Capítulo 15.2

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—Parece que se lo ha tomado bien —suspiró Adrián, mirando a Lucía desde la isla de la cocina. Se había sentado en la terraza con Mon y con el perro. Su preferencia por las féminas quedaba demostrada una vez más; parecía haberse olvidado de la nueva inquilina, porque ahora asediaba a la invitada con su rabo juguetón y sus lengüetazos no pedidos.

—¿Quién se tomaría mal la llegada de esa maciza? —exclamó Ricci, también apoyado en la barra con los codos—. ¿Os he dicho ya que me encantan las gordas? Miradla, si es que no sabéis lo que os perdéis...

—No está gorda, imbécil, está embarazada.

—¿Embarazada? ¿De quién? De mí no, eso seguro, y es una pena.

—De un cabrón que se dio a la fuga —contestó Mingo—. A Lolo no le gusta hablar de eso y yo tampoco es que me haya molestado en preguntar. Se lo oí decir a Martina. Parece ser que conoce al fulano de hace un tiempo y es un pieza. Cabía esperar que no asumiera la responsabilidad.

A nadie le sorprendió lo que Ricci extrajo de la explicación.

—Oh, eso significa que está soltera. Menos mal. Debe ser más joven que yo... Máximo veintitrés.

Mingo le dirigió una mirada irónica.

—¿Tú no estabas muy enamorado?

—Martina todavía no me ha obligado a ir por la vida como los burros, y mientras tenga ojos, voy a usarlos. Es lo único que aún no me han arrebatado y pienso deleitarme todo lo que haga falta. ¿La habéis visto? Debe ser la embarazada más sexy que he visto nunca. Pero lo digo porque Taylor Swift aún no ha tenido hijos, claro...

—¿No la conoces? —inquirió Mingo—. Es la hija de Lolo. El año pasado era la que ponía copas. Las ponía hasta hace poco, en realidad. Y es literalmente inalcanzable. No sé quién le haría el bombo, pero como mínimo merece un Nobel de la Paz. Ni la ONU está preparada para la guerra que da esa mujer.

Ricci se giró hacia él, divertido.

—¿A ti te dio guerra? —rio.

—Le dije de tomarnos un café y me dijo: «de acuerdo, pero el café me gusta solo, así que espero que sepas dónde guardar las manos y dónde dejar los cumplidos» —citó—. Naturalmente ni me molesté en intentarlo otra vez. Hemos hablado más veces y es buena chica.

—¿No te molestaste en intentarlo una vez? ¿Dónde ha quedado eso de que te gustan las tías a las que le caes mal?

—Hay una diferencia entre caer mal a alguien y que le seas indiferente. Me llaman la atención las que me envían a la tumba de un vistazo, no las que me miran y es como si estuvieran viendo una cómoda de Ikea. No pierdo el tiempo con la gente que me ignora —acotó. Sacó un cigarrillo del paquete que siempre llevaba encima y se crujió el cuello, cansado.

—¿No será porque te da miedo que te dañen el ego?

—Al contrario. Me aterra dañar el ego de los demás. Ya hay demasiada que me hace más caso del que me gustaría, como para añadir más al carro. Me parece de mal gusto perseguir a quienes no les importo cuando sobran mujeres dispuestas a prestarme atención. Indirectamente estoy diciendo que las difíciles valen más y eso es asqueroso. Por no añadir que para este tipo de práctica de ligoteo ya tenemos a Adrián.

El aludido apartó la vista de la sonrisa llorosa de Lucía y lo miró.

—¿A qué te refieres?

Mingo señaló con el cigarrillo a la chica.

—A que te va lo chungo. Eso de ahí es un problema con piernas.

—Son unas buenas piernas —añadió Ricci, en su mundo—. Aunque le faltan unos kilos. Unos diez, más o menos...

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