Capítulo III

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Capítulo III

    Anarella había evitado volver a reencontrarse con aquel caballero. Pero, había días en que sus caminos se reencontraban, haciendo que él la evitara o ella decidiera ir por otro lado, para evitar cruzarse con él.


    Tras una semana, después de aquella última vez en que se habían visto. Y el cual él había procurado evitarla con una frialdad que podía helar la sangre de cualquier ser humano. La vida se propondría en unirlos aún más sin ellos quererlo.


     Duncan se había vestido, cuidando todos los detalles, como si la ropa que llevaba pudiera marcar alguna diferencia. Era un hombre realmente atractivo. De cabellera negra ondulada y ojos azules. Se miró en el espejo y revisó su aspecto por tercera vez. Recordándose a sí mismo quien era. ¿Un qué?... ¿Un ser que sólo había regresado a Sligo con un fin? ¿Cuál fin?



    Su regreso a Sligo, se debía al hecho de saber que en esos días aquel ser de quien él quería vengarse, estaría por acudir allí. Esa noticia le había llegado por medio de una fuente muy confiable. Por lo que solo esperaba su llegada.



     Al mismo tiempo, se recordaba el por qué en esos últimos días, había evitado lo suficiente a aquella señorita que era la nueva dueña de esas tierras vecinas. Sin interesarse en realidad si era una señorita inglesa o no. En su mente había un recuerdo que le hacía avivar el odio hacia uno como ella. Un inglés del que estaba esperando zanjar sus cuentas, mientras a veces le parecía tan curioso que alguien de sociedad, como lo era ella, hubiese decidido dejar sus comodidades de Londres, para cambiarlas por las de Sligo. Un pueblo.



    Había aprovechado cada oportunidad que había tenido desde aquella última vez que se habían encontrado en el pueblo, por mera casualidad, porque él no era de los que iba al pueblo. Pero ese día él había ido a confirmar con sus propios ojos, parte de aquella información. Al verla, había sentido que su subconsciente le estaba saboteando en un intento de posponer lo inevitable.



      El admirar lo hermosa que era. ¿Acaso había olvidado que era medio inglesa?



       Sin embargo, a la mañana siguiente se había arreglado para salir de nuevo a cabalgar, como procuraba hacerlo todos los días. Era la única forma en que podía drenar todos aquellos sentimientos que le rodeaban y le asfixiaban. Odio. Ira. Dolor. Venganza.



     Sin querérselo admitir, era el deseo de ver a Anarella de nuevo, aunque se había percatado tan bien que ella también le evitaba. Y no le culpaba por eso.



— Relájate por un momento en la vida, Duncan...— se dijo a sí mismo.


      Se odiaba en su silencio. Y en lo más hondo de sí mismo, en ese ser que me había convertido. Tan opuesto en quien solía ser tiempo atrás. Cuando su vida era otra.



— ¿En qué piensas, Anarella?— le preguntaba su abuela, al verla pensativa, antes de salir.

— ¿Yo?

— Sí, tú... ¿Estás nerviosa?

— ¡Abuela!... Solo estoy mirando el paisaje... No estoy nerviosa...

— En mi opinión, ya que te conozco bien, pienso lo que estás...



     Anarella sonrió y salió de allí, excusándose como lo hacía todas las mañanas, cuando sólo quería un instante para ella.



—Señorita Rowling. ¿Usted de nuevo por aquí?... — le había dicho la única persona que pensaba no volver a ver.


    Y sin embargo, ahora se encontraba allí. Mirándola sentada en la orilla del río que separaban sus tierras. O al menos, eso le había entendido a su abuela, cuando le informó sobre los límites de aquella propiedad que había pertenecido a su abuelo.



     Anarella le miró sorprendida, antes de responder.



— Estoy en el lado de mis tierras... — dijo con cierta frialdad. Haciéndole ver a Duncan que ella no era una señorita como las otras que se podrían intimidar en su presencia.



     Él le sonrió y le recorrió con la mirada todo el cuerpo. Tal vez eso era lo que le encantaba de ella. Su particular manera de ser con él. En dejarle en claro, sin necesidad de palabras, que ella era alguien que no se inmutaba en lo más mínimo. Y asoció aquello a su parte inglesa.



    Sin embargo, había algo claro. Una dama no podía ser grosera con un caballero. Y en ello, Duncan tenía todo a su favor. Y eso significaba, que él podía irritarla como quisiera.



— Me temo informarle, que esta parte me pertenece... Tengo entendido que su abuelo alguna vez hizo negocios con el alcohólico de mi abuelo paterno, pero a pesar de ello, su cordura fue correcta.


   Fueran cuales fuesen los motivos que le habían llevado a aquel lugar, ahora empezaban a perder interés en ella. Y todo por culpa de aquel irritante caballero. Ella se había mantenido con una actitud adecuada en una señorita, a pesar de sentir el deseo de no permanecer allí ni un minuto más.



— Entiendo... — expresó en un tono distante y diplomático, aquel que había aprendido perfectamente, al haber formado parte de la alta sociedad inglesa—. Dispénseme, quizá me he orientado mal... Con su permiso.— se puso de pie y se dirigió a donde su yegua.

— No la estoy corriendo, señorita...

— Si usted lo dice... Me asombra su caballerosidad. No se inquiete... Regreso por donde vine y no volveré a este lugar...


     Ninguna le había hablado con tanta seguridad. Al menos, que recordase, ninguna señorita le había enfrentado de esa manera.


Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora