Capítulo 12: Causante de problemas

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Me llevaron al hospital —gracias a Dios Padre Todopoderoso no era el Prairie-Care— por mi hombro dislocado.

Papá escuchó mi grito al caer, cuando la verdad yo no me había dado cuenta de haber gritado. Aun así, él llegó corriendo para tratar de levantarme; a duras penas pude ponerme de pie, pero el dolor en la parte superior del brazo izquierdo hacía que me fuera imposible moverlo. Al notar la pronta hinchazón, papá me llevó en coche al hospital más cercano a casa.

Me atendieron en urgencias.

Una enfermera me acomodó el omóplato con mucha fuerza, para luego colocarme una férula. Después de eso, me dio un par de indicaciones, y medicamentos para el dolor y la inflamación. También limpió con agua oxigenada un par de raspones en los codos y en mi mentón.

Cuando preguntó cómo me había hecho eso, y sabiendo que papá estaba escuchando, respondí que mi mascota se había trepado a unas ramas, y cuando vi que estaba muy alto, tuve que ayudarlo a bajar e hice un mal movimiento, dando por resultado la caída y esos golpes.

Claro que la enfermera no sabía que con mi mascota me refería a Jo, que es un conejo. Y papá, creo que no tenía idea de que los conejos no escalaban árboles.

Me mandaron nuevamente a casa, recalcando que no podría hacer fuerza en los próximos días, y que debía ir para control y bla bla bla. Tonterías de médicos.

***

Mamá estaba enojada conmigo por la impresión que iba a dar en el Prairie-Care, decía que lucía como una convicta, con adicción a las drogas y problemas con la venta de armas ilegales.

Supongo que no estaba del todo equivocada, ya que claramente tengo un problema con lo último.

De todos modos, no podía llamar al hospital y decir que no podía ir en el segundo día, ya que eso sería demasiada irresponsabilidad de mi parte. Solo debía guardar reposo en cuanto a no hacer mucha fuerza, y en mis prácticas no iban a hacerme cargar a los pacientes con los brazos, suponía.

Pero en toda la noche, el dolor y la incomodidad no me dejaron descansar. Recorrí todos los rincones de mi habitación maldiciendo y yendo al refrigerador para cambiar las bolsitas de hielo que colocaba en mi hombro, a pesar del frío que sentía.La sensación de ahogo era absolutamente estresante, sentía que todo estaba saliéndome mal, o por lo menos, no según lo que había planeado al llegar.

Apenas habían pasado unas semanas, y sentía como que si nunca había abandonado mi casa, que seguía siendo aquella chiquilla asustadiza de siempre, la que acataba las órdenes sin rechistar. Pero eso seguía siendo.

Eran como las tres de la madrugada, cuando en un intento de despejarme abrí mi ventana, haciendo que el viento golpee mi cara con un poco de brusquedad, haciéndome retroceder.

Me senté en el suelo, mirando la abertura hacia cielo; hacia la noche cubierta de nubes que teñían todo de un color morado, y me concentré en la nada, pensando en aquellas cosas que no podían salir de mi mente, pero tan pronto como quise ahondar sobre mis últimos temores, mi celular anunció un nuevo mensaje.

Últimamente me sentía un poco famosa, me habían llegado más mensajes en la última semana que en toda mi vida.

Y este último era un mensaje de Austin, que solo ponía un emoji blush. No contesté, claramente, por el horario. Pero a los minutos él estaba llamando. 

¿Cuál era su problema con llamar en la madrugada? Sin pensar mucho rechacé la llamada, y luego leí otro mensaje suyo: "Anda, sé que estas despierta."

Y era obvio, había visto su mensaje. Ni que abriera los mensajes dormida. 

Contesté con un corto: "Vaya, que inteligente eres por notarlo."

"No utilices ese sarcasmo conmigo, siento mucho lo de tu brazo" contestó al poco tiempo.

Me ruboricé al instante, él lo sabía. Y eso era tan patético, hasta para mí. "Anda, búrlate si quieres, te doy permiso."

Con eso no me sentiría tan mal cuando lo haga, ¿no?

Esperé ansiosa su respuesta, pues me intrigaba saber cómo lo sabía. No contestó con un mensaje, lo hizo con una llamada; esta vez dudé un poco, pero no tenía sentido seguir escondiéndome, no necesitaba quedar aún más tonta.

—¿Qué quieres Austin? —pregunté con la voz baja, para no despertar a mis padres, y pasaron unos segundos en los que escuchaba solamente su silencio, incomodándome. —¿Hola? —inquirí nerviosa.

Lamento causarte tantos problemas —dijo con un tono burlón, dándole a su gruesa voz un tono tan sensual que hizo que ahogue un jadeo.

¿Cuándo había cambiado la voz el pequeño Austin?

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora