—Gracias por esto —balbuceó—. No tendrías que haberte molestado.

—Creo que era necesario. Anoche fui a rebuscar algo comestible en la nevera y me di cuenta de que no hay nada que puedas comer. En esta casa nos encantan los animales... sin importar el estado de sus vitales.

Lucía arqueó una ceja, pero los otros dos se rieron.

—No tendrías que haberte preocupado por eso, Adri. La ternera que nos comemos viene de vacas que han estado en balnearios antes de yacer en el plato. Les hacían shiatsus y una pedicura estupenda. Murieron de gusto, por causas totalmente naturales... —se descojonó Ricci—. Por lo menos, este beicon está tan bueno que al cerdo debió darle tiempo a sacarse una carrera universitaria. Tuvo que ser un cerdo muy feliz para saber así.

—¿Y se supone que una carrera univesitaria hace feliz a la gente? —inquirió Mingo—. Cómo se nota que no habéis hecho una.

Lucía soltó una carcajada y levantó la mano para chocarle los cinco a Mingo, que aceptó el gesto con una sonrisa de lado. Enseguida carraspeó, avergonzada por su arrebato, y compuso un rictus serio.

—No tiene gracia.

—De acuerdo, doña col, no te frustres —rio Ricci, pellizcándole la mejilla. Lucía le dio un manotazo en el hombro y él fingió haberse hecho daño—. En la terraza tenemos una zona con hierba, cuando pase el cortacésped te dejo comerte lo que haya cortado.

Lucía soltó una carcajada por el cachondeo y sacudió la cabeza. Ese chico no tenía ningún remedio. Ninguno de los tres, a decir verdad.

—Bueno, cuando acabes de desayunar y te canses de que Ricci critique tu dieta alternativa, ven al salón —pidió Adrián—. Quiero hablar contigo sobre un par de cosas.

La sonrisa se le congeló en la cara.

No había dicho «tenemos que hablar», pero todos sus sinónimos eran motivo de alarma. Lucía no estaba en condiciones de hablar de lo que le gustaría hablar. Ni siquiera estaba en condiciones de mirarlo a la cara. Nunca se había abierto con alguien del modo en que lo había hecho con él los últimos días, y la impresionaba que ahora supiera tanto sobre ella. Le preocupaba lo que fuese a hacer con la información. ¿Cómo enfrentar a alguien que tenía tanto poder, que conociendo sus puntos débiles podría destruirlos...?

Eso se dijo al levantarse y seguirlo, porque se le había cerrado el estómago y, francamente, ya le habían hecho todos los chistes sobre veganos habidos y por haber. Ganas de comer no le quedaban. Sin embargo, sabía que no era eso lo que temía, porque tenía la extraña convicción de que Adrián no le haría ningún daño. Lo que ya era bastante raro teniendo en cuenta que Lucía desconfiaba hasta de su sombra. Simplemente no quería que le preguntara por qué había dormido abrazada a él. No tenía una respuesta a eso, y si la tenía, prefería no darla.

—Lo primero que quiero que sepas es que no estás obligada a aceptar —empezó, en medio del salón—. Es una sugerencia que te hago porque estoy seguro de que no te hará ningún mal, y mi deber... Mi placer —corrigió. Se puso una mano en el pecho—, es que estés bien. Voy a tardar mucho tiempo en recuperarme de lo que vi cuando abrí la puerta el domingo, y digo lo mismo de tus gritos en la pesadilla, así que no quiero imaginarme lo mucho que te costará a ti.

Lucía escuchaba llena de angustia. Ni se imaginaba por dónde podrían ir los tiros.

—Como ya he dicho, he llamado esta mañana a mi psicóloga y le he pedido una cita extra aparte de la mensual. No he confirmado nada. Solo te abro la puerta por si quisieras... hablar con alguien de lo que ha pasado. A mí me ayudó mucho empezar la terapia cuando estaba solo.

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