Brioso

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Génova, 1965

El don de la palabra era algo que Nicoletta Rosati admiraba desde que había sido pequeña, pues conocía su poder cuando la persona lo usaba para mover lo que parecían multitudes gigantescas, aunque la verdadera hazaña era distinguir auténticos oradores de simples charlatanes cuyo único objetivo era ganarse el dinero en base a la ingenuidad e ignorancia de las personas, pero viniendo de una familia religiosa donde ella era educada a la forma tradicional, en casa y vista de cerca por sus padres, era usual que por cuestiones personales o simple miscelánea aparecieran vendedores de todas partes del país o del continente, siempre los veía en la plaza mientras ella iba con sus hermanas a comprar los domingos luego de la misa, siempre había toda clase de vendedores que llevaban su mercancía, telas, brebajes y perfumes, nada fuera de lo usual, cerca de la iglesia y en el centro de la plaza había algo que si era, el cúmulo de gente alrededor de un punto en específico, curiosa y apartándose de sus hermanas corrió a ver de qué se trataba. Era un hombre castaño de ojos verdes quien se dirigía a la multitud, mesías demente solía llamar su padre a esas personas que creían ser un dios en vida y que esparcían su mensaje con maestría como si se tratara de un salvador en carne y hueso.

El hombre se presentó como Tiberio Limoncello, debía ser un par de años menor que su padre, usaba un elegante traje color negro y hablaba con soltura, con un porte perfecto y sonriendo transmitiendo gran seguridad en su semblante serio y hermoso, al inicio eran unas pocas personas, luego se transformó en una docena y pronto el pequeño grupo se transformó en una gran multitud, muchísimas personas escuchaban al caballero quien en sus propias palabras era un enviado de Dios, cuya misión era encomendarle su descubrimiento y salvación a las personas que creyeran en el, si bien lo que el hombre mostraba en su desgastado baúl era mercadería su ostentoso color dorado la hacía diferente de cualquier bálsamo antes mostrado por cualquier otra persona, siendo un hombre tan conocedor de la palabra de Dios y portando una biblia en mano no solo exhalto el ánimo de los compradores y los presentes, si no que parecía haber revivido su espíritu a través de sus puntuales y amorosas palabras, hablaba con fuerza y una dulzura impropia, una que lo distinguía de los curas y los padres de una iglesia, era como embriagarse con aguamiel conforme ofrecía su producto, prometiendo no solo bienestar físico si no alivio espiritual.

Desde la lejanía y casi como una sombra tímida Nicoletta escucho todo el discurso, su corazón latía con fuerza y durante todo el discurso su corazón latió con ostentosa fuerza mientras los compradores desesperados se acercaban al hombre, quien con una amabilidad sobrehumana atendía sus pedidos y les permitía tener la cantidad de producto que deseaban y necesitarán, era fascinante y por un momento los ojos negros de la joven brillaron con ostentosa emoción en tanto ella se acercaba a él, tenía unas pocas liras en el bolsillo, esperando que fueran suficientes simplemente camino hacia el, sabiendo que sus hermanas observaban el mimo discurso desde otro sitio se atrevió a tomar los maltratados billetes de entre su falda y se acercó al hombre. Tiberio le sonrió con dulzura y le extendió un frasco del mismo, pero sin aceptar el dinero, si no prometiéndole que merecía ese alivio, su gran mano callosa cubrió la suya con ternura y este le sonrió en tanto se despedía de ella con una sonrisa, para la joven, con escasos 14 años, todo tomó sentido, fue como tener una experiencia religiosa que la hizo estremecer de pies a cabeza, como si la figura de ese hombre endulzada por palabras fuera la de un mesías que merecía y debía ser escuchado, quizá eran sólo sus ánimos de adolescente, o solo su cabeza inmadura haciéndole broma, pero se vio en la necesidad de volver a buscarlo, aun cuando sus hermanas tiraran de ella para llevarla a casa.

No sabía cuánto tiempo duraría la estancia de Tiberio en Génova, por el contrario cada día ella tenía el estupido temor que al correr a la plaza luego de hacer los encargos él ya no estuviera ahí, pero cada vez que corría por las callejuelas olvidadas y cubiertas de piedra ahí estaba, hablando con la misma majestuosidad como si se tratara de un ángel que lloraba y buscaba ser escuchado, lográndolo sin esfuerzo alguno, pues siempre había muchas personas conglomeradas a su alrededor escuchándolo atentamente, había más gente cerca de él que dentro de la iglesia, ese hombre podía mover multitudes solo con el movimiento de su meñique y pronto todos parecían haber depositado su ciega fe en el. Cuando podía ella permanecía en las esquinas más alejadas escuchándolo un par de minutos, sintiendo su corazón retumbar cual colibrí y agitarse violentamente en su pecho, él como sus ojos verdes chocaban con los de ella transformándose en un sentimiento extraño y apasionado que tomaba todo su corazón violentamente, pese a la edad Tiberio no era un hombre mal parecido, tenía su cabello corto y usaba una barba de unos pocos días, siempre bien vestido y en una postura impecable mientras hablaba, su sonrisa era honesta y sus manos cálidas siempre envolvían las de Nicoletta cada vez que él le daba una pequeña botella con su producto, siempre sin cobrarle pues según él en sus propios términos las merecía, y eso la desequilibraba y ponía su rostro a arder, era obvio que al igual que todos los mercaderes él se marcharía un día, solo con esa idea y su infantil ímpetu de por medio tomó una desicion alocada, completamente segura de que era y sería la correcta, ella debía ir detrás de él.

C'est la vie (En edición)Where stories live. Discover now