capitulo 9- Demonios pasados

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-¡Vamos cariño quiero que veas la habitación de tus hijos!- dijo Carmen emocionada.

Por fin podía enseñarle a su hija aquella habitación, lo que había decorado con todo el amor y cariño del mundo, ahora era momento de mostrárselo a su hija.

Le había costado muchísimo guardar el secreto y no decirle a Sami que en realidad no era un bebe lo que esperaba, sino dos. Sobre todo cuando unas semanas atrás habían comenzado a llegar todas las cosas que decorarían ese espacio. Sami había hecho preguntas, inconscientemente claro, porque ella no quería saberlo. Pero le extrañaba que llegaran tantas y tantas cosas. Ahora lo entendía y no podía evitar sonreír ante lo obvio que había sido todo y ella no haberlo notado siquiera.

Cuando Carmen abrió la puerta doble de ese cuarto Sami se quedó paralizada. La decoración hacia que pareciera un bosque de hadas. Las pareces estaban decoradas con pinturas de árboles, flores y animalitos de bosque. Incluso en el techo, preciosas nubes estaban pintadas. La luz central de la habitación representaba el sol. Sin duda sus niños disfrutarían estando allí.

Al lado derecho de la puerta había un cambiador doble de color verde pastel, debajo del cambiador había una cajonera. Muerta de la curiosidad Sami comenzó a inspeccionarlo todo. Esa cajonera estaba repleta de pañales, colonias y cremas para bebes. Al lado un pequeño armario del mismo color contenía mucha ropita para sus hijos y no solo era ropita de recién nacido. El sacar una de las prendas pudo ver que era para niños de tres meses. Su madre había pensado en todo o se había vuelto loca comprando ropita para sus nietos. A lo que ropa se refería estaba servida para unos cuantos meses.

Justo al lado de este armario había colocado un sofá rinconera de dos plazas de color crema. No era muy grande pero dos adultos podían sentarse o tumbarse en él cómodamente. Supuso que sería para utilizarlo en el momento de darles el biberón a sus niños.

Sí, biberón. Los pechos de Sami no dieron leche y no pudo experimentar la sensación de alimentar a sus hijos. Pero aun así ella era feliz con sus angelitos.

Al final del sofá, situado enfrente de la puerta había dos preciosas cunitas decoradas de muchos colores. Encima de estas dos enormes móviles colgaban del techo. Nubes, pájaros, estelas eran las cositas que formaban aquellos móviles, también de colores muy vivos. Sin duda sus niños estarían muy entretenidos mirándolos.

Entre las cunas una pequeña mesita ocupada por una lámpara que al encenderla proyectaba en el techo formas de nomos, hadas y dragones. También había cuatro telefonillos de esos, que uno es para dejarlo al lado de los bebes y otro para ti y así escucharlos si lloraban. Pero… ¿cuatro?

La parte izquierda de la habitación estaba formada por una gran estantería repleta de peluches, cojines y juegos infantiles. La mullida alfombra que ocupaba todo el suelo de esa parte del cuarto indicaba que era la zona de juegos. Sus hijos ahora solo dormían, comían y lloraban. Pero en pocos meses la vena traviesa de ellos saldría a la luz y también querrían jugar.

-¡Mama es preciosa! Has pensado en todo- dijo muy emocionada mientras abrazaba a su madre

-¿Te gusta de verdad? Mira que los últimos retoques los he dado en estos tres días que has estado en el hospital. No es que lo deje todo para último momento, sabía que el parto era posible que se te adelantara, pero esperaba que me dieras una semanita más hija.

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