00. ━ Prologue.

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00 | EL NACIMIENTO

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00 | EL NACIMIENTO.



King's landing, 264 d.C.


El sol parecía estar en su mayor esplendor a la vez que sus ardientes rayos caían sobre la arquitectura de la fortaleza roja. En el interior del Torreón de Maegor los gritos lograban estremecer a todo individuo que estuviese lo suficientemente cerca de la habitación para escucharlos. La joven reina había entrado en labor de parto pasada la mañana, lo cual ponía nerviosos a todos pues se trataba de un nuevo miembro de la familia real el que estaba por nacer. Nada debía salir mal.

Los dolores comenzaron antes de que el sol reemplazara a la luna en el cielo, entonces no parecían causarle demasiados problemas. Desayunó con sus doncellas y su pequeño hijo, Rhaegar, que sólo contaba con cinco días del nombre. La verdadera acción llegó en el momento que los fluidos bajaron por sus pálidas piernas e inmediatamente fue trasladada a las cámaras de parto. El olor a sangre impreganaba su nariz y el espeso líquido manchaba la ropa de cama; una doncella se encargaba de eliminar las gotas de sudor que mojaban su frente, escuchaba los pasos de las Septas, yendo de un lado a otro. No obstante, eso era lo último que podría interesarle.

El único pensamiento de Rhaella Targaryen estaba en que debía poner su mayor esfuerzo y pronto vería que el insoportable sufrimiento valió la pena, pronto conocería a ese bebé que había amado desde el primer instante que supo que crecía en su vientre. Su corazón latía con fuerza bajo su pecho, tenía las manos entumecidas por la fuerza con que cerraba sus puños alrededor de la anteriormente pulcra tela bajo su cuerpo, sólo esperaba que sus oraciones y ruegos a lo largo de los meses a la Madre diesen sus frutos, que sea benevolente, permitiéndole esta vez a su hijo permanecer junto a ella.

Rhaella gritó al sentir como la criatura comenzaba a abrirse camino fuera suyo. Siete infiernos, vaya que ese niño realmente estaba haciéndose esperar. Con el rostro bañado en lágrimas sintió un horrible dolor al pujar por última vez, se sentía como si hubiesen partido su cuerpo a la mitad.

No se desplomó sobre la cama como lo haría cualquier otra mujer exhausta por las horas de alumbramiento. Se apoyó un momento sobre la cabecera para luego tratar de moverse y llegar a su bebé. A pesar de escuchar los fuertes chillidos que daba el recién nacido, clamando atención, necesitaba comprobar por sí misma que no tenía nada malo, que todo estaba bien.

Casi al segundo fue detenida por la doncella a un lado. No tuvo fuerza para luchar y se limitó a mirar como limpiaban a la pequeña criatura y la envolvían en una manta para mantenerle en calor. La reina dragón temía que en los minutos que siguiese lejos de sus brazos, le sucediera algo. No quería perderle como a su anterior bebé, aquello le causó un gran dolor que no le deseaba a nadie. Nunca iba a conocerlo, jamás sabría si hubiera sido un príncipe o una princesa. No le importaba si las Septas sabían hacer su trabajo, nadie en los siete reinos querría a sus pequeños dragones con la misma intensidad que ella, eventualmente la protección y cuidado no serían lo mismo viniendo de alguien más.

—Pueden avisarle al rey que su hija ha nacido.— se atrevió a decir una de las tantas mujeres en la cámara hacia alguien, luego de lánguidos minutos trabajando en un silencio abrumador. No supo a quién, pues estaba más interesada en el bulto que otra colocaba sobre sus brazos.

«Una preciosa princesa» pensó la joven Targaryen mirando a su hija. Quiso llorar al momento que su corazón se embargó con la alegría. Lo pequeña que era, su peso lo compensaba. La piel tan blanca parecía por poco traslúcida, aunque la de su rostro estaba sonrosada; un mechón de cabello rubio plateado se aferraba a su cuero cabelludo. Se preguntó cuál sería el color de sus ojos; índigos como los de su primogénito o violetas igual que los suyos.

La niña fue entregada de nuevo a la mujer, pese a no quererlo, para que sus doncellas le cambiarán el vestido ensangrentado por un camisón blanco de dormir, pues su hermano y esposo no tardaría mucho en aparecer por la puerta clamando ver a su hija. Le apartaron los hilos plateados pegados en su frente por el sudor antes de devolverla a la cama y entregarle a el bebé nuevamente.

Como invocado por sus pensamientos, Aerys Targaryen entró a la habitación, vistiendo los colores de su casa y con la corona de Aegon IV en su cabeza. Se acercó con el rostro neutral y sin decir palabra alguna tomó a la recién nacida con cierta torpeza. Le escudriñó con su mirada, y ésta, como si sintiera el peso de los ojos de su progenitor, por primera vez abrió sus párpados y a los segundos comenzó a removerse con un chillido fuerte, batiendo las manos en el aire para atraer la atención de sus padres.

El joven rey pareció sonreír. No tenía siquiera un día viva y ya estaba exigiendo. Ahí estaba su hija con la sangre del dragón que necesitaba, en unos años sería la esposa de Rhaegar y la princesa que le daría a la corona futuros príncipes para que la dinastía Targaryen continuara.

Rhaella creyó ver antes una sonrisa en el rostro de su hermano cuando le devolvió a la niña. Decidió callar y centrar su atención en los ojos contrarios al percatarse de que ya habían sido abiertos, una sonrisa surcó de sus labios. Eran color violeta.

—¿Ha pensado en algún nombre, majestad?— se atrevió a decir, destapándose un lado del pecho para amantar al bebé, quien no tardó en prendarse del seno materno. No quería una nodriza, ella misma le amantaría.

Aerys pareció pensar unos instantes, con su violeta mirada en la nueva hija que compartían. Tratando de encontrar un nombre adecuado para la princesa dragón, porque aunque no amaba a su reina consorte, y aquello era recíproco, los niños engendrados de aquella unión eran el futuro de la casa descendiente de la vieja valyria. Poco después, volvió a sonreír, esta vez con orgullo.

—Vaelys. Su nombre es Vaelys Targaryen.




DRAGONFIRE ━ rhaegar targaryen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora