llevara a Ezequiel a traba-
jar a su oficına. Mi padre sostenia que no era necesario que Ezequiel trabajara, que podría venir a vivir a casa como antes y sin rencores; y por otra parte sostenía que
era lógico que se quedara sin trabajo, que él como empleador tampoco tomaría riesgos si un empleado suyo tuviera SIDA, hay que pensar en los demás, decía.

Los ojos del perro siberianoWhere stories live. Discover now