O C H O

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Cameo wuiiiiiiiiii

¿Por qué sombrero? ¿Por qué? ¿Dónde te pudiste haber caído?

No me hubiera importado tanto perderlo si no fuera por el valor sentimental de este. Ya saben, puedo comprar más si quiero. Pero este perteneció a mi difunta tía Kate, quien había fallecido ya hacía bastante tiempo en un accidente automovilístico. Me lo había dado para una navidad. A ella realmente le gustaban los sombreros, igual que a mí.

Damián estacionó su auto a una distancia prudente de donde había sido atacado y después juntos emprendimos un camino por los lugares donde antes habíamos pasado. Al dar con que el único sitio en el que podría estar el condenado sombrero era el supermercado chino, ambos nos miramos con resignación, sin embargo, optamos por volver al Jeep y pensar mejor nuestra próxima jugada.

—Si nos persigue... dejaré que te lleven a ti primero—Una risilla sarcástica se escapó de mis labios en cuanto él dijo eso—. O tal vez te salve y me convierta en tu príncipe azul.

Cómo no.

—Aquí el único que necesita que lo salven eres tú al parecer—Reí, recordando lo que había pasado hacía poco.

—Ya veremos, Blancanieves.

¿Blancanieves? Ushh, suena bien de sus labios.

¡Contrólate, mujer!

Decidí revisar el Instagram por un segundo, todo con el objetivo de acaparar ese momento incómodo que surcaba mi piel y cada sentido. ¿Estaría roja cual tomate? ¡Qué va! De seguro la nariz de Rudolf el reno se quedaría corta. Como sea, me di cuenta que después de toda la vergüenza que Damián Blackley había pasado, decidió no borrar el video y subirlo así a la red social. Pero como estaba en su cuenta, no podía ver si tenía comentario o si el mismo Calvin había dado una nueva instrucción.

¿Sinceramente? A esas alturas de la noche ya se había olvidado cual era el objetivo de todo eso.

—¿Calvin no ha dicho nada aún?

Tras mi pregunta, los hermosos ojos cielo del chico se fijaron en mí. Su estúpida sonrisa altanera de siempre le adornaba la cara. Qué ganas de golpearlo por ser tan lindo.

No, Zoey Lillian Miller, tú no puedes tener esos pensamientos en tu cabeza. Recuerda el daño que te hizo, ese corazón roto que aún no sana. Le odias.

Tienes razón, consciencia, pero el corazón quiere lo que quiere, aunque a veces sea lo más destructivo.

—De hecho, sí.

Y acto seguido me enseñó la pantalla de su móvil. Era una especie de juego, un rompecabezas para ser más exacta. Las piezas ya encajadas en su lugar daban la imagen de un lugar que la verdad desconocía. El entorno estaba oscuro, mas se podía apreciar una pequeña casita hecha de tablas de madera y techo improvisado. Desde mi perspectiva parecía haber sido construida por niño. Y no tenía ni la más remota idea de lo que significaba.

Cuando la fiesta termina [Completa]Where stories live. Discover now