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El sol de la mañana brillando con máxima intensidad iluminaba el dormitorio de Desdemona. Acostumbrada a dormir en la más absoluta oscuridad, sin que se filtrase un rayo de luz, esta se revolvió en su cama, hasta despertarse. Al abrir los ojos, se encontró con una de las doncellas abriendo las cortinas del dormitorio y a su madre en el quicio de la puerta, mirándola mientras bebía té.

-Vamos, querida, despiértate. Sal de la cama, vístete y desayuna. Tu hermana ya está terminándose de arreglar. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. El sol luce como ninguno de los días pasados.

-¿No puedo dormir más? ¿Qué hora es?- Desdemona estaba tan desconcertada por la aparición de su madre y el sueño que todavía tenía, que era incapaz de pensar correctamente.

-Son las ocho y media de la mañana, Desi. Tu padre se fue hace un par de horas, lo que significa que podemos y debemos aprovechar nuestros últimos días en París- Lady Virginia se acercó al armario de la joven, sacó un vestido y lo tiró sobre la cama- Toma, ponte esto.

-Mamá, no sé si es porque estoy todavía muy dormida, porque es muy temprano, o es tu entusiasmo lo que me tiene anonadada, pero no entiendo nada de lo que está pasando. ¿A dónde quieres ir con tan pronto? Dudo que sea para ir a ver a una modista.

-Lady Amelia me comentó antes de irnos la existencia de subastas secretas y tengo información de dónde se realiza hoy una. Tu padre no quería que fuésemos, pero como ahora no está, no voy a dejar pasar tamaña oportunidad por los absurdos miedos que él tenga. Lady Amelia me contó que se subastan objetos requisados a gente de la aristocracia francesa con altas deudas. Como no quieren que se sepan que son pobres, lo hacen a través de este tipo de subastas. Imagínate, querida. ¡Puede que compremos hoy un objeto perteneciente a un marqués francés! ¡O a un rey! Imagínate que perteneció a la Emperatriz Josefina, esa cualquiera. Mirarte al espejo en el que ella se contemplaba todas la mañanas. Cepillarte el cabello con su mismo cepillo. Beber de la misma taza que ella.

-Suena repugnante- replicó Desdemona arrugando la nariz.

-Repugnante tú, que todavía sigues metida en la cama- Lady Amelia se acercó a la cama y tirando de las sábanas, dejó el cuerpo de Desdemona al aire.- Levántate ya. La subasta comienza a las once, no tenemos mucho tiempo, así que date prisa. No quiero oír más quejas.

Desdemona se quedó sola en la habitación, contemplando el vestido que su madre le había dejado sobre la cama. Al menos esa mañana no tendrían que ver más encajes y cintas. Había temido que la marcha de su padre supusiese volver a ir de tiendas, pero el plan que su madre tenía era mucho mejor. ¡Una subasta secreta! Sonaba a aventura peligrosa. Era comprensible que su padre les hubiese prohibido que fuesen. ¿En qué estaría pensando su madre cuando decidió que las tres fuesen? Tal vez pensaba que ir a una subasta secreta era como ir a comprar encaje, una tarea sencilla. Lady Virginia a veces podía ser tan sorprendente. Sin pensarlo más, y tras oír como su madre apremiaba a Joyce para que desayunase más rápido, comenzó a arreglarse.


Cuando su carruaje se paró frente al edificio donde se celebraba la supuesta subasta secreta, las tres damas descendieron del vehículo. Vieron a un par de personas más entrar en el edificio. Personas más reservadas que ellas, que eran apuradas por Lady Virginia a que caminasen más rápido, mientras volteaba la cabeza en todas direcciones, como si esperase a Lord Charles apareciese en cualquier momento.

-¿Se encuentra bien, madre?- preguntó Joyce. Nunca había visto a su madre tan al borde de un ataque de nervios, en este caso, producto de la excitación por hacer algo prohibido por su padre.

-Sí, sí. Vamos niñas, entremos ya.

El interior del edificio daba a unas escaleras de piedra. No había ninguna señal sobre la subasta secreta. Dubitativa, la Condesa no sabía si subirlas o bajarlas.

LA PUREZATahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon