Como si estuviese haciendo algo prohibido, y por miedo a hacer algún ruido que despertase a todo el barco, Desdemona se movía por los pasillos del buque como un ratón, buscando alguna indicación de dónde podría estar el restaurante. Subió a la cubierta, pues desde ahí sería más fácil. Una pareja escondida en las sombras se besaba. Evitando ser vista, Desdemona entró por otra puerta.

– ¿Necesita ayuda, señorita?– un joven vestido de camarero le miraba con una gran sonrisa.

– Estaba buscando el restaurante– respondió avergonzada por los ruidos cada vez más fuertes que salían de su estómago.

– Siga de frente, aunque me temo que tal vez se encuentre ya cerrado– el joven no paraba de sonreírle. Desdemona podría jurar que incluso cuando se giró, le sonrió.

Siguiendo la breve indicación del muchacho, Desdemona continuó por el pasillo, hasta encontrar las puertas que daban acceso al lugar. A pesar de poder acceder, se dio cuenta de que este ya estaba cerrado. Maldita era su suerte, todo por haberse quedado dormida. Si no hubiese vomitado las galletas, tal vez no estuviese tan hambrienta.

Observó la gran sala. Se imaginó que durante el día la vista sería espectacular, con los grandes ventanales dejando pasar la luz. Las mesas ya habían sido recogidas y preparadas para el desayuno del día siguiente, así que no se encontró con ningún camarero. Tenía dos opciones, volver a su dormitorio y comer más galletas de mantequilla o colarse en la cocina y buscar algo que hubiese sobrado. El solo pensar en las galletas, le revolvió el estómago, por lo que solo le quedaba colarse en la cocina.

Se dirigió hacia el final de la sala, donde una pared que sobresalía escondía las puertas por las que los camareros entraban y sacaban la comida. Deseó que las puertas no hiciesen ruido al ser abiertas y que nadie quedase en la cocina, pues podrían pensar que estaba robando. Bueno, técnicamente, estaba robando comida. Aunque, pensó, esa comida era la que ella no había podido cenar, así que en realidad no era robar.

Sin saber muy bien dónde buscar, abrió varios muebles y cajones. Cubiertos, platos, vasos, sartenes y ollas. Nada de comida. Su estómago cada vez rugía más y ella se estaba mareando de nuevo, esta vez por la falta de alimento. Miró a su alrededor, intentando pensar dónde guardarían en esa cocina la comida. Entonces vio una puerta. Tenía que estar ahí, en la despensa. Sin pensarlo, abrió la puerta. La cantidad de comida ahí almacenada hizo que casi se le saltasen las lágrimas. Había de todo, harinas, arroces, fruta, verdura, quesos... Cogió una rebanada de pan y la engulló. Buscó a ver si había quedaba algún resto de la cena, y así el evitar tener que rebuscar entre la comida. Abrió varios recipientes que contenían de todo, como ajos picados, aceite, y ¡voilá! En uno de ellos había ensalada. Con eso, y unas rebanadas de pan le bastaba por esa noche.

Estaba a punto de salir del armario de la despensa, cuando oyó unas voces en la cocina. ¿Serían cocineros? Si la pillaban, podía meterse en un serio problema. ¿Y si la devolvían a Marsella? Tal vez Liebermann ya estuviese en la ciudad francesa, esperándola para atraparla. No, no la podían pillar. Devolvió el recipiente con la ensalada a la estantería, y mientras seguía comiendo el pan, miró a su alrededor. Como no se tapase con las lechugas, ahí no había posibilidad alguna para esconderse. Solo podía esperar a que no inspeccionasen la despensa y se fuesen. Cogió de nuevo la ensalada, y usando el pan, se la comió. Si la encontraban, al menos habría comido algo.

Los minutos iban pasando, y la conversación seguía. Las palabras le llegaban como un murmullo, así que no podía entender de qué estaban hablando. Un calambre en la pierna derecha, producto de estar tanto tiempo de pie, sin moverse, hizo que optase por sentarse y seguir comiendo. Estiró las piernas y sobre la falda colocó el pan que le quedaba.

LA PUREZAWhere stories live. Discover now