Capítulo 4

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La casa de la Señora Thomas era acogedora, de madera

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La casa de la Señora Thomas era acogedora, de madera. Tal como lo había mencionado la señora Summers, tenía un gallo con las cuatro direcciones cardinales en hierro forjado. El gallo en vez de ser negro estaba vívidamente pintado en colores rojos como una mímica del animal real.

La ropa de Opal había sido dejada en el arcón dañado completamente cubiertas de lodo, en la taberna donde se hospedaba, esa misma mañana. Ahora ella lo había arrastrado y eso había hecho que se desencajara un poco más la débil estructura de cartón prensado. Todas las prendas estaban inservibles pero nada sería tan irremediable que no se solucionara con un buen lavado. Eso significaba que ese medio día, todo el pueblo observó a la muchacha con un vestido rojo de mangas abulonadas y bordados de flores en pedrería, arrastrar su miseria hasta la casa al fondo de la avenida.

Ni siquiera el oficial Stanton se había ofrecido a ayudarla en su predicamento. Pero de nuevo, su caballo tampoco estaba apeado en su destacamento, así que era muy probable que tampoco estuviese apostado allí. Opal intentó no descargar su furia con él mientras resoplaba con las mejillas arrebatadas del esfuerzo. Finalmente llegó a la puerta con la cerca de madera. Del poste colgaba una campanilla a la que tocó quizás con demasiado ímpetu. Al menos eso pensó al ver asomarse a la señora Thomas de cabellos rubios entrecanos con cierta mueca de disgusto en la cara.

―Lo siento no sabía que era una campanilla tan... delicada. ― Se disculpó con una sonrisa nerviosa Opal colocándose delante del arcón destartalado. La señora Thomas se envolvió en su chal como si buscara atar un fajo de ramas sueltas. Opal no era una genio pero el lenguaje corporal de la Sra Thomas no era ni por asomo el mismo que el que había mostrado la señora Summers. Opal estaba decidida que la Sra Thomas no la quería en la puerta de su hogar.

―No hay problema. Es que tengo invitados, nada más. ― Opal no podía retroceder y volver a la cantina porque, si podía evitarlo, no se gastaría allí sus últimos dólares.

―Lamento importunarla pero me envió la señora Summers, me dijo que tenía un cuarto disponible.

La mujer indicó con la mano que pase y resopló por lo bajo. Opal entró en la casa pisando con el pie derecho y se dijo a sí misma que todo estaría bien. La señora Thomas miró como la muchacha procedía a entrar el arcón.

―Deje ese armatroste allí que el piso ha sido fregado esta mañana.

Opal iba a protestar que eran sus últimas pertenencias mundanas, pero al ver el rictus de la mujer decidió que no sería probable ser asaltada dos veces en dos días. Hizo una semi reverencia y dejó el arcón en el porsche de madera lustrada caoba.

Cuando Opal siguió a la señora Thomas se topó con un comedor realmente pulcro, de muebles firmes y brillosos como si recién hubieran sido lustrados con tinte para sacar brillo. En el sofá de cuero verde y tachas había un caballero extraño. ¿Qué era lo que lo hacía extraño? Quizás era que era demasiado pomuloso, pero no, no era simplemente eso, lo que lo hacía extraño es que Opal sentía que lo conocía de alguna parte que no podía fijar, como un recuerdo en la nebulosa de su mente.

En la sombra del valle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora