Apretó los labios.

—No me hables así, jovencito. Soy tu madre.

—Entonces deja de meterte en asuntos que no te conciernen —respondí con enojo—. Nada de lo que intentes hará que sienta algo por Marilla. Además, me da igual si Alayna le agrada o no.

Arrugó la nariz con disgusto.

—Sé que no sientes nada por ella, pero deberías hacer un esfuerzo. Será tu esposa.

Me burlé y le di lo que quedaba de mi manzana a Laika. Ella la aceptó con gusto.

—¿Cuántas veces me dijiste lo mismo?

Mamá exhaló, tratando de mantener su poca paciencia.

—Más de la cuenta.

—¿Cambió algo?

—No.

—Entonces deja de intentarlo.

Le di la espalda para entrar nuevamente a la mansión. La mañana había empezado mal y madre acababa de empeorarlo. ¿Por qué no podía dejarme tranquilo? Antes no me daba este tipo de atenciones, pero con Alayna cerca estaba empeñada en fastidiarme la vida.

—No importa con quien vayas, pero lo correcto es asistir al cumpleaños de tu prometida —gritó detrás de mí—. Será de disfraces.

—Bien —espeté—. Confírmale mi presencia a Marilla.

🦋

El silencio era asfixiante mientras conducía. Alayna masticaba una goma de mascar sin intenciones de entablar una conversación. ¿Pensaba en lo buenos que éramos juntos? ¿O tal vez se arrepentía por haberse mostrado vulnerable ante mí? Apostaba que era la segunda opción.

—¿Qué te dijo Berenice por teléfono? —inquirió después de minutos, rompiendo el tenso silencio.

—Nada está bien con las chicas, no me dio muchos detalles.

—El encierro las volverá locas si no termina pronto.

La tristeza en su voz me provocó un nudo en el estómago.

—Lo sé, pero hago lo que está a mi alcance.

—No podemos juzgarlas—susurró. No estaba mirándola, pero sentí sus ojos perforándome—. ¿Tienes idea de lo que significa estar lejos de tu familia y ser privada de tu libertad? Días tras días despiertas con la ilusión de que pronto volverás a verlos, aunque sabes que no es así. La falsa esperanza es una agonía que te come viva.

Hablaba por experiencia propia. Me dolió pensar en las circunstancias que había pasado. Tal vez eran iguales o peores. Fue entrenada en una organización de asesinos, no la trataron con guantes de seda ni delicadeza. La rompieron en millones de fragmentos y la obligaron a ser esta persona: fría y cruel.

—¿Entonces qué sugieres? —pregunté—. La realidad duele, Alayna.

—Tienes que hablar con ellas y dejar de hacer promesas. No regresarán pronto con sus familias.

—No quiero romper sus corazones.

—Es preferible vivir de hechos, no de ilusiones.

Tensé la mandíbula y me mordí la lengua porque no había nada qué refutar. Ella tenía razón, pero no quería destrozarlas más de lo que estaban. Las niñas soportaban el encierro gracias a la esperanza.

Rafael inclinó la cabeza y evitó mis ojos cuando entramos. Nada de sonrisas cálidas ni saludos como la última vez. Mi nueva reputación asustaba a algunas personas. Había leído Maquiavelo más de diez veces. Él decía que era mejor ser temido antes que amado porque el afecto terminaba fácilmente. Aplicaba muy bien a mi situación.

Belleza Oscura [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora