Capítulo 2: B.F.M.V, bittersweet memories

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Ascensor del edificio 3B, 182: Las puertas se abrieron en el primer piso, dejando que Florencia, la vecina del 507 bajará. Tomas, quien recién estaba superando su miedo a los ascensores, ingreso lento. Sintiendo como el corazón se le acelera por el hecho de colocar su pie en el mismo. Se repitió varias veces que no se caería el ascensor, que no le iba a faltar el aire, que podía salir. Sus manos comenzaron a sudar, y logró apretar el piso dos. ¿Porque subía por ascensor dos pisos si tenía tanto miedo? Llevaba una caja que pesaba kilos, ya que estaba rellena de libros. Tomás era musculoso, pero aun así, era demasiado peso para el. Mucho más a esa hora de la noche, que se había pasado todo el día armando y colocando muebles, abriendo cajas, limpiando y ordenando. Cerró los ojos, esperando que el ascensor cerrará sus puertas, e intentó que su mente no pensara más en el hecho de que estaba encerrado en esas cuatro paredes. Cuando se dio cuenta que la puerta no cerró volvió a abrir los ojos. Entrando al ascensor se encontraba el chico más depresivo que sus ojos habían visto en mucho tiempo y uno de los más guapos. Se detuvo a observarlo, llevaba unos pantalones negros rasgados, una camiseta y chaqueta de jean desprendida. En su cabeza llevaba una bandana negra, que se mezclaba con sus cabellos oscuros. La palidez de su rostro le llamó la atención, ya que parecía estar enfermo.
-Buenas noches..- Esa voz, era áspera y grave. Y Tomás comprendió que de tanto mirar al chico, este se había sentido incómodo y por eso era el saludo. Dirigió la vista al suelo, mientras respondió el saludo. Las puertas se cerraron esta vez, luego de que Agustín presionara el piso tres. El ascensor cerró sus puertas, y Tomas cerró los ojos otra vez. Solo eran unos segundos que estaría ahí, ya todo pasaría.
El ascensor freno de golpe, y todas las luces quedaron apagadas, menos una roja que había en el techo. Dentro del ascensor, Agustín estaba tranquilo, ya que estaba acostumbrado a esto. Tomás, comenzó a sentir como el aire le faltaba, y hormigas recorrían todo su cuerpo. Este último, no aguanto la presión y el miedo, y comenzó a llorar.
-Voy a morir, voy a morir con un agujero en las medias y mis boxers de ositos gominola.- Estas confesiones, lograron que Agustín comenzara a reírse a carcajadas, el cual estaba tranquilo, porque estaba acostumbrado a que estos cortes en el ascensor ocurrieran. No pasaron ni dos minutos, cuando el ascensor estaba en marcha nuevamente. Tomas bajó rápidamente de este, intentando hacer que su cuerpo se calmara, y a su vez, no quería volver a ver a su nuevo vecino, la vergüenza era demasiada. Las puertas volvieron a cerrarse, Agustín quedó solo en el ascensor, en su rostro quedaban rastros de una sonrisa y que una caja llena de libros estaba a su costado. Sabía que a esa hora, el recepcionista del edificio no estaba. Por lo que decidió bajar la caja y guardarla en su apartamento, mañana temprano al salir, la dejaría en recepción.

Apartamento 301:
Sonó el ruido de las llaves del otro lado de la puerta, y esta se abrió al instante. Otra vez, a la misma hora que desde hacía dos meses, Agustin entraba solitario al apartamento. Pero si las paredes tuvieran pensamientos, y los ladrillos hablaran, estarían realmente sorprendidos. Aquello que desde hace dos meses parecía imposible, estaba ocurriendo. El, estaba sonriendo. Dejó la caja, junto a la puerta. Era demasiado peso para que sus brazos pudieran levantarla por mucho tiempo. Incluso tuvo que frenar varias veces en el pasillo, para que sus músculos descansaran. Se dirigió a la cocina, agarro un poco de su gelatina con forma de oso y se sentó en el sillon. Esta vez sus pensamientos no lo ocupaba Lucía, ni la banda, sino el chico al cual había visto en el ascensor. Debía ser nuevo en el edificio, o estar demasiado borracho. El ascensor se apagaba muy seguido, habían armado reuniones de vecinos para juntar dinero y cambiarlo. Pero nunca se llegaba a nada. En un inicio no había podido sacar la vista de el, parecía seguro en si mismo, y era demasiado guapo. Se notaba que dedicaba tiempo en el gimnasio, sus cabello rubio, despeinado y los lentes con aumento lo hacían parecer un chico de una revista. Pero cuando lo vio gimotear, todo aquel aspecto se cayó. Dejándolo vulnerable ante el. No tenía sentido seguir pensando en lo que había sucedido, igualmente, había sido una buena distracción de los problemas que se venían acumulando. Faltaba una hora para las once, decidió meterse a la ducha, antes de agarrar la guitarra y ponerse a cantar. Esta noche, era tiempo de Bullet for my valentine, bittersweet memories. Agarró la guitarra, y en cuanto comenzó a tocar los primeros acordes, su mente desconecto del mundo. Este era su momento favorito del día, solo eran el y la música. Las palabras salían de su boca, y en el descargaba todo el miedo y el dolor de los último dos meses. Aun se sentía traicionado, y más solo que nunca. La voz salía del alma, ya no era su cuerpo quien cantaba y rasgaba las cuerdas. Pero fue su mente, y su corazón, los que hicieron un paro y saltaron de la emoción, cuando comenzó a sentir los acordes de un violín, acompañando la guitarra. No podía distinguir de donde provenía el sonido, pero por primera vez en mucho tiempo, alguien estaba tocando con el. Su corazón aceleró el ritmo, y comenzó a cantar más fuerte. Esta vez no era solo para el, sino para aquel o aquella persona que estaba tocando el violín. Un poco de compañía después de tanto tiempo. Siguió tocando, notando como el sonido de ambos instrumentos se mezclaban. Claramente el violín sonaba menos que la guitarra, porque no estaban en un mismo lugar. Pero podía sentirlo, y eso le llenaba de emoción. Ya había renunciado a tocar junto a alguien, y a vivir. Con solo veinte años había perdido las ganas de todo, y algo tan simple, como alguien tocando el violín había servido para sacarlo del pozo en el que estaba. La canción terminó, y siguieron con más del mismo grupo. Luego de media hora de tocar, dejo de escuchar al violín. Colocó la guitarra en el escuche, y se acostó. La compañía de la música le había recordado que había más gente en el mundo, que no todos serían como sus antiguos amigos. Que no merecía estar solo. Pensó en el chico del ascensor, se preguntó si el también había escuchado el violín y la guitarra sonar, si reconocería la canción y si ya estaría mejor. Se noto a si mismo deseando que ya la respuesta a esas preguntas fueran afirmativas. Y se dejó vencer por el sueño, consciente de que hoy cambiaría el rumbo.

Apartamento 201: La puerta se abrió de golpe, Tomás había olvidado cerrarla con llave. Ingreso al apartamento sudando, y nervioso. No podía creer que había hecho semejante comentario frente a su vecino, siempre le pasaba lo mismo cuando veía chicos lindos. Nunca encontraría pareja a este ritmo. Sintió como con estos pensamientos, su corazón se iba calmando y distraía a su mente de lo que había ocurrido minutos antes. Cada vez se alejaba más del pánico. Y cuando ya tenía la mente despejada, la cara de horror regreso a su rostro. Había dejado la caja en el ascensor. Otra vez salió del apartamento sin trancar la puerta.
Minutos más tarde la puerta se abrió lentamente, en esta ingresó un Tomás arrastrando los pies. Siempre había sido despistado, y siempre estaba lleno de miedos. Pensó que estas dos cosas iban a cambiar ahora que vivía solo, y estaba dispuesto a hacerlo, pero cada vez le resultaba más difícil. El miedo le había dominado, y había terminado olvidando una caja en un ascensor, tal vez nunca recuperaría esos libros, y eso le dolía ya que eran sus favoritos. ¿Y si el chico del ascensor era un ladrón?.
Se desplomó en el sofá, y miró a su alrededor. No valía la pena intentar resolver esto ahora, mañana bajaría a recepción y hablaría con el conserje, de seguro su caja iba a aparecer. Por primera vez en el día, fue consciente del gran cambio que estaba enfrentando. Se acababa de mudar a Montevideo, había abandonado su vida en el campo buscando un cambio y persiguiendo la idea de ser profesor de historia, ya se había anotado en el IPA. Cerró los ojos, y por primera vez en años, se sintió solo. En todo el día de mudanza, ningún vecino le había saludado, ni dado una mano. Paso todo el día diciendo buenas tardes a todas las personas en la calle, y ninguna le respondió. Nadie le sonrió, ni asintió con la cabeza. Estaba rodeado de desconocidos y lejos de casa. Eso fue una mezcla de miedos y libertad, angustia y calma. Sentía que por primera vez podía ser el, que ya no había closet donde tener que esconderse.
Cuando sentía tanto, tenia claro que lo mejor era tocar el violín, era la manera de expresar todo lo que sentía y descargarlo en algún lado. Agarro la resina y se dispuso a preparar su violín. No sabia que iba a tocar, cuando comenzó a sonar una guitarra, esto claramente le sorprendió. Le saco una sonrisa, después de todo, ya no estaba tan solo. La melodía era una que había aprendido hacía años, y la tocaba con uno de sus primos que era metalero y le había hecho aprenderse todas las canciones de varios grupos para tener con quien tocar. Aun recordaba como era, por lo tanto, tomó su violín y comenzó a acompañar el sonido. Claramente le era difícil escuchar la guitarra, sobre todo porque estaban en habitaciones diferentes y para el, el violín sonaba más fuerte. Pero si hacía un esfuerzo podía hacerlo. Se dejó llevar por el ritmo, por las notas musicales, y agradeció la compañía en tanta soledad. De a poco dejo de pensar, y se enfoco solo en eso. Las canciones fueron pasando, y cada vez sonreía más. Luego de guardar el violín, y agradecer mentalmente a su primo por enseñarle canciones de metal en su infancia, decidió ponerse a cocinar chivito de seitán. Tenía ganas de comer algo rico. Se sorprendió varias veces mientras cocinaba, pensando en el chico del ascensor deseando que escuchase el violín y la guitarra sonar en conjunto, pero sobre todo el violín. Y en como estaría, si tendría el su caja, y que estaría pensando ahora mismo de el, después de la vergüenza que había pasado hoy.

Agustín y Tomás; entre notas y paredesWhere stories live. Discover now