Aitor había visto una belleza extraña. Era un poco hermosa, sí, lo era, pero esa belleza cualquiera la superaba. Pero la belleza que él había visto era diferente, estaba sujeta a un vacío en sus ojos que lo transportaba a aguas quietas y a la vez a tormentas sobrecogedoras. No supo explicarlo, pero había visto algo dentro de ella que lo clavaba al suelo y al mismo tiempo lo arrojaba hacia la más inimaginable de las alturas. Pero nada de eso importó para entonces.

La clase empezó. Entró al aula con sus amigos sin voltear a verla de nuevo. Y así aconteció el primero de una serie de desencuentros dolorosos pero que solo hasta ahora tenían trascendencia.

Aitor jugueteó con las cosas de la mesa mientras pensaba en ella. En cómo debió sonreírle en aquel entonces, en cómo debió seguirle hablando mucho después cuando la casualidad de todo aquello que no pueden entender los juntó de nuevo para intercambiar palabras, en cómo debió seguirla cuando quedó expuesta ante él y ante todos.

Recuerda ese día también, lo recuerda a la perfección. Recuerda haber llegado a la escuela inundado por la rutina y la cotidianidad, recuerda haberse reunido con sus amigos en lo que era para él un día como cualquier otro. Recuerda verlos a cada uno de ellos inundados en susurros burlones y ridículos que de inmediato lo alertaron. Cada uno de ellos tuvo algo para decir y cada una de ellas tuvo oportunidad de reírse de Trina Lanos, la misteriosa chica que había visto de vez en cuando por los pasillos pero que ahora, de repente, sentía algo por él. Pero para él no fue en absoluto algo cómico o gracioso, era más bien asombroso, imposible incluso para alguien tan infinitamente deseado y perseguido como él. Habían pasado ya dos años desde que la había visto por primera vez, habían pasado meses desde la última vez que había compartido un encuentro embarazoso con ella por los pasillos acompañados además de miradas incómodas, miradas que ella nunca pudo sostener. Sabía que algo le pasaba a la chica, incluso intuía que algún poco de atracción por él se estaba gestando dentro de ella, pero jamás imaginó que detrás de ese caminar nervioso y de ese ensimismamiento tardío habría algo como el amor. Y no supo lidiar con un sentimiento como ese. Solo ella podía sentir algo así de sincero, de desinteresado y bueno, que no demandaba ser correspondido, y por eso no supo que hacer con ello.

Reaccionó tarde. Cuando la vio partir, dejándolo detrás a él, a Bash, a la escuela y a todos, supo que se arrepentiría de no haber ido tras ella pero en ese entonces sus pies se atornillaron al suelo. En parte porque le parecía extraño aquella situación, le pareció extraño la intensidad de lo que la chica creía sentir y porque no entendía como era posible que hubiese aguantado tanto tiempo sin ser vista, sin intentar algo con él, sin buscar ser notada.

Recuerda que ambos la vieron partir, recuerda que Bash se giró hacia él y anonadado le habló.
—La he cagado —dijo el moreno—. Ahora sí que nunca va a regresar.
—Parece que nunca estuvo aquí —respondió Aitor aún con la mirada perdida en la salida por la que la chica se acababa de desvanecer—. ¿Por qué nunca me lo dijo? Nos encontrábamos de forma absurda, en serio que sí, compartíamos algunos amigos, coincidíamos en clase... debió decírmelo y ya, y evitarnos esto.
—Jamás iba a decirlo. Creyó que lo que sentía era una carga solo suya, decía que conocía su lugar y que no intentaría encajar en donde no hacía parte ni donde no la querían. Daba por seguro que tú jamás le corresponderías y acertó.
—Es lo más estúpido que he escuchado, ¿cómo sabes que no podría sentir lo mismo?
—Porque estás aquí y no intentando alcanzarla. —Aitor respiró hondo y desvió la mirada intentando mantener el control. Se despeinó el cabello y caminó de un lado a otro—. Ya, no te culpes tanto, fue ella quién decidió que tú nunca lo supieras. Y ahora que lo sabes es mi culpa que sea así. No hiciste nada malo.

