Las Voces de Invierno

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Hace muchos años, antes de que fuéramos cuentos susurrados bajo el manto de la noche, éramos los sueños de los hombres, pero más que eso, éramos las suaves voces del invierno.

  Cada año sin demora anunciábamos la llegada del invierno con nuestro rey y las damas de la nieve nos seguían no muy atrás. Nuestras canciones eran más hermosas que las de las voces de otoño y eso las hacia marcharse despotricando celosas.

  Los niños nos saludaban felices de vernos de nuevo y los adultos trataban de no dejar ver la emoción que les causaba nuestra llegada, aunque no mucho tiempo atrás habían sido ellos quiénes corrían detrás de nosotros.

  A todas las personas les llenaba de felicidad nuestra llegada, a todas menos a una. Había una chica que todos los años se asomaba a su ventana al escucharnos llegar y nos observaba desde ahí con la barbilla apoyada sobre sus manos. Yo recordaba sus ojos azules de cuando era una niña y aún salía corriendo a recibir el invierno con otro niño, pero de repente, sin motivo aparente había dejado de hacerlo y sólo nos observaba desde aquella ventana que, se cubría de escarcha, sin parecer impresionada por el evento.

  No obstante, aquel año en el que todo cambió, alguien más sí estaba impresionado.

  El Rey del Invierno había buscado durante muchos años una esposa, pero nunca nadie le había impresionado lo suficiente como para detenerse en su camino por ella. Sin embargo cuando la vio a aquella chica en la ventana de su hogar observando la llegada del invierno ordenó a su séquito parar.

  El rey era un hombre de buen corazón, piadoso como todos los reyes deben ser, pero la belleza de aquella doncella de ojos azules y cabello negro le cegó de inmediato. Desde aquel momento hizo todo lo posible para que ella aceptara ser su reina.

  El rey hizo regalos a la joven, desde las más delicadas joyas hasta los más hermosos vestidos, desde corceles de cristal hasta uno de sus castillos de nieve, pero nada de aquello parecía ganar a la damisela así que cuando la montaña de regalos empezaba a alcanzar el techo el hombre preguntó qué era lo que ella deseaba.

  Nosotras siempre estábamos cerca de nuestro rey, cantando nuestras canciones para complacerlo y cuando la chica pronunció su deseo fue la primera vez, después de muchos años de canto ininterrumpido, que el silencio cayó sobre todas.

  Dejando caer una de las coronas de hielo que su pretendiente le había regalado de vuelta al montón del que la había recogido dijo:

  “Ciertamente mi Señor del Invierno ha conseguido halagarme, pero no mucho más. Lo que conseguiría mi corazón y mi mano son vuestras voces de invierno.”

  El rey miró de aquella joven que había conseguido su corazón a nosotros que flotábamos cerca de él en forma de suaves luces y habíamos estado con él desde que tenía memoria.

  “Pero mi querida, ellos me ayudan a traer el invierno durante cada año, sin ellos mi hermano Otoño no volvería a su reino nunca y mi hermana Primavera moriría ya que el único lo bastante fuerte como para desafiarlo es mi otro hermano, Verano. Todo sería un desastre.”
  La chica entonces propuso un trato: las voces del invierno le perteneceríamos, sin embargo durante un día de cada año el rey podría disponer de nosotras para traer su amado frío sobre todos.

  El rey queriendo complacer a su amada y pronto una gran boda se celebró en el palacio de nuestro señor.

  El palacio del Rey del Invierno estaba hecho de hielo quedaba en el norte, ahí donde el invierno es eterno. Todos los invitados agasajaron a la joven reina con regalos casi tan hermosos como ella y aquel día después de muchos años los cuatro hermanos volvieron a reunirse.

  Primavera era una damisela de aspecto alegre, pero parecía tan frágil que su huraño hermano Otoño podría hacerla caer con un solo soplo. Por su parte Verano era un hombre bajo y barbudo que hacía reír a todos los presentes y obsequiaba a las mujeres con flores de vívidos colores.

  Entonces llegó el momento del rey de dar su regalo de bodas a su esposa.

  “Hoy entrego una de mis más preciadas posiciones a mi hermosa reina: mis voces de invierno.”

  En silencio pasamos del lado de nuestro señor al lado de la reina antes de retomar nuestro canto.

  Aquella fue la noche en la que todo cambió pues después de que el rey cayera dormido, a reina se levantó de su lecho y una por una nos atrapó dentro de un jarrón mágico, que un hada le había obsequiado, en el que nuestras voces quedaron ahogadas.

  Antes de quedar atrapadas en aquel jarrón pregunté a la joven reina porqué estaba haciendo aquello y después de pensarlo por un momento respondió con aquella suave voz que tanto gustaba al rey:

  “Vosotras creéis que vuestras canciones son melodías de felicidad, pero ahí dónde a todos les causan alegría a mí sólo me recuerdan mi dolor. Fuisteis vosotras quienes años atrás guiasteis a mi hermano hacia la muerte. Siguiéndoos se extravió en el bosque y murió de hambre, frío o ambas. Amo a vuestro rey quien haciéndome su reina me ha dado la inmortalidad que siempre he deseado, ¿pero cómo podría posiblemente soportar vuestra presencia?”

  Dicho eso la joven cerró la tapa del jarrón y nos colocó fuera del alcance de las manos traviesas que quizás por algún afortunado accidente pudieran liberarnos.

  Desde entonces cada año somos liberadas durante un día, pero sólo se nos permite cantar o bastante alto como para atraer el frío, demasiado bajo como para que nuestras canciones sean escuchadas por los humanos.

  Hasta el día en que se nos encerró no sabíamos que no sólo éramos las voces de los sueños de los hombres, sino que también la de sus pesadillas, porque todo lo que trae bien ha hecho mal en algún lugar.

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