Capítulo 16

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La semana que comenzó fue una de las más duras de su vida. No se podía alegrar de que hubieran cortado las clases en la universidad para los exámenes: Lucía habría preferido, y por mucho, estar más entretenida de lo que ya lo estaba para no pensar. Y estudiar no era entretenido. Aunque requiriese concentración, tenía tantas cosas en la cabeza que, nada más leer las primeras frases del temario, se bloqueaba y empezaba a sudar.

No estaba en condiciones de memorizar, pero no iban a tener piedad con ella solo porque estuviera destrozada. Así que intentó, por todos los medios, meterse en la cabeza cada una de las lecciones a base de fuerza de voluntad. No sirvió de nada disponer de la casa vacía durante parte del día, ni tener por fin un escritorio decente que llenar de post-it y hojas de resumen. Cada vez que se sentaba, su mirada se perdía en algún punto de la pared y rompía a llorar sin consuelo.

El lunes y el martes habían sido especialmente duros. El primer día fue a la caravana a recoger sus cosas con Mon y los chicos. Necesitaba su ropa y su ordenador con ella para perfilar el reportaje. El segundo día, pudo hablar por teléfono con Tali. Al contarle lo que había pasado, su situación se hizo más real y no pudo soportarlo. Su amiga se ofreció enseguida a coger el primer autobús del pueblo a Madrid y pasar con ella el tiempo que fuese necesario: también la animó a ir a Alcalá de Henares hasta que se recuperase. Lucía rechazó ambas posibilidades, aun cuando le preocupaba estar abusando de la confianza de Adrián. Pero se sintió arropada, y eso solo la puso más sensible.

Mon iba a verla a diario. Lucía la regañaba porque no estaba en condiciones de coger la moto para cruzar la ciudad, y menos para aguantar sus sollozos. A ella le importaba un carajo. Hacía lo que le daba la gana. Incluso había ignorado su deseo de guardar el secreto a Lolo, a quien Lucía estuvo esquivando parte de la semana por miedo a una reacción decepcionante. Ahora estaba al tanto y llevaba días tratando de contactar con ella.

No podía parar de preguntarse qué estaría pensando. Se había ocupado personalmente de enviarle un mensaje suplicándole que no hiciera nada. Ni llamar a su madre, ni buscar a su padre, ni nada. Por lo que sabía, lo estaba respetando, pero era cuestión de tiempo que la furia de Lolo se avivase. Nunca lo había visto enfadado y le preocupaba lo que podría desencadenar. Lo más probable era que también anduviera inquieto por el paradero y las actividades de Isabel, de la misma forma que Mon y ella.

Ese era una de los temores que Lucía había transmitido a la psicóloga en las dos sesiones que concertó. La mujer era increíblemente agradable y enseguida se compenetraron a la perfección, tanto que en apenas una hora le había contado la historia de una vida que nunca supo que odiaba... hasta que lo compartió con ella. Vio su rabia y su desesperación en los ojos de la terapeuta y se preguntó si algún día conseguiría acostumbrarse a la ausencia de la única persona que había tenido al lado desde que recordaba. Aroa, la especialista, le prometió que construyendo un hogar por su cuenta y manteniendo su vida ocupada, lo lograría. La pregunta era... ¿Cómo se construía un hogar? ¿Lo hacía el espacio? ¿Lo hacían las personas que lo habitaban? ¿Lo hacían ella sola y sus concepciones?

Hasta el momento, su hogar había sido una madre y una caravana. Y decidió deshacerse de la segunda cuando entendió que, aunque Isabel volviera, no podría verla con los mismos ojos. Ese hogar estaba perdido. ¿Y cómo se sobrevivía al hogar perdido? Una vez más le tocaba resurgir de sus cenizas, con la diferencia de que cuando tuvo que hacerlo en la primera ocasión, contaba con su madre. Ahora no la tenía a ella. Pero tenía a Mon, a Tali, a Lolo, a Adrián y a sus chicos... Y eso era incluso mejor en algunos aspectos. Ellos eran pacientes, moderados, cariñosos, y se turnaban para no dejarla sola. Merendó con Mon todas las tardes, recibió la llamada telefónica de Tali cada noche; se despertaba y hacía el desayuno con un Mingo respetuoso que no la molestaba con esos «¿Cómo estás?» que la mataban porque no podía responder «mejor»... Sacaba al perro con Ricci, y en cuanto a Adrián...

Sigue mi vozWhere stories live. Discover now