Cicatrices

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¿Cómo acabé aquí?

Bueno, cuando Mamá se ausentó al otoño siguiente, los que quedamos en el orfanato atravesamos una suerte de duelo que no sabría explicar. Es curioso cómo el ser humano se amolda a las circunstancias que se le presentan, ¿verdad? Aunque las condiciones sean absolutamente deplorables y perniciosas nos empeñamos en luchar y seguir viviendo. No sé si es señal de una increíble y admirable fortaleza, o de una inigualable estupidez.

Como iba diciendo, a unos nos llevó más tiempo que a otros aceptar lo que durante tantos años suplicamos a un dios ausente que parecía regocijarse con nuestro sufrimiento, y no fue fácil de asumir tan repentina liberación. Por mi parte, pues no me corresponde hablar por nadie más, a ratos sentía un alivio abrumador; incluso me atrevería a decir que una minúscula parte de mi infeliz esperanza (esa que en ocasiones se preguntaba cómo sería vivir con una madre que me quisiera) resurgió dentro de mi pecho a lo largo de esas semanas que siguieron. Pero habíamos padecido mucho, y convivir con semejante angustia durante tantos otoños te acaba transformando por completo. No podía desprenderme de la extraña sensación de que, nuevamente, me habían extirpado una parte mí mismo, y ese indescriptible vacío me acechaba muy de cerca, casi tanto como la sombra de Mamá.

Con el tiempo, esa ausencia tan demoledora desembocó en odio y violencia. Al principio hacia mis propios compañeros, más tarde se transformó en una vía hacia la autodestrucción.

La primera vez que agredí a alguien fue un par de meses después de ese primer otoño sin Mamá. Al igual que tantas otras cosas, soy incapaz de recordar el nombre de aquel pobre desgraciado, pero su afilado y paliducho rostro cubierto por su propia sangre lo tengo bien presente.

Y, ¿por qué hice tal cosa? Pues la verdad es que no lo tengo muy claro. Supongo que la conversación que mantenía con otro chico en ese momento desató una ira hasta entonces contenida. Recuerdo que hablaba de cuánto echaba de menos a su hermano mayor (que si no me falla la memoria se llamaba Hugo y fue uno de los primeros niños que Mamá se llevó), cuando me sorprendí a mí mismo agarrándole la cabeza por detrás y estampándosela contra un muro de piedra. Se le reventó la nariz por el impacto y creo que también le partí el labio superior. Mientras se desplomaba en el suelo con la cara ensangrentada, el otro niño salió corriendo en busca de ayuda, considerablemente acojonado. Yo, sin embargo, lejos de detenerme, que tal vez habría sido lo más «sabio» dadas las circunstancias, me ensañé a patadas con él. Lo golpeé con tanta rabia que me estuvo doliendo el pie un par de semanas. Los dos encargados que acudieron a mi encuentro, apenas unos minutos después, me hallaron meando encima del cuerpo inconsciente del niño.

Es complicado explicar lo que sentí durante aquel lapso de locura, aunque obviamente rechazo con firmeza mi conducta de ese día (y de muchos otros, dicho sea de paso). Tenía miedo de no reconocerme a mí mismo, miedo de no saber si aquella ira me permitiría parar a tiempo... Sin embargo, y mentiría si dijera lo contrario, lo más perturbador fue la liberadora satisfacción que experimenté machacándole las costillas, viendo cómo se retorcía y sollozaba mientras mi pierna se hundía una y otra vez en su tórax.

Por descontado, mi comportamiento no quedó libre de castigo y estuve una buena temporada aislado de mis compañeros, quienes, desde ese momento, me evitaban y miraban con recelo. Y no les culpo. Por fortuna, al niño a quien pegué la paliza solo le quedaron unas cuantas contusiones leves y varios moretones. Desgraciadamente, la experiencia no me disuadió, e hicieron falta un par de incidentes más para que me expulsaran del orfanato y me internaran en un centro de menores.

Mis padres y Mamá me habían jodido la cabeza, o tal vez nací defectuoso y por eso me abandonaron... Mi vida allí no fue a mejor, de hecho puedo afirmar que toqué fondo en más de un sentido. De día me sentía como una mierda que no pertenecía a ningún sitio, sin un lugar a donde ir ni amigos con quienes distraerme; de noche la cosa no me mejoraba, pues me atormentaban los remordimientos por mis actos, claro que no eran nada en comparación con las recurrentes pesadillas en las que la siniestra y encorvada figura de Mamá se llevaba a todos mis antiguos compañeros de orfanato menos a mí, dejándome solo en una angustiosa habitación vacía.

