– ¡Oh! Es Martin, se ha asegurado de que llegase sana y salva a casa.

– ¡Un héroe!– exclamó Virginia Russell

– Señor, tenga por seguro que le recompensaremos adecuadamente.

– No es necesario, cumplía órdenes– respondió Martin avergonzado. Tantas ojos puestos sobre él le ponían nervioso.

– Será mejor que pasemos al salón y nuestra hija nos explique todo– comentó Charles.

Y así, todavía con el pijama puesto, la familia escuchó las explicaciones de Desdemona sobre su aventura. Desde el hallazgo del diario del general sumerio, de cómo Burroughs le había ayudado a traducir las cartas, su decisión de tomar un tren sin reflexionar demasiado, su viaje hasta Constantinopla y Bagdad. Les habló de las maravillosas personas que había conocido en su viaje, como Madame Rigaud y su marido, del señor Robertson, de Martin y, por supuesto de Burroughs. Mientras su padre añadía datos que ella ya conocía, como la identidad de Liebermann, sus hermanas le preguntaban por Burroughs, y su madre se lamentaba de que tuviese que dejar las telas que había adquirido en Bagdad durante su huida.

Cuando se dieron cuenta, había amanecido. Los recién llegados se fueron a dormir, mientras el conde se encerraba en su despacho a escribir una carta, y la condesa y sus hijas trazaban bocetos en base a las descripciones que Desdemona había hecho de la ropa de la gente de aquellos países tan lejanos. Ya tendrían tiempo de explicarle a Desdemona qué era lo que ellos habían dicho para justificar su desaparición. Porque de algo estaba segura, pensó la joven antes de quedarse dormida sobre su cama, y es que su familia no la había repudiado.

Horas después se despertó y por primera vez en mucho tiempo, reconoció sin problema donde se encontraba. En su dormitorio, en su casa, con su familia. Había descansado como hacía semanas que no lo hacía. Llamó al servicio y pidió que le preparasen un baño. Mientras esperaba, su padre se asomó y le pidió que cuando se hubiese arreglado y comido algo, se reuniese con él en su despacho.

Todas esas actividades que antes le habían parecido tediosas, como seleccionar su ropa, ahora las disfrutaba. La comida le supo deliciosa. El corsé le seguía apretando, pero no se quejó en ningún momento. Estaba tan contenta esa mañana, que cuando almorzó con Martin en compañía de sus hermanas, Joyce le comentó que resplandecía de alegría. Cuando terminó, abandonó a su suerte a Martin, que se vio obligado a contar sus hazañas a las hermanas Russell.

Su padre ya la estaba esperando, leyendo la correspondencia que había llegado esa mañana.

– Desdemona, hija. Tenemos que hablar. Comprenderás que, si bien lo que has hecho es de admirar, a tu familia casi le destroza.

– Lo siento muchísimo, padre. Sé que fui una inconsciente. Si pudiera volver atrás, no lo repetiría. Sé que yo ya he caído en desgracia, pero tal vez mis hermanas se puedan salvar de la quema.

– Hija, creo que no me he explicado bien. Cuando digo que tu aventura casi nos destroza, nos refiero como personas, no socialmente. Cuando tu madre descubrió tu desaparición, casi muere de un infarto. Esa mujer ha estado llorando todos los días, pensando que su hija la había abandonado por un portugués pobre. Pensando que había sido demasiado estricta contigo. Por fortuna, pudimos averiguar la verdad rápidamente. Mientras tu madre me alertaba por escrito de tu fuga, me llegaba otra misiva avisándome de que mi hija estaba de camino en busca de Babilonia. Créeme cuando te digo, que casi preferí que te hubieses fugado con un portugués pobre. Pensar que mi hija estaba metiéndose en la boca del lobo, en un país que estaba a punto de estallar por los aires...– el conde la miró apenado.

– Lo siento mucho, cuando me fui no era consciente de nada. No sabía la situación de la zona. Me advirtieron en el barco camino a Constantinopla.

– Y aún así seguiste hacia delante.

– Pensé que era una tontería volver, cuando ya había llegado tan lejos–  murmuró Desdemona. Su padre estalló en carcajadas.

– Sabía que ese era el motivo. Puedes ser muy tozuda a veces. Por algo eres una Russell–  la mirada cálida de su padre calmaron los nervios de la joven.

– Burroughs me comentó que sabías lo de Liebermann.

– Le pedí que te parase, que te trajese de vuelta, pero él me dijo que sabía que en caso de hacerlo, en cuanto tuvieses la oportunidad, volverías a escapar. Ese hombre te conoce muy bien– Desdemona comprendió la insinuación de su padre, lo cual hizo que su llanto comenzase de nuevo.

– Está muerto, padre. Le abandoné en esa ciudad.

– Tu compañero Martin no es lo que me ha dicho– Desdemona miró a su padre sorprendida. ¿Cuando habían conversado ellos dos?– Me explicó que fue Burroughs el que reaccionó a tiempo, pidiéndole que te sacase de ahí y te trajese aquí sana y salva, como ha hecho. No hay noticias de él, Desdemona. Puede que siga vivo. Tardará en volver, porque las comunicaciones y vías se han cortado, pero si está vivo, volverá. No te pido que le esperes eternamente, solo que no cargues en tu corazón el peso de la vida de un hombre. Mereces ser feliz.

Padre e hija se fundieron en un abrazo, que fue interrumpido por Virginia Russell.

– Desdemona, querida. Tenemos que organizar una fiesta. Hay que celebrar tu retorno.

– No es necesario, madre. Dudo que la sociedad me acepte después de mi aventura.

– Bobadas. ¿No te lo ha dicho tu padre? Hemos contado que cuando llegaste a París comenzaste a encontrarte mal, fuimos al médico y nos dijo que tenías neumonía, por lo que te tuvimos que mandar a un convento francés para que mejorases. Ha habido tantos escándalos en estos meses, y tú has sido una chica tan tranquila, que nadie ha puesto en duda la historia. Así que vamos a celebrar que te has recuperado de la neumonía y has vuelto a casa. Ese color que tienes no es de persona muy enferma, pero diremos que en Francia el sol es más fuerte que aquí.

Desdemona sonrió. Su madre era única, por eso la quería. Sus padres estaban tan contentos por su regreso, que no la regañaron como esperaba que iba a suceder. El único castigo que recibió fue la promesa a su madre de bailar en la fiesta y acudir a todos los eventos a los que las invitasen.

LA PUREZAWhere stories live. Discover now