Capítulo XIX

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Capítulo XIX

    Duncan O'Rourke buscó su mirada, aquella mirada, sintiendo que parte de sí se adhería a ella. El silencio, poco a poco, volvió a apoderarse de ese momento. Hasta aquel instante en que se acercó aún más a ella y besó sus dulces labios. Sintiendo que ella respondía a ese sentimiento que experimentaba en su ser.




     Jamás había sentido aquella emoción que inundaba su alma cuando ella empezó a creer en él.




     Dios le había bendecido con su perdón. Con el perdón de Anarella. Con su amor y con esa nueva oportunidad que creyó que parecería ser eterna. Sin saber el peso que causaría aquel secreto que había mantenido para proteger a la familia paterna de ella. Antes de que la vida y ese cruel odio pudiese hacerles todavía más daño.




     El otoño pronto llegó, junto a las hojas secas que anunciaban su llegada. Un tiempo, juntos, tras un matrimonio que había dejado de ser de conveniencia, para enseñarles ese camino que solo las personas que se aman con el alma, se atreven a caminar.




     Esa dulce e ingenua jovencita que la vida le había hecho conocer por casualidad, ahora se transformaba antes sus ojos, en una mujer maravillosa que le enseñaba cosas inimaginables. Para un Duncan O'Rourke, que antes había decidido congelar su corazón y cerrarle la puerta al amor.



     El amor podía hacer heridas profundas imposibles de curar y cicatrizar. Era algo que la vida le había enseñado a la perfección. No obstante, después de conocer realmente a Anarella, todo aquello había perdido el sentido.



— Necesito decirte algo...— le expresó Anarella a Duncan, algo nerviosa, después de verlo regresar de su largo viaje a Dublín. Mientras Jeremy continuaba a su lado. Conteniendo su emoción sobre aquello que Anarella necesitaba expresarle a aquel caballero.

— ¿Sucede algo?—preguntó asustado, al ver el rostro de Anarella—. ¿Ha ocurrido algo malo en mi ausencia?

— No... O eso espero— sus mejillas se iban sonrojando poco a poco—. Mi abuela me ha dicho que debo de estar en estado. Hace poco me sentí tan mal que buscaron al médico más cercano.

— ¿Estás segura?

— No lo sé... Al parecer todo indica que sí... Yo...

— ¡Es maravilloso!...— tomó sus manos antes de abrazarla y besarla.




     En el vientre de Anarella se formaba el fruto de aquel amor al cual ambos les habían abierto la puerta. En aquella criatura se unirían sus sangres, en una, y la unión de sus familias. Siendo lo que nunca podría soportar Patrick, y ambos eran conscientes de eso. Tanto Anarella como Duncan se habían enterado de todas las cizañas que Patrick había hecho para hundir a Duncan O'Rourke. Haciéndolo ver como el peor hombre en la faz de la tierra y como un insignificante caballero irlandés, que sólo había querido escalar a la flamante sociedad inglesa, por medio de una Rowling. De la ingenua Anarella quien según él, había sido engatusada con promesas falsas.



     Ambos temían que el día en que Patrick conociera las verdades jamás dichas sobre quién le había ganado en cada apuesta, en la que él había perdido no tan solo sus pertenencias, sino parte de la de su padre le heredaría en su muerte. Él haría todo lo que estaba en sus manos para que Duncan O'Rourke no fuera dueño de nada de eso, aunque tuviese que debatirse en un duelo. Y Duncan no temía por él. Sino por Anarella... Y por el bebé que ella llevaba en su vientre.



     Al mismo tiempo en que ambos eran consciente de esa realidad.



— Todo estará bien... No hay de que preocuparse...

— Duncan...

— No le temo a tu primo... Y él puede decir de mí lo que quiera. Pero de ti y de nuestro hijo, es mejor que se tragué todas las opiniones que tenga... O realmente le ofreceré el duelo que ha querido entre nosotros desde que estudiábamos en Eton...

— No quiero que te enfrentes a mi primo...—rozó su mejilla derecha con dulzura—. No quiero que te hiera. Ni te lastime...



     Duncan le miró con más ternura. Eran palabras que le llegaban al fondo del corazón, de igual forma o más, cuando ella se abrió a él, confesándole también sus sentimientos. Y aquel día en que cambio por completo su vida. Hizo una honda inspiración, aspirando el dulce aroma de su esposa...



¿Te gusta este lugar?

Es realmente precioso...


Me agrada saber que te guste...—rozó su mejilla con ternura—. Siéndote sincero... Jamás pensé que sería tan bendecido. Te amo, Anarella...



     Ella sonrió, mientras él se acercaba aún más a ella. Y la besó en los labios, haciendo con ello que su estómago sintiese una sensación que jamás había sentido por nadie.



Te amo... Realmente te has convertido en la dueña de mi corazón... ¿Sientes tú lo mismo por mí, Anarella?

Te amo...— susurró, sonrojándose después, al comprender que finalmente lo había dicho.




      Anarella ya tenía la respiración entrecortada. Sus defensas comenzaban a desmoronarse, a rendirse. Comprendiendo que estaba completamente perdida al decirme que me amaba. No lo había expresado quien ella intentaba ser. Sino quien era realmente.




     Lo amaba, sabía que lo amaba. Se había sentido conectada con él desde que había visto a aquel Duncan O'Rourke que él ocultaba en frente de ella. Y durante todo ese tiempo había intentado negarlo.



     Un anhelo avasallador, casi papable, había impregnado el aire que los separaba cuando Duncan la miró de nuevo a los ojos. Había ahuecado su mano bajo su mentón, manteniéndola cautiva con el brillo de su mirada, y había besado, en ese instante, de nuevo sus labios. Anarella por primera vez había sentido brotar del fondo de ella una energía y osadía que ignoraba poseer. Pronto, a causa de ello, él la había estrechado en su cuerpo y la había abrazado. Después de aquello, sus cuerpos se habían hecho uno. Conociéndose, mientras se permitían amarse, si ataduras y sin miedo a nada.



     Y desde entonces, aquel matrimonio ahora había dejado de ser por conveniencia.



     Y era algo, que Duncan recordaba bien, mientras ella le informaba sobre que se encontraba en estado.

Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora