Fin.

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La noticia de la vuelta de Desdemona corrió entre la aristocracia como la pólvora, lloviéndole a la familia las invitaciones a todo tipo de evento social. La gente quería ver si, después de haber sufrido una neumonía que la había retenido tanto tiempo en un convento en Francia, el aspecto de la recién llegada era similar al de un cadáver.
— Esas cotillas van a morirse de la rabia cuando vean lo bella que estás. Si bien no termina de convencerme el tono bronceado de tu piel, hay que pensar que poco a poco va a desaparecer. Por fortuna no te han salido pecas y manchas— comentó con alegría su madre.
Esta estaba sumergida de lleno en la preparación de la fiesta que se celebraría en un mes, organizando los menús, las invitaciones, la música... Desdemona no se quejaba, asistía a todo lo que su madre quería sin ningún gesto de desagrado. Pidió que invitasen a Madame Rigaud y al señor Robertson, pero ninguno respondió. Comenzaba incluso a disfrutar de la organización de tales eventos, pensando en qué vestido se iba a poner para el baile. Tras pasar unos días con ellos, Martin regresó a los cuarteles. La despedida fue emocional, con Charles Russell agradeciéndole la protección que había brindado a su hija. Esta le hizo prometer que asistiría a la fiesta y que si se enteraba de algo, le avisaría. Aún no había perdido la esperanza de que Burroughs regresase.

Había días en los que cogía algún libro de la biblioteca y salía a leer al jardín. Pero, sobre todo, escribía. Escribía largas cartas que nunca enviaba a Burroughs. Había hecho caso a su padre, pensando que tal vez algún día volvería, pero eso no impedía que pensase en él. Le echaba de menos cada día, cada noche. En la oscuridad de su habitación, cuando todo el mundo dormía, le llamaba, pidiéndole que regresase a ella. Derramó lágrimas por el hombre hasta quedarse dormida, despertándose más de una vez con el rostro humedecido, habiendo llorado incluso en sueños. Soñaba que se encontraban de nuevo, pero esta vez era ella la que le salvaba. Podrían haber sido tan felices, pero ahora ella tendría que aprender y entender que llegaría un día en el que tendría que dejar ir su recuerdo. Hasta que ese día llegase, echaba la vista atrás, reviviendo los momentos que habían pasado juntos. Recordaba cada detalle. Su olor a bosque otoñal, su sonrisa llena de júbilo, la luz de sus ojos brillando como las estrellas en la noche, el sonido de su voz, más cálido que un día de verano. Detalles en los que no se había parado a pensar, hasta que tuvo que reconstruir la imagen de él en su mente. Su corazón fue atesorando la imagen de Burroughs como un bello recuerdo.
Según pasaron las semanas los recuerdos se iban difuminando. Pasaron a ser un reflejo en su mente, como un rayo de luz en una mañana de invierno. Su presencia estaba ahí, recordándole que algún día llegaría la primavera. Las flores renacerían, los días se alargarían, la nieve se derretiría, y él regresaría.
Ningún hombre le haría sentir lo que él le había provocado, pero siguió el consejo de su padre, y no se negó a hablar con ningún caballero, ni rechazó ningún baile. Su mirada era pura melancolía. Pensaba en lo que podían hacer juntos cuando volviese. Podrían viajar juntos. Porque lo importante no era el viaje, lo importante era hacerlo con él. Quería pasar el resto de su vida con él. Ese era el viaje que quería realizar.

La tarde de la fiesta de regreso de Desdemona, el cielo oscureció, avisando de una posible tormenta. Si bien no llegaba a llover, se podía notar la tensión y energía en el ambiente. Virginia Russell se lamentó de su decisión de celebrar la fiesta en el jardín, pero ya era tarde para trasladar todo al interior. Si comenzaba a llover, la gente se iría antes, y así podrían limpiar antes, pensó con resignación.
La música sonaba en el jardín, con velas iluminado todos los rincones. La gente felicita a Desdemona por su recuperación y su saludable aspecto. Varios caballeros le pidieron bailar, llenando su carta de baile en poco tiempo, algo que nunca le había ocurrido, ni en su puesta de largo.
Mientras bailaba con un caballero del cual no recordaba su nombre, observó a su familia. Su padre se reía a carcajadas junto a otros hombres. Su madre la miraba contenta. Sus hermanas la saludaron desde la ventana, haciendo gestos para sacarle una sonrisa, lo cual era del todo innecesario. Porque Desdemona estaba feliz, sonriendo tanto que le dolía la mandíbula. Su familia había sido muy generosa al perdonarla. Hasta entonces no se había dado realmente cuenta, pero la querían de veras. Con sus virtudes y defectos. Incondicionalmente.

LA PUREZAWhere stories live. Discover now