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¿Cómo era posible que accediera a semejante petición? Ahora la idea le parecía ridícula, sin mencionar que también era incomoda. Estaba acostumbrada a tener todo bajo control, a que las cosas se hicieran según su voluntad. Sí, pedía opiniones ajenas, pero eso no le detenía para hacer lo que le venía en gana; solo para contenerse y no lastimarla... a veces. Dentro de su ser habita cierta malicia que le provee de ideas muy placenteras.

Pero esa noche decidió no escucharla. Prefirió complacer a su compañera, dejarla divertirse al menos por una ocasión. Eso le aterraba, no sabía que esperar. Aunque todos resaltaban lo infantil y tierna que era, ella sabía que detrás de esa apariencia inofensiva se ocultaba algo más, una faceta ruda que solo ella conocía. Por eso tenía miedo. O más bien se sentía en suspenso, no sabía que pasaría; las esposas en sus muñecas, fijadas a la cama, le hacían imaginar cualquier escenario. Tal vez no pasaría nada, los nervios la traicionarían y solo recibiría un par de caricias; o podía ser que se desquitara de todas las noches previas, ser más salvaje y dominarