CAPÍTULO TRECE: ILUMINACIÓN

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Gonzalo Manquian, al ver a Emilia casi corriendo hacia la citroneta donde él esperaba que su reunión de investigadora paranormal terminara, debió intuir que algo malo pasaba. O, al menos, que su amiga de toda la vida estaba invadida por una fuerte ansiedad. Probablemente nunca imaginó que el destinatario de esa ansiedad era él mismo.

Dio un respingo cuando la joven abrió la puerta del automóvil con fuerza, se lanzó sobre el asiento del copiloto y cerró la puerta con aún más fuerza. Quiero creer que intentó una sonrisa antes de ser avasallado por el ímpetu de la Médium.

—Gonzalo, necesito que me ayudes...

—¿Con qué? —preguntó con un hilo de voz.

Emilia le apuntó en el centro de la frente con su índice derecho.

—Con esto. Rápido, conduce. En la casa te explico mejor.

Para eso faltaban al menos cuarenta minutos, pero Gonzalo sabía muy bien que intentar que Emilia soltara prenda antes de ella quererlo era completamente inútil. Lo único que le quedaba, entonces, era conducir y esperar. Durante el viaje, su amiga mantuvo los ojos fijos en el Santiago nocturno que se extendía al otro lado de la ventana de la citroneta. Siempre volvía así después de sus reuniones con los fantasmas y sus compañeros Médiums, y sin embargo esa noche parecía estar casi dormida. Él, bibliotecario de oficio, sabía distinguir ese nivel de concentración como aquel que domina a aquellos que están inmersos del todo en una buena lectura o en un problema muy grande.

Cuando giró por última vez en la esquina de la calle donde se encontraba la casa de los Berríos, habrá suspirado de alivio, para luego recordar que muy probablemente era ahí donde los problemas comenzarían. Detuvo el auto y Emilia descendió como si alguien la persiguiera, confirmando los temores de Gonzalo. Pero, no sé por qué, pienso que en el fondo estaba expectante y, aunque nunca lo reconocería, entusiasmado. Claro que no lo puedo afirmar del todo, porque no estuve presente esa noche, ni escuché este relato de su boca.

Debían pasar de las tres de la mañana cuando ambos jóvenes se acomodaron por fin en la habitación de Emilia. Esta, de pie, rebuscaba afanosamente en su escritorio.

—Listo... —murmuró cuando encontró lo que buscaba: un montón de hojas blancas y una pluma—. Conoces algunos de los hechos del caso que estamos investigando, pero quiero que les escuches todos de nuevo... Primero, el lugar: la Estación Central.

—Espera, Emilia. Espera —exclamó Gonzalo, dejando a su interlocutora con la mano congelada sobre el papel en el que se disponía a escribir—. ¿Qué pasa? ¿Por qué de repente estás tan ansiosa por hacerme parte del caso?

Emilia, al escucharlo (sospecho que al principio de refilón y solo al final en serio), se obligó a respirar hondo. Más calmada, comenzó otra vez y por otro vértice.

—Siento que nos hemos concentrado demasiado en los fantasmas... Creo que puede haber una veta en los Corpóreos que aún no hemos analizado porque somos Médiums o fantasmas... ¿entiendes?

—Así que quieres mi ayuda...

—Sí. Necesito que con tus ojos y mente de Corpóreo sin ningún don psíquico me digas qué piensas al respecto.

En una posición muy similar a la suya todos los días de mi vida desde que había pasado a formar parte de la APA, sospecho que por unos segundos, Gonzalo Manquian se sintió ofendido. No es que las palabras de Emilia fueran una ofensa, pero es que conociendo tantos Médiums como conozco, puedo afirmar que las palabras "Corpóreo sin ningún don psíquico" suelen tener un sonsonete extraño en sus bocas.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora