Kyria la matadragones

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Había una vez, hace muchos, muchos años, en un reino que algunos siglos tras los sucesos que narraré cayó, de la misma manera en que caen todos los grandes reinos.

Este reino era tan antiguo como los mismos hombres, rico como ningún otro, y no había personas más felices que los habitantes de este lejano lugar.

Pero había una niña que vivía en un lugar apartado y solitario del reino, lejos de las calles de oro y los techos de marfil. Ella prefería la soledad del bosque donde nadie llegaba nunca.

El nombre de la pequeña era Kyria y sus padres habían fallecido algunos meses atrás. Seguramente algún gentil habitante de la ciudad la podría haber acogido si ella así lo hubiera querido, pero con solo diez años la pequeña prefirió crecer sola.

Con las armas que su padre había dejado aprendió a cazar y con los utensilios de su madre se enseñó a sí misma a coser sus pocos vestidos.

Y así los años pasaron en el reino, con la gente feliz y sus bailes de medianoche en las radiantes calles y la niña solitaria que amaba las luciérnagas y el silencio nocturno.

Pero llegó el día en que la felicidad de aquel lejano lugar fue truncada. Y como en muchas ocasiones el fin llegó con un gigante de fuego; un dragón.

Seguro ahora piensas, hijo mío, que me estoy inventado esto ya tú nunca has visto a uno de estos escamosos seres, pero eso no los hace menos reales. Hace muchos años estas criaturas caminaban libres por la tierra, hoy seguro se esconden en cuevas esperando el día para resurgir entre la sombra de las leyendas.

Sin embargo este dragón en particular llego de noche, silencioso y sin ser notado.

Nadie le vio hasta que este escupió su fuego hacia la torre más alta del castillo, en la que se encontraba la habitación del rey. Solo entonces los guardias pudieron ver el fuego azul del ser reflejarse en las escamas negras como el ónix y en sus ojos plateados.

De inmediato los centinelas le atacaron con sus arcos y flechas, espadas y catapultas como si de su peor enemigo se tratase. Todo aquello tardó unos minutos hasta que el dragón levantó el vuelo y se marchó tan silencioso como había llegado.

Los habitantes del reino estaban aterrorizados, la gente te siempre se aterroriza por cosas que no les han concernido, y a pesar de que el rey había salido casi ileso de aquel ataque, el hombre consideraba la pérdida de su sombrero preferido a causa del fuego azul una grave pérdida, de inmediato se llamó a los hombres más sabios de las tierras cercanas a un concejo.

Todos coincidían en que el dragón debía de ser aniquilado para que no presentara ningún peligro para nadie, pero nadie quería matarle, veamos que es más sencillo dar una sentencia de muerte que ejecutar al condenado.

Y así los sabios hombres estuvieron debatiendo quién sería el mejor candidato para librarles a todos de aquella bestia, pero por más que pensaran no encontraban al brillante caballero que sería encargado con la difícil hazaña.

Estaba cayendo ya la noche cuando entró un hombre al salón de reuniones. Era un anciano que caminaba encorvado y arrastrando los pies con un bastón como toda ayuda. Este anciano en particular tenía los ojos grises, y cuando digo ojos grises quiero decir que sus ojos enteros lo eran. Él era un ciego, pero todos en el reino lo conocían y respetaban por ser vidente.

El anciano se abrió camino hasta el rey y le entregó las siguientes sencillas palabras:

-Su majestad está buscando al guerrero equivocado- anunció con su áspera voz-. No busca usted al guerrero más fuerte, busca a la niña solitaria.

Todos los ojos del salón cayeron con confusión en el hombre sin comprender sus palabras, pero nadie pondría jamás en duda lo que ese anciano decía.

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