—¿Cómo esperaba algo de mi parte si jamás me dijo nada? ¡Lo único que hacía era huir, Bash, sabes que es cierto! ¿Cómo esperaba que la entendiera si desde el inicio me impidió saberlo? —habló Aitor apresuradamente, enojado, frustrado y confundido.
—De eso se trata, que ella no esperaba nada de ti, nunca lo hizo, porque desde el inicio para ella fuiste un imposible. —Aitor apretó los labios intentando mantenerse en calma—. Mira, si en serio quieres entenderla, si te angustia tanto no saber... —dijo Bash mientras revolcaba las cosas dentro de su mochila en busca de algo—. Aquí está lo que necesitas.
—¿Qué es esto? —exclamó Aitor mientras inspeccionaba en sus manos la libreta que Bash le había entregado.
—Es su cuaderno. Estaba más conmigo que con Trina porque yo siempre faltaba a clases y ella me dejaba sus apuntes. Si tienes suerte sólo encontrarás apuntes de clase y si no, tal vez encuentres algo sobre ti.
—¿Cómo sabré que es sobre mi?
—Lo sabrás. Cuídalo bien. —Bash se esfumó por el pasillo dejando a Aitor completamente desolado y próximo a aventurarse a la peor de las hazañas.

"Nada sirve cuando estás, mis ojos cobardes no pueden mirarte, son torpes y ciegos. De nada sirven mis manos en donde se diluyen las caricias que podrían aliviar tu pena, y no sirve mi boca... si no puede llegar a la tuya". Hasta el momento en el que Aitor leyó esas palabras garabateadas en aquellas hojas pensaba que era imposible leer la mente de otra persona. Sin embargo sintió, con el cuaderno entre las manos, las piernas temblorosas y los ojos aguados, que había navegado profundamente y sin retorno en aquel ruidoso recinto en el que habitaban los pensamientos de Trina. Al principio se asustó, pensó que era extraño que alguien se sintiera así sin más pero en el fondo entendió, entendió y sintió cada lamento estampado en tinta que había leído, que había leído día tras día durante meses.

Recuerda lo que sintió cada una de esas veces. Recuerda lo que sintió cuando no pudo acostumbrarse a no verla por los pasillos, recuerda lo que sintió cuando por fin se decidió a buscarla, lo que sintió al preguntar por su paradero a cada maestro y estudiante que pudo tener algún contacto con ella, recuerda lo que sintió cuando nadie supo darle respuesta y recuerda lo que sintió cuando se dio cuenta de que ella jamás sería encontrada. Recuerda haber derramado muchas lágrimas amargas, de desespero y de culpa, como las que derramaba ahora.

Se cubrió el rostro con las manos mientras pensaba en Trina, en cómo debió ir tras ella en ese entonces y cómo debió haber ido tras ella cuando salió por la puerta de su departamento hace tan solo unos minutos. Fueron en esos pocos segundos en los que todos sus recuerdos de ella habían confluido hacia su mente para impedir que se edificara otro de sus interminables desencuentros. Para impedir que su vida se convirtiese en una vida cuyo objetivo era preguntarse dónde estaría aquella chica que lo besaba con la mirada y se resignaba a él con el corazón.

En un desesperado impulso corrió hacia la ventana de su sala y mirando de un lado a otro fuera de esta divisó el pequeño e inestable cuerpo de Trina avanzando por el asfalto de la siguiente cuadra. Sin pensarlo demasiado tomó su abrigo y sus llaves, y corrió fuera del departamento.

Fácilmente la alcanzó en la siguiente calle y se situó tras ella a una distancia prudente, con algo de incertidumbre por lo que pasaría pero más bien guiado por el palpitar de su ansioso corazón que latía al mismo ritmo que el de ella.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora