CAPÍTULO ONCE: CONTRASTE

1.1K 113 322
                                    


En torno a los andenes se agolpaban decenas de personas que querían ver lo que había ocurrido. Algunos ya estaban en la estación antes de lo sucedido; otros, como Emilia, habían llegado de las inmediaciones después de escuchar los gritos y el chirrido del tren al frenar. La curiosidad se alzaba en un murmullo discordante, mezclada con un morbo que en esos casos siempre disminuye la importancia de víctima y elevaba la del suceso. A Emilia le habrá tomado unos cinco minutos atravesar la estación a causa de la multitud. Y solo cuando estuvo más cerca, la joven pudo identificar entre el ruido, similar al zumbido amplificado de muchos insectos, preguntas que nadie respondía aún: ¿Qué pasó? ¿Es un hombre o una mujer? ¿Está muerto?

Emilia sintió que una náusea le subía por la garganta.

Cuando llegó al punto donde se aglomeraba la mayor cantidad de gente, se abrió paso entre ellos a punta de codazos y sintió más que nunca que se movía dentro de un sueño, el que aún no adquiría los rasgos de una pesadilla. Lo haría, pronto, y ella lo sabía. De momento, sin embargo, todo parecía teatral, como una puesta en escena. El tumulto, una masa informe de cabezas y ropa, se abrió poco a poco para que Emilia llegara a su destino: el andén de la derecha, que recibía a los trenes recién llegados y donde una máquina aún humeaba entre los murmullos de la gente, detenida metros antes del lugar que le correspondía.

Una cuerda había sido puesta a modo de límite entre la escena del accidente (o crimen) y los mirones. Más allá, un par de carabineros interrogaban al maquinista y a su ayudante. Estos últimos parecían a punto de desmayarse, en el especial el más joven, que apoyaba el sombrero de su uniforme contra el pecho y se balanceaba ligeramente sobre los pies. Un guardia de la estación escoltaba a los pasajeros recién llegados hacia la salida del andén y aunque estos debían estar tan confundidos como aquellos que observaban todo desde el otro lado de la cuerda, de sus bocas no salía ni un murmullo y sus ojos evitaban mirar hacia las vías.

Emilia también había evitado hacerlo, pero en ese momento hizo vagar los ojos hasta el espacio lleno de sombras frente a la locomotora. Alcanzó a ver a otro par de carabineros, quienes por la inclinación de sus cabezas al parecer miraban hacia el suelo. De pronto, uno de ellos se agachó, parándose rápidamente al segundo siguiente. Se giró hacia la gente y su semblante pálido se contorsionó al gritar.

—¡Un doctor! ¡Necesitamos un doctor!

Hubo un revuelo entre los que rodeaban a Emilia, sumado a una serie de murmullos que se asemejaban mucho al entusiasmo. La víctima estaba viva. La Médium sintió que sus náuseas se acentuaban.

—¡Rápido, alguien que nos ayude!

—Yo... —se oyó murmurar Emilia—. Yo soy... —Como si alguien la empujara (y tal vez alguien lo hizo entre la multitud), se adelantó unos pasos. Lo siguiente lo dijo en voz alta y estridente—. ¡Yo soy enfermera!

De golpe muchos la miraron, con atención y también desconfianza. Debían ver lo que era evidente: que era solo una mujer, joven además, demasiado escuálida para ser una verdadera ayuda. La mentira de Emilia percibida gracias al instinto y al prejuicio. Pero lo cierto era que nadie podía saber que ella mentía y esa certeza la envalentonó. Alzó la cuerda y se acercó a las vías a paso firme, irguiéndose todo lo que su corta estatura le permitía. Uno de los carabineros que había estado interrogando a los maquinistas se le acercó. Era, probablemente, más joven que ella.

—Señorita, no se acerque... Hay mucha...

—¿Sangre? ¿Cree que es la primera vez que veo algo así?

Sorteó al carabinero y los primeros indicios de su nerviosismo se hicieron sentir. Tenía la frente llena de sudor y las manos tan fuertemente empuñadas que le dolían. No sabía por qué estaba haciendo eso. Alguien necesitaba asistencia médica y ella no tenía los conocimientos necesarios para ayudarle. Pero ahí estaba, cada vez más cerca del borde del andén. Ya podía ver a los carabineros en las vías de pies a cabeza y, detrás de ellos, unos zapatos, el faldón de un abrigo, una mano.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Where stories live. Discover now