Ajá, los dos con sus respectivas esposas.

—¿Puedes dejar de recalcarme lo de mi miserable soltería? —le reproché.

Lo siento —rió ella—. Bueno, Maddison te dejó saludos. Dijo que prepares tus maletas, sin olvidar las bikinis. —Ellas me habían invitado a Ibiza, para pasar una semana juntas las cuatro; luego Dana y yo volveríamos a Minnesota para dejarles otra semana a solas—. Te tengo que dejar, ¡chao! —exclamó para luego colgar sin dejarme tiempo a contestar.

Ella no iba a cambiar.

Después de cruzarme con mi amigo, el doctor Alex, y recordarle sobre la boda, volví a dirigirme donde se encontraba Sam y Marga.

—... la empresa de los padres, ya sabes que su marca es importante... ¿tú tienes pensado volver a casa algún día? —preguntó Marga. Yo me había quedado tras la puerta, ya que no quise interrumpir, pero sí quería escuchar.

—Puedo salir cuando yo quiera. Sin embargo, nunca fui un buen tipo... aquí me tienen al margen, señora. Usted no podría lidiar conmigo ahora que no está Austin —dijo Sam mientras yo inconscientemente me acercaba a ellos para escuchar mejor.

—¿Qué hay de Austin? —pregunté ansiosa.

Después de lo de la fiesta, él había desaparecido. Al principio no lo noté, porque necesité mucho tiempo para asimilar lo que sucedió y poder superarlo, pero luego busqué alguna clase de consuelo en él, y ya se había ido de la ciudad.

Amber y Alex dijeron que eso era lo mejor, y yo lo creí. Sin embargo, nunca dejé de pensar en cuánto me hubiera gustado que se quedara conmigo.

—Algún día vendrá a verme —dijo Sam esperanzado—, yo también lo extraño como ustedes... de una manera no gay.

—Señora, dentro de unos minutos se termina el horario de visita —anunció uno de los enfermeros de Sam—. Es hora del almuerzo.

—¿Quieres almorzar en casa, Becky? —cuestionó la anciana tiernamente, y con una sonrisa pícara añadió: —Estuve preparando lasaña antes de venir. Pero creo que me excedí con la cantidad. Como sabes, ahora estoy sola, y olvido las raciones, así que no acepto un no por respuesta.

—Oh cariño, te ha amenazado una abuela —se burló Sam mientras ambos reían.

—Está bien, tengo el día libre. No hay problema —dije tomando las llaves del Jeep de Sam que ahora me pertenecía. Él al notarlo, me sonrió amablemente.

—No te pude cuidar, ni dar una casa bonita o una gran familia. Pero me alegra que seas la dueña de todo lo que me representa, y también de lo único que me quedaba.

Sus palabras me llenaron de nostalgia.

Sabía que él no me amaba, porque no sabía cómo hacerlo. Pero los dos éramos conscientes de que me necesitaba para mantener su estabilidad emocional; y trataba de demostrar su agradecimiento de la única forma que podía: a lo Sam.

—¡Oh Sam! —dije mientras le regalaba un abrazo sobre su hombro.

—No digas nada preciosa, ve y lleva a la abuela. Yo estaré aquí, por siempre —dijo de manera dramática mientras me robaba un beso en los labios y yo lo apartaba de un golpe.

Mirar muchas películas era algo que no podía evitar en aquel lugar.

—¡Sam! —lo regañé, pero me arrepentí al instante porque un enfermero corrió hacia él para tratar de inmovilizarlo.

—Adiós, señoritas —se despidió mientras lo dirigían a su habitación.

Él tampoco iba a cambiar.

—¿Qué ha hecho últimamente? —le pregunté a Marga mientras nos dirigíamos a su casa en el Jeep.

—¡Oh! Éste último mes estuve muy atareada en la granja —dijo emocionada—. Deberías acompañarme un día que estés libre.

—¿Qué haces en la granja? —pregunté curiosa.

—¿Recuerdas tu petición? —Asentí afirmativamente—. Vi que no tuviste mucho éxito para salvar a los pollitos, así que decidí tratar de ayudar. ¡Y me está yendo muy bien!

Sonreí al recordar mi mentira. La mentira con la que todo aquello empezó.

—¡Eso es genial! Podría llevar a mis Jo's a pasear un rato.

—Por supuesto —respondió mientras yo apagaba el motor para luego bajar.

Marga me invitó a entrar, pero en su lugar me quedé un rato en la acera, mirando mi antigua vecindad... donde vivía con mis padres.

Ellos seguían juntos. Los había llamado hace un par de semanas para preguntar si irían a la boda en Chicago, para ir juntos como familia. Pero papá tuvo que negarse tristemente por la decisión rotunda de no ir de mi madre.

Supongo que algunas cosas nunca cambian...

—¿Vienes o qué? —me gritó Marga desde la puerta.

Suspiré en el lugar, no extrañaba mi antigua vida, pero me daba cierta nostalgia... extrañaba algunas personas en mi presente y sabía que sus ausencias implicaba crecimiento—. ¡Se enfría el almuerzo! —volvió a gritar  y antes de poder moverme, un taxi se detuvo frente a la casa.

Miré confundida cómo el taxista bajaba un par de valijas del maletero. Me volteé a ver a Marga que se acercaba secando sus manos con un trapo mientras sonreía hacia el coche.

—Ya era hora —murmuró mientras me miraba con ternura, recordé ese gesto, era el mismo que había puesto al entregarme el pequeño objeto cuando fui a su casa años atrás.

Volví a girarme nerviosa al escuchar las maletas arrastrarse en el suelo, y cuando vi de quién se trataba, las palabras salieron antes de que pudiera hacerlo mi corazón por la garganta.

—Austin...

Y tenía razón... algunas cosas nunca cambian. Como esos problemas que siempre vuelven.

Y a lo mejor nunca quise que se vaya.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Место, где живут истории. Откройте их для себя