Una de esas mañanas desperté tan trastornado que solo quería sacar de mi cuerpo todo el malestar, el odio y el miedo que llevaba dentro. Sé que para quien no haya vivido una situación similar es difícil de entender el alivio que experimentaba cuando la cuchilla cortaba mi piel (cuchilla que le robé a mi compañero de habitación, por cierto). Extrañamente, sentía cómo mis preocupaciones se diluían con la sangre, aunque no sepa explicar cómo o el porqué. Pero ni la ansiedad, ni la angustia, ni el resto de mis problemas desaparecieron, claro; era solo un simple paliativo que poco a poco se fue volviendo más efímero y exigente, como un macabro laberinto en el que solo tenía dos opciones: perderme para siempre en sus caminos sin salida o dejar que me atrapara el Minotauro.

Logré ocultar mis cortes al resto de chicos del centro durante un tiempo, por miedo a que me delataran y me privaran de lo único que me hacía sentir menos mal, aunque, paradójicamente, cada vez me odiaba más por ello.

Entonces, un día llegó a mis oídos que habían desarticulado una banda que llevaba años dedicándose a secuestrar y traficar con niños huérfanos de diferentes orfanatos. Algunos de ellos eran vendidos a familias pudientes, pero del resto no dieron más información. Cada día que pasaba, el número de detenidos aumentaba, y los niños desaparecidos llegaron a contarse por decenas.

Mi mente no pudo soportarlo, tanta incertidumbre, tanto dolor, tantas preguntas... ¿Acaso me estaba volviendo loco? Recordaba el pausado caminar de Mamá subiendo las escaleras como si hubiera sucedido el día anterior, y mi piel aún se estremecía por el asqueroso tacto de sus dedos clavándose en mi pierna. ¿Cómo podía habérmelo inventado? ¿Y los demás niños que sufrieron el mismo terror, también se lo imaginaron todo? Ignoraba la respuesta, y aun hoy no sabría bien qué responder, pero no podía aceptarlo; no podía asumir sin más que mi pasado era una invención de mi mente enferma...

Esa misma noche traté de quitarme la vida, cuando todos se marcharon a cenar, tiempo más que de sobra. Pero hasta para eso fui un desgraciado y mi compañero de habitación volvió más pronto y me encontró tendido en el suelo sobre un charco de mi propia sangre.

A él también le debo la vida.

Después de eso, bueno, quedó bastante claro que necesitaba ayuda con urgencia, y afortunadamente la encontré. Unos años más tarde ingresé en este centro y desde entonces vivo bajo estas cuatro paredes. Y, ¿sabes? Por primera vez en mucho tiempo puedo decir que me siento como en casa y, poco a poco, las heridas van cicatrizando.

Como ya dije, es probable que las vívidas pesadillas no desaparezcan nunca, que esta sensación de impotencia que a veces me embota la razón jamás deje de atormentarme y nunca conozca la verdad de lo que sucedió; ni siquiera descarto la posibilidad de que una de estas noches la ronca respiración de Mamá me despierte y se me lleve con ella (aunque procuro no hablar de ello en las sesiones de terapia, la verdad), pero bueno, de todas formas tampoco habría mucho que yo pudiera hacer al respecto.

Tan solo me queda seguir mirando adelante.

Y en cuanto a eso..., creo que tengo buenas noticias. Esta mañana me han comunicado que hay alguien muy interesado en verme y hablar conmigo. No me dijeron de quién se trata, ni cuándo vendrá, pero parece que es uno de los niños con quien compartí orfanato. La verdad es que me asusta remover los fantasmas de mi pasado (como ves, no me dejan de sudar las manos), aunque sé que me acabaría arrepintiendo si dejo pasar esta oportunidad para esclarecer lo que llevo tanto tiempo preguntándome, por eso mismo he aceptado la visita.

De todas formas, me han garantizado que en cualquier momento puedo dar por terminada la sesión si noto que me altero demasiado, así que no veo qué podría salir mal. Solo espero que la persona que venga no sea el chico al que le pegué la paliza...

MamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora