Capítulo 3

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"Bella Doncella"

Alis no sabía dónde se encontraba, pero seguía con su vestido de novia, incluso el pañuelo blanco que rodeaba la muñeca de su prometido y la de ella, se había quedado enredado en su mano. Había recobrado su conciencia, hacía por lo menos quince minutos, pero parecía que su capacidad de hablar aun no volvía a ella. Estaba en un rincón, mirando con sus ojos negros, muy abiertos, a quien la había salvado.

—Sé que puede ser un poco confuso, pero aceptaría si dijeras gracias —dijo Sebastián sonriendo, de forma coqueta, con brillo en sus ojos miel.

¿Por qué tenía sus ojos diferentes? Era una pregunta que Alis no podía dejar de pensar, como si la muerte de Marcus ahora no fuera uno de sus problemas.

—Sé que han pasado un par de años, pero estoy seguro que me recuerdas, Alis.

Se encontraban en un viejo galpón, abandonado, con herramientas que tenían filo. Alis las miro muy segura de poder usarlas en contra de Sebastián.

El vampiro apoyo su espalda en la pared, cruzando los brazos. Alis no entendía porque vestía tan elegante, pero debía admitir que le quedaba bien.

— ¿No vas a decir ni hola? Creo que es de mala educación, algo inusual en ti —dijo inclinando la cabeza, sin dejar esa sonrisa — ¿Así está mejor, reina Alis?

Alis se puso de pie, lentamente, sin dejar de observar cada detalle de aquel lugar, por donde escapar, donde quemar, lo que fuera. Ni siquiera estaba segura si podía controlar la mente de Sebastián aún, si es que podía entrar en ella.

—Alis, no trates siquiera de hacerme dormir, no podrás —él bajo los brazos y la sonrisa desapareció. Su expresión se volvió más triste.

A ese Sebastián si conocía Alis.

— ¿Qué acabas de hacer? —pregunto ella, entendiendo a medida que pasaban los segundos, del grave error que se había cometido, por parte de todos, ya que tenía cientos de guardias que Vivian para protegerla. Sus consejeros eran los más poderosos, después de ella —Marcus —susurro, dándose cuenta que Sebastián lo había matado como si fuera un humano.

—Hace mucho tiempo que quería hacer eso, solo me diste una excusa.

Ella frunció el ceño. No podía creer que él llegara de esa forma, tan elocuente y dándole más sonrisas de las que ella había visto en su pasado juntos.

—Llévame de vuelta, tengo una unión que completar —su espalda se irguió, optando por la pose de reina engreída —no sé de qué se trata esto, pero es una orden.

—Lo siento, pero no se podrá llevar a cabo, mi señora.

— ¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué haces aquí?

La mordida de Alis se tensó, cada segundo que pasaba, la ayudaba a darse cuenta que era el mismo Sebastián que ella conoció, el que se encontraba ante sus ojos.

—Vine por ti, a salvarte —la miro con amabilidad y ternura —sé que no querías pasar por eso, me lo dijiste cientos de veces.

— ¡Cállate! Silencio, vampiro —dijo ella, furiosa.

El fuego de Alis estaba volviendo a su cuerpo, solo por aquella mirada que él le había regalado. Una mirada que jamás había visto en el pasado.

—Técnicamente, no eres mi reina, no puedes darme ordenes —Sebastián volvió a sonreír, pero era una expresión que no llegaba a sus ojos.

— ¿De qué estas hablando? Escúchame bien —dijo ella, mirando hacia los lados, buscando una puerta —no sé qué estas tramando, pero debo volver.

Antes que Sebastián pudiera responder del porque se encontraba ahí, ante ella, ayudándola, Alis desapareció de su vista, pero la alcanzó antes que pudiera llegar a la puerta.

—No iras a ninguna parte, Alis.

Antes que ella pudiera responder con algún golpe o habilidad, él simplemente avanzo hasta que ella, quien choco contra la puerta. Llevo sus labios hasta los de Alis, atrapando sus manos y entrelazando los dedos con los de la vampira.

—Yo... lo siento —susurró antes de besarla.

La reina de los vampiros se quedó helada, sintiendo como los labios de Sebastián volvían a los suyos, de cómo el fuego que iba en su interior comenzaba a recorrer su cuerpo hasta querer escapar de sus manos. Siempre había sido su problema con Sebastián, el miedo a quemarlo, sin embargo, esta vez, el vampiro tomo sus manos que comenzaban a crear una llama de fuego y simplemente la apago con el frio de las suyas. Pequeños copos de nieve, muy diminutos salieron de la unión de sus manos.

Alis no pudo decir nada, su mente voló a muchos, muchos años atrás.

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