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CAPÍTULO IV

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Con miles de dudas rondando mi cabeza, me senté en la grada que Auro me había indicado. No sabía con seguridad si estaba hablándome en serio, o si solo se trataba de una extraña manera de burlarse de mi estupidez. En realidad, viniendo de él, no sabía nada con seguridad. Auro era un chico tan impredecible que tenía a la universidad entera creando rumores para tratar de entender sus volátiles actitudes, en cambio, yo era una pobre alma divagante en el mundo de lo ordinario y lo previsible.

Se sentó a mi lado y comenzó a humedecer las gasas con el agua oxigenada. Me miró y estiró su brazo, pidiéndome que le diera el mío que estaba herido. Yo negué automáticamente al ver que la malévola gasa estaba lista para hacerme gritar.

—Vamos, confía en mí. Haré que no duela —insistió mirándome a los ojos.

Algo dentro de mí me obligaba a confiar en él, y no podía entender por qué; era como si yo ya conociera ese tono en su voz y supiera que podía fiarme libremente de él, a pesar de nunca haberlo tenido tan cerca antes. Le entregué mi brazo sin pensarlo más. Me di cuenta de que era imposible darle un no a esos hermosos ojos de color indefinido.

Estaba asustada por el ardor que le esperaba a mi piel, así que cerré los ojos fuertemente anticipando la desagradable sensación del agua oxigenada adentrándose a mis heridas. Esperé por varios segundos, pero el ardor nunca llegó. En su lugar, podía sentir un delicado toque helado en el área de mi herida y no era molesto en lo absoluto.

Temerosa, abrí uno de mis ojos para comprobar si Auro ya había comenzado a curar mi brazo, y la imagen con la que me topé hizo que mi corazón simplemente se derritiera. Él estaba siendo realmente cuidadoso conmigo, dando pequeños y suaves toquecitos que yo apenas y podía sentir, como un profesional.

Para cuando caí en cuenta de que había hecho un drama por nada, él ya había terminado con mi brazo.

—Bueno, supongo que ahora sigue tu pierna —habló antes de arrodillarse en la grada de abajo para estar a la altura de mis rodillas.

Revisó la apertura de mi pantalón y el raspón en mi muslo exterior. Tomó otra de las gasas limpias y agarró mi pierna con su mano antes de comenzar a desinfectar. El cálido tacto de su piel en esa zona alteró mis nervios y él se percató de ello, pero no me soltó. En un instante, subió la mirada hacia mí y nuestros ojos tuvieron un choque que me dejó sin aliento, pero ninguno de los dos supo qué decir después, convirtiéndolo en un momento embarazoso para ambos.

—¿Por qué haces esto por mí? Acabas de decirme que no somos amigos. —le pregunté, tratando de matar el incómodo silencio que había entre los dos.

—Te lo dije, no quiero que vuelvas a buscarme. No voy a estar ahí para salvarte la próxima vez, ni de ti misma, ni de Matthew, ni de nadie. ¿Querías acercarte a mí? Bien, aquí me tienes, curando tus heridas.

—Es eso lo que no puedo entender, ¿por qué quieres que me aleje de ti? Solo intento ser agradecida por lo que has hecho por mí. Me salvaste.

Mi vista estaba en él, pero la suya seguía enfocada en limpiar mi pierna.

—La primera vez que te acercaste te pedí que no me agradecieras, solo que no volvieras a buscarme.

Concluyó con la herida en mi muslo y al momento de soltarla, un ligero roce con las yemas de sus dedos causó que me estremeciera por completo.

Estaba más que segura de que lo había hecho a propósito.

—Es todo, gracias por la ayuda —farfullé para intentar ocultar mi nerviosismo, lista para ponerme de pie.

—¿De qué hablas? ¿Y ese enorme raspón en tu cara lo dejarás así?

Sin darme cuenta, Auro ya estaba a tan solo unos centímetros de mi rostro, desinfectando un raspón en él que yo ni siquiera había notado. Estaba tan cerca de mí que no pude evitar admirar cada uno de sus detalles. Sus largas pestañas negras, las ojeras debajo de sus ojos, su nariz fina y sus labios gruesos. Al verlos, recordé el sabor de estos últimos.

AURO [#1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora