Capítulo 1.1

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Su ilusión fue tan evidente en la forma en que la estrechó, como si quisiera exprimirla, que ella se derritió en contra de sus principios.

Le sorprendió que su olor le resultara familiar. Que sus manos le fueran conocidas. Tampoco había apartado su voz del pensamiento. Pero lejos de toda revelación personal, Adrián estaba abrazándola como si acabase de volver de la guerra, y la sensación que pudo con todas las demás fue la de la confusión. Y, enseguida, el rencor y el desengaño.

¿Cómo se atrevía a ponerle un dedo encima? ¿Se estaba riendo de ella?

Lo empujó por el pecho para separarse y le sostuvo la mirada con el ceño fruncido. La duda que bailó en sus profundos ojos avellana la descolocó un segundo.

—¿Qué haces? —le espetó, sofocada. Lo miró de arriba a abajo con una mueca desdeñosa—. ¿A qué ha venido eso?

Adrián frunció las cejas cobrizas, a juego con el pelo. Lo llevaba ligeramente más largo de como recordaba, y al estilo despeinado pero favorecedor que solo lograban los peluqueros. 

Se pasó una mano por el flequillo.

—¿No te acuerdas de mí? —preguntó, vacilante—. Soy Adrián. Nos conocimos en la calle Preciados hace casi dos años.

Lucía no dijo nada. Su voz rescató unos cuantos recuerdos íntimos que ella casi había logrado enterrar. De ahí era de donde surgía ese tono ronco de barítono harto de cantar: del recuerdo. Solo que ahora era muy real. Adrián estaba ahí de verdad.

—Soy el chaval que intentaba tocar sin amplificador. Tú te reíste de mí y me prestaste el tuyo... —continuó, sobreexcitado. De pronto parecía poseído por la hiperactividad. Tragó saliva y dio un paso hacia delante—. Eres Lucía.

Su estado de agitación la dejó descolocada. Estaba actuando ccomo si se hubiera topado de golpe con un fantasma, o con alguien que nunca pensó que volvería a ver. Seguro que eso fue exactamente lo que creyó, el muy hijo de puta. Sin duda le habría convenido no cruzarse con ella, por si se le ocurría abrir la boca y poner su vida profesional por los suelos.

Un ramalazo de ira le hizo apretar los puños.

—Así me llamo. Pero a ti no te he visto en mi vida —le soltó con frialdad. Tal y como supuso, Adrián recibió la respuesta como una bofetada. Iba listo si pensaba que se pondría a recordar viejos tiempos con una cervecita en la mano. Lucía tenía muy buena memoria, y él, ninguna vergüenza—. Si me permites un consejo... No vuelvas a coger en volandas a alguien que no conoces. Te llega a tocar alguien con muy mala leche y te denuncia por tocamientos inapropiados.

«Si es que eso existe».

Se dio la vuelta para regresar al almacén. Levantaría un fuerte si fuese necesario. No pensaba estar bajo el mismo techo que él. Pero las piernas le fallaron, débiles por el reencuentro, y tuvo que quedarse donde estaba.

—Claro que me has visto. No digas tonterías —exclamó él. La rodeó y fue a ponerle las manos sobre los hombros, pero debió darse cuenta de que Lucía le aplicaría el 619, porque las volvió a dejar caer. «Buen chico»—. Veintitrés de junio. Llevabas el pelo corto y una chaqueta vaquera con chapas... Una de ellas decía «Solo vengo por la comida», y otra tenía la bandera del arcoíris. Cantaste una canción de Rozalén.

Su mueca hostil mudó a otra de sorpresa verdadera, que no le vino mal para hacer que la Virgen le hablaba y engordar su coartada. No se acordaba de que cantó una canción de Rozalén, ni de lo que llevaba puesto, pero lo de la chapa era verdad porque se cabreó cuando la perdió.

Se obligó a componer una falsa sonrisa cortés.

—Lo siento mucho... No tengo ni idea de qué me hablas. Tendré memoria de pez. O a lo mejor no fue tan relevante el cruce contigo.

Sigue mi vozWhere stories live. Discover now