Seguramente fuese un farol. Tali era esa clase de persona que estaba convencida de que todo lo que le gustaba, debía gustarle a los demás. No era un pecado de egocentrismo, ni de superioridad; no pensaba que sus hobbies fueran mejores que los del resto. Más bien le encantaba regocijarse en la ingenuidad de que todos se aficionarían a lo que ella adoraba solo por lealtad. Porque la querían.

Por lo pronto había intentado convencer a Lucía de introducirse en el cine de Bollywood, los bailes de salón y los tintes de colores. No había tenido mucho éxito. Pero al menos ambas tenían en común que adoraban la música —de ahí que aplicasen para los puestos del FNAC, en lugar de una tienda de ropa o un bareto— y no comían animales.

Aprovechó el breve rato sola para poner música al azar en su móvil. Ya lo sabes de Marta Soto, una de sus canciones preferidas, inundó las inmediaciones de la lamentable casaca que un pijo señaló desde la acera con ánimo de burla. Le sacó el dedo corazón justo antes de parar delante de un semáforo.

Le dieron las siete y dos minutos sacando la cabeza por la ventanilla. Le gustaba el aire denso y el olor a tierra húmeda que dejaba electrizado el ambiente después de una tormenta. Lo malo era que le bufaba el pelo, pero no tenía a nadie a quien impresionar, y su aspecto era lo último que le preocupaba.

Despegó los labios con la intención de cantar parte de la letra. Su garganta no emitió más que un gemido herido. Lucía torció los labios hacia abajo y sacudió la cabeza. No servía de nada intentarlo. Ni siquiera podía con una de las canciones que le iban que ni pintadas a su rango vocal. Pero eso no le impedía tararear, cosa que hizo hasta llegar al centro comercial.

Aunque duela la verdad
Aunque cueste reacionar
Serás destino, seré camino

Desechó todo pensamiento melancólico y aparcó tan rápido como se lo permitió el coche. Recordó lo que Mon le había soltado esa misma mañana, antes de despedirla en la cafetería de siempre para ir a la facultad.

—Que creas que eso que tienes es un coche demuestra que eres mucho más optimista de lo que pareces.

—Veamos; tiene cuatro ruedas, dos retrovisores, un volante...

—Y tiene unas ganas tremendas de deshacerse de ti. Si no lo llevas al desguace por mera seguridad, al menos hazlo por orgullo. Él no tendrá la misma consideración contigo, dejándote tirada en medio de la autovía... si es que aún puede ir por la autovía.

—No lo entiendes. Yo le quiero.

Mon había arqueado una de sus estupendas cejas negro tizón.

—Te recuerdo que no me dejaste ponerle nombre porque te parece una de las formas más obvias de encariñarte con algo. O con alguien. ¿De qué me ha servido si ahora te da pena desguazarlo?

De nada, porque Lucía había terminado desarrollando un vínculo pseudo-afectivo hacia su pequeña trampa letal. Ella, que se resistía a hacer amistades nuevas; ella, que no había adoptado un perro porque temía que este también la abandonase. La cruda verdad era que su Daewoo sin nombre llevaba más tiempo a su lado que ningún rollo o amigo. Más que la propia Lucía en un mismo sitio geográfico. Esa tartana de mierda le había enseñado lo que era el equilibrio y la lealtad. No iba a despiezarlo. Si tenía que morir, morirían juntos.

Por lo visto, había dicho todo eso en voz alta, porque Mon se la quedó mirando en shock.

—No me jodas, Lucía.

Sigue mi vozWhere stories live. Discover now