Capítulo XI: Siempre te cuidaré

3K 223 44
                                    

Macarena se fue esa noche sin despedirse dejándome con un sinsabor y a la vez con unas ganas incontenibles, y también reprochables, de volver a besarla. Después de que ella salió corriendo del baño desesperadamente me puse la blusa manchada como estaba, recogí algunas de mis pertenencias que se habían caído al suelo y salí a buscarla entre la multitud.

Cuando me disponía a llamarla para saber en qué lugar del bar estaba, y por qué había salido así, uno de los amigos de Gonzalo se me acercó.

—Oye, tu amiga se fue hace un par de minutos, ¿estaba bien? —preguntó mientras observaba algún punto detrás de mí.

Cada una de mis alarmas se dispararon.

—¿Cómo así? —inquirí, desconcertada, al tiempo que giraba sobre mis pies para mirar cada rincón del sitio, con la esperanza de encontrarla—. ¿Se fue a dónde? ¿Se fue de acá? ¿Dijo a dónde? ¿Dijo algo más?

El rubio bebió de su trago y asintió un par de veces antes de responder:

—Sí, se fue de acá. Parece que tenía afán. No mencionó nada, sólo se despidió con bastante prisa.

Era inevitable, empecé a desesperarme, la llamé pero no respondió. Sin lugar a dudas Macarena lograba hacer que mi estómago se encogiera y mi corazón latiera tan fuerte que podía sentirlo en mi garganta. No sabía qué hacer y seguramente si me hubiese contestado la tranquilidad habría llegado a mi sistema nervioso. No tuve más opción que buscarla de otra forma, así que mientras abría el chat para escribirle se acercó Gonzalo (siempre como un juez), tan borracho que no podía sostenerse bien.

—Mi amor... —arrastraba las palabras cada vez peor y, en cuanto percibí su aliento, las ganas de vomitar me invadieron. Era una mezcla de todo—. Dame un beso que hace mil horas estabas en ese baño y ya te extraño.

—Gonzalo, ahora no —me zafé de su débil agarre en mi cintura, con una mueca en mi rostro que seguramente reflejaba el asco que me produjo sentir aquel hedor que desprendía su aliento, y no evité ocultarlo—. Estás demasiado borracho, deja de beber. Ya me quiero ir, mira cómo me volviste la blusa, no me voy a quedar acá con este atuendo manchado y oliendo mal.

Gonzalo se echó a reír y se recompuso al instante sólo para dedicarme una sonrisa pícara.

—Ok, bien. Vámonos a mi depa y allá te consiento —acercó su boca a mi oído y mordisqueó el lóbulo de mi oreja un segundo para luego agregar en tono sugerente—: recuerda que tienes una deuda conmigo, cariño.

Lo miré con antipatía, realmente no comprendía por qué los hombres no pueden pensar en otra cosa, pero no duré mucho tiempo desgastándome con ello, porque regresaba a mi mente la figura de Macarena y esa última mirada en el baño que me fulminó. Sin embargo, aterrizando a la realidad y observando el estado en el que se encontraba mi novio, le pedí a uno de sus amigos que me acompañara a llevarlo a su departamento, era imposible irme sola con él así.

Ya en el auto quise escribirle de nuevo a Macarena, pero llevaba a Gonzalo prácticamente encima de mí y sé que iba a querer mirar a quién le escribía, por eso necesitaba estar sola y tranquila para comunicarme con Maca, aunque la impaciencia me ganaba cada cierto tiempo. Estaba ansiosa por saber la razón de su partida repentina y por otro lado, no iba a soportar un show más de Gonzalo, así que me contuve. El camino se me hizo eterno, me sentía muy alterada, necesitaba saber de ella porque ya empezaba a maquinar tragedias. ¿Y si le había pasado algo camino a su departamento? ¿Y si esa era la razón por la cual no había respondido? Sentía una gran perturbación con cada segundo que pasaba.

Cuando por fin llegamos Fabián me ayudó a llevar a Gonzalo hasta su cama, porque él no podía ni caminar, estaba demasiado borracho. Ya estando sola con Gonzi me senté a un lado de su cama mientras sacaba mi celular del bolso, él se acercó con brusquedad para besarme y metió su mano dentro de mi blusa por la espalda.

It was real: A love storyWhere stories live. Discover now