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No debía estar ahí. Podía ser peligroso. Él lo sabía. Pero la atracción, la tentación... Eran tan grandes que le nublaban.

Podía compararse a las presas. Cuando una se le metía entre ceja y ceja, su alrededor desaparecía, su atención sólo enfocada en ese sutil latido que resaltaba bajo la piel de porcelana (sí, a Jimin le gustaba la piel blanca; la sangre roja brillante se tornaba más deliciosa y atractiva) y engullía sus sentidos. Sus ojos fijos en el recorrido de esas venas azuladas, esos caminos de placer y perdición.

Y 'él'. Él tenía la piel tan blanca... casi translúcida. Parecía invitarle a probar y no parar hasta ver todas sus células inmortales saciadas.

La diferencia es que ahora la presa podía ser él mismo. Le había visto antes. Podía oler el poder que emanaba. En comparación, el suyo no era más fuerte que la luz de una vela. Pero eso sólo convertía la situación en más salvaje y excitante.

Los callejones se tornaban más oscuros, sólo ligeramente iluminados por algunas lámparas de gas que pendían de las ventanas, pero que cada vez empezaban a ser más escasas, alertando de la peligrosidad de la zona.

Sus pies avanzaban silenciosos sobre el suelo pedregoso, todo lo silencioso que podía llegar a ser. Cuando uno de sus zapatos pasó sobre un pequeño charco de la lluvia anterior y el chapoteo resonó en el callejón, se maldijo a sí mismo.

Ahí estaba otra vez su descuido. Su impaciencia, su impulsividad, lo podrían matar un día. Era consciente. No estaba muy lejos del lugar clave, pero no lo suficientemente cerca como para que lo notasen ellos, esperaba él. Tendría que andarse con más ojo.

Mirando a su alrededor, de un ágil salto se enganchó al muro de piedra del callejón. Sus uñas y pies se adhirieron a esta sin mucho esfuerzo.

Si caminaba por las paredes, le sería más fácil esconderse en la noche, como una tarántula avanzando entre las sombras. Casi invisible, casi inaudible, pero letal.

Si se tratase de un mortal, Jimin ya habría sentido el rastro de su olor. Cada mortal poseía un olor único pero de naturaleza humana inconfundible. Pero 'él' no era un humano, era también un vampiro, y su sangre ya no desprendía el olor que en su anterior vida lo había hecho, pero el vampiro poseía un aura, un halo de energía sólo percibida por otros vampiros muy antiguos o por jóvenes, si era lo suficientemente potente. Un aura específica, de rasgos propios, que con el paso de los siglos cobraba intensidad. No era visible, pero cada una de sus células la sentía y le erizaba el vello ahora escaso. La de él era tan poderosa que, aún en la distancia, conseguía aturdir sus sentidos.

Diferente a la de Namjoon. Su Creador poseía un halo grandioso digno de su antigüedad. Un halo que, a pesar de su naturaleza vampírica, se sentía como un abrazo cálido y protector. Sin embargo, la de Min Yoongi se sentía como una mano fría que arrastraba irremediablemente a la perdición. Como un lugar perdido, oscuro y misterioso, al que no debes acercarte, pero tan enigmático que te cuesta no hacerlo.

Si a algo podía parecerse el aura, o el halo, era al alma en los humanos. Y la de Yoongi se sentía peligrosa, pero tentadora.

Quizás parte de su fuerza radicaba en esto. Y él, sin tener ni siquiera contacto, se estaba viendo arrastrado por las olas implacables de su poder.

Cuando divisó la gran cristalera, ahora empañada, en la acera de en frente, se propulsó y de un salto que para el ojo humano sería casi imperceptible, se colocó tras el ancho tronco del árbol que coronaba la plaza.

Eran los pasos que hasta ahora había seguido y le habían dado resultado.
Si de algo podía presumir, era de su agilidad, como una sombra rápida en la noche.

DAMNED (Yoonmin) Three Shot Where stories live. Discover now