XX - "Metamorfosi"

182 26 0
                                    

Ante su respuesta, atendí mirándole exaltado.

- Es normal, Valentino. Ya deja los escándalos, es solo un poco de dolor. Se te va a pasar. - habló, indolente y desinteresado.

Una vez más, me encontraba con "los cambios". El rubio ya los había mencionado antes, cuando salimos del prostíbulo y me faltaba el aire. Pero ésta vez era distinto, me retorcía de insoportable dolor, como si mis órganos se desgarraran por sí solos.

Traté de contener mis gritos, pero me fué imposible, retorcido en el suelo. Felicios, de pié, me observaba con hartazgo.

- Ven, que ya no lo soporto. Me fastidian tus gritos retumbando por todo el salón. - Su forma de expresarse, siempre cruel y poco empática, hacía mi situación aún peor.

Me tomó del brazo y lo pasó por encima de su hombro, ayudándome a caminar. Pero fué inútil, ya que mis piernas temblaban por el dolor y no podía dar más que un paso. Al darse cuenta, suspiró y me cargó sobre su hombro.

- Como los viejos tiempos, ¿Verdad? - bromeó.

Entendí su chiste, ya que me había cargado de la misma manera en varias ocasiones. Igualmente, soportando tanto dolor, lo que menos me causaba era gracia.

Colgando adolorido de su espalda, sentí cómo subía las voluminosas escaleras que adornaban el lugar. El retumbar que se producía al subir los escalones, tan solo ese pequeño movimiento, me causaba terrible sufrimiento. Hacía vibrar mi adolorido cuerpo. Apreté mis puños, tembloroso y desganado.

No podía entender cómo minutos antes me encontraba perfectamente, y en cuestión de segundos, comencé a retorcerme en los más desagradables cólicos.

Una vez en el segundo piso, el rubio, de rápido andar, se dirigió hasta una habitación al final del pasillo y entró. Dentro era espacioso y bello, sin perder ni un céntimo de elegancia.
Era un dormitorio colosal, que irradiaba derroche de nobleza, de élite.

Repentinamente, Felicios me arrojó sobre las suaves sábanas de la cama. Pero nada se sintió suave, pues el impacto hizo mi dolor aún más punzante. Le grité variados insultos por semejante maltrato.

- Uy, perdón. Estaba verificando cuán fuerte era el dolor, y veo que mucho. - acotó gracioso.

Le quedaba bien ser un demonio, al muy hijo de perra. Bello por fuera, podrido por dentro.

Con dificultades para responderle, me limité a morder las sábanas, apagando mis alaridos de dolor. Él me observaba indiferente, como si no comprendiera el tormento ajeno. Quizás, efectivamente, no lo comprenda.

Lentamente, se sentó en la cama y comenzó a acercarse. Sentí impotencia. No quería que me provocara más dolor, no quería que me toque, que se burle, nada. Era tan impredecible que resultaba odioso, y era entendible, puesto que era un demonio, un príncipe de ellos, de hecho.

Ya estando cerca de mí, me susurró.

- Ponte hacia arriba. -

No quería obedecer. Así que me quedé quieto, intentando soportar el dolor, que ya comenzaba a darme mareos. Él suspiró irritado. Me tomó del brazo con cuidado, y lentamente me volteó hacia arriba, ya que me encontraba agonizando en posición fetal. No pude poner resistencia, ya que al mínimo movimiento, el dolor se esparcía punzante.

Aun así, me desconcertó su amable trato repentino. Lo observé con recelo, desconfiado de sus acciones, mientras me sujetaba el vientre, padeciendo múltiples espasmos.

- Mira, no empieces con tus miraditas amenazantes. Pienso ayudarte, no me hagas cambiar de opinión. - advirtió.

Entre gemidos de dolor, dudé de sus verdaderas intenciones. Él se mostraba impaciente, como de costumbre. Para su suerte, mi voluntad no duró mucho, pues el dolor comenzaba a tornarse insoportable. Era tanto que dejó de importarme lo que el rubio fuese a hacerme, solo quería ponerle fin. Entre jadeos, temblores y espasmos, le asentí con dificultad.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora