Con un gesto, Burroughs le cedió el paso a la muchacha y se dirigieron a las hamacas. Durante unos minutos permanecieron callados, mirando el mar. La joven notó que el hombre estaba nervioso, sujetando entre sus manos una hoja, que imaginó eran las señas de Robertson.

-¿Es la dirección del señor Robertson?- preguntó señalando el papel.

-Eh, si, si. Tenga. Me ha insistido en que le escriba en cuanto salga de Bagdad. La ciudad es un hervidero ahora mismo y teme que estallen revueltas estando usted ahí.

-Comprendo. Dígale que no se preocupe. Mi estancia será corta.

Los dos volvieron a quedarse en silencio unos minutos más. Desdemona no soportaba la tensión, así que se levantó con la excusa de terminar de recoger sus cosas, aunque ya lo hubiese hecho en realidad. Iba a despedirse del Burroughs, cuando este comenzó a hablar.

-Señorita Adams, siento si en este viaje no me he comportado como un caballero con usted.  En estos días he tenido la oportunidad de conocerla y le tengo cierta estima, a pesar de mi proceder con usted. Usted tiene algo que se escapa a mi entendimiento, a mi juicio, que hace que actúe con usted como un niño pequeño.

-¿Disculpe?- Desdemona no entendía qué sería decir ese hombre. ¿La estaba acusando de algo?

-Siento si no me explico bien, es complicado encontrar las palabras adecuadas. Llevo todo el día pensando como decirlo y no encuentro la manera de hacerlo y no quedar como un idiota.- La bocina del barco sonó, indicando la llegada al puerto de Constantinopla. Desdemona vio como la gente salía a cubierta para ver la ciudad- ¿Le importa que hablemos en un lugar más tranquilo? Hay demasiada gente y ruido. No puedo ni oír mis pensamientos.

La muchacha comprendió que Burroughs quería hacerle algún tipo de confesión, pero vio como el matrimonio francés se acercaba a su encuentro.

-Lamento no poder hacerlo, señor Burroughs. El viaje ha terminado y he quedado con los Rigaud para descender con ellos del barco. Dígale al señor Robertson que le escribiré en cuanto pueda. Ha sido un placer conocerle, señor Burroughs, a pesar de nuestras diferencias.

Desdemona se giró sin esperar la respuesta del hombre. Quería irse de ese barco ya, no podía aguantar un segundo más cerca de él. Los gritos de la gente la abrumaban cada vez más, contribuyendo a que su estado nervioso aumentase. ¿Que le ocurría? ¿Por qué le parecía que le faltaba el aire? Respiraba rápido, como si sus pulmones no pudiesen coger mucho aire. Se abanicó con la mano, esperando que el sofoco que tenía desapareciese. En ese momento notó como la agarraban del brazo. Al girarse, se encontró con la mirada de Burroughs.

-Señor...- susurró la joven sin saber muy bien qué decir.

-Señorita Adams- parecía que él tampoco sabía qué decir. Ambos se miraron a los ojos, como si buscasen que la verdad floreciese a través de ellos, dejando las palabras de lado. La mirada de él, a diferencia de ocasiones anteriores, no era burlona ni dura. Era amable, llena de miedo e indecisión. ¿Qué quería realmente él de ella?- Tenga.

Al soltarla del brazo, le tendió una carta salida del interior de su chaqueta. Sus manos se rozaron y Desdemona no pudo evitar sonrojarse. La relación con aquel hombre se estaba tornando en peligrosa. Es tu enemigo, se recordó a si misma, no te dejes llevar por falsos sentimentalismos. Sin esperar que ella dijese nada, Burroughs se marchó, perdiéndose entre la multitud de la gente.

-¡Señorita Adams!- la voz de Madame Rigaud la devolvió a la realidad. Antes de que la mujer se acercase, Desdemona guardó la carta en la manga de su vestido.- Llevo un rato saludándola de lejos y no me ha visto. ¿El caballero era el señor Burroughs? ¿Se han despedido? Verá y sé que es de ser una entrometida, pero he notado entre ustedes, ¿cómo decirlo? Relación no sería la palabra adecuada. Más bien como un hilo. Sí, eso, un hilo.

-¿Un hilo?- Desdemona no entendía a dónde quería llegar la mujer.

-Sí querida, un hilo. Es como si estuviesen unidos por un hilo y tirasen de el para intentar romperlo, pero a la vez les obligase a estar juntos. En fin, que sí tienen que volver a encontrarse, lo harán. Es lo maravilloso del destino. ¿Alguna vez le he contado cómo conocí a mi marido? Producto del destino. Ahora que viajaremos tranquilamente en tren, me tiene que contar si tiene algún amor. ¡Oh, la juventud! Echo de menos el ir por la calle, que algún mozo te silbe y te guiñe un ojo, los encuentros románticos a la luz de la luna, ese cosquilleo que recorre el cuerpo ante la expectativa de encontrarse con el chico que a una le gusta.

La mujer comenzó con uno de sus monólogos eternos interrumpiendo nada más para indicar por dónde debían dirigirse, señalar a los mozos sus maletas, y hacer algún comentario a su marido. Mientras desembarcaban, Desdemona no notó el aire cálido de la ciudad, el ruido de los pasajeros o el parloteo de Madame Rigaud. Solo tenía una cosa en la cabeza, la carta que Burroughs le había entregado. Notaba el papel sobre su muñeca, como una pulsera. Su pulso se aceleró, nerviosa. Esperaba que Madame Rigaud no notase que tenía algo escondido, pues no quería tener que darle explicaciones, aunque tuviese que inventárselas. Buscó a Burroughs entre la multitud, pero desistió al darse cuenta de lo imposible de la tarea. Había desaparecido y lo único que le quedaba de él era una carta, unos recuerdos que sólo de pensar en ellos la confundían y la sensación de que él sabía más de lo que ella creía. Al fin y al cabo, trabajaba para Liebermann, pensó la joven. Es tu enemigo, no lo olvides.

LA PUREZAWhere stories live. Discover now