Armas de doble filo

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Santuario confuciano Munmyo.

La reina Soheon caminaba con paso lento y elegante por los pasillos del santuario en el que llevaba viviendo más de un año, ser una reina no era tarea fácil, pero sin dudas ser la consorte real traía consigo más problemas que satisfacciones, siempre debía estar atenta a cualquier movimiento o acción que pudiera poner en riesgo la vida de sus hijos o la suya propia, como primera esposa tenía la obligación de dar a luz al futuro rey de la dinastía, en su caso los cielos la habían bendecido con cuatro príncipes pero muchas reinas a lo largo de los años habían sido criticadas duramente por no poder cumplir con su país.

Se había retirado del palacio a petición de una de sus doncellas de confianza después de haber, por así decirlo, limpiado el palacio principal de amenazas, durante años luchó por mantener segura la posición de su primogénito, así como la vida de sus otros hijos porque todos y cada uno de ellos tenían un pedazo de su corazón, y la reina Soheon podía convertirse en una fiera si sentía que algo los amenazaba, por eso insistió durante meses a su alteza el rey para que las concubinas reales fueran trasladadas y aisladas, ya que la cercanía y posición de alguna de éstas estaban provocando discordias en la gran casa, porque el rey debía dormir con una mujer diferente cada noche para garantizar que la corona siempre tuviera hijos varones que pudieran heredar el trono en caso de que las esposas fueran infértiles, o solo porque según los eruditos y los monjes confusianos, era de vital importancia que su majestad liberara la carga del día mediante el sexo, expulsando por su real crema todas las tensiones de la jornada, además su virilidad garantizaba el desarrollo del país y la armonía de los cielos, ya que como máximo monarca era el centro del mundo, pero la elección de quién pasaría por el lecho del soberano se había convertido en un campo de batalla.

El rey había organizado el sistema de concubinato como ley Gyeongguk-daejon o Código nacional a principios de su reinado, categorizándolas en diferentes rangos según su preferencia, las concubinas eran elegidas de dos maneras, estaban las que habían sido damas de la corte o animadoras profesionales y se habían ganado el favor del rey, y las hijas de aristócratas que debían pasar un proceso de selección oficial, pero lo que en un comienzo fue pensado y valorado cuidadosamente se convirtió en la causa principal de problemas políticos y sociales, la llegada de los hijos trajo consigo peligrosas disputas que arrebataron la vida de más de un niño inocente y la reina Soheon como líder del harem decidió tomar cartas en el asunto,  convenciendo a su majestad de acogerse a la ley neoconfusiana que abogaba por la monogamia, quedando así solo una reina consorte y discriminando al resto de las esposas tratándolas como concubinas, a excepción de la reina Yeong, quien era amada por el rey por haber sido la segunda esposa oficial, pero aunque se le permitió seguir viviendo en el palacio y mantener el título de reina, perdió muchos de sus privilegios.

Por supuesto estos cambios no fueron bien recibidos y desataron la furia de muchos ministros por el solo hecho de haber cambiado las reglas, pero quien más lo sufrió fue precisamente Yeong, provocando malentendidos y encuentros que siempre terminaban en duros cruces de palabras y amenazas, acentuando la rivalidad ya existente de ambas de tal manera que después de la cruzada que el rey ordenó y encabezaron sus dos hijos mayores, Soheon decidió retirarse y meditar un tiempo.

-Alteza -pidió su atención un joven erudito -Ha llegado una carta para usted desde el palacio.

La reina tomó el sobre de color rojo y después de darle una mirada al chico y esperar que se retirara, se apartó un poco y procedió a leer, sus ojos escanearon la hoja de papel con rapidez encontrando solo una frase "Usted debe volver", guardó la carta en el sobre con calma y apoyó sus manos en el marco de una de las ventanas observando a lo lejos, sabía que si sus empleados de confianza habían decidido mandar una misiva con tanta premura es porque la situación en el palacio se estaba saliendo de control, así que suspirando profundamente volvió sobre sus pasos, el momento de volver había llegado.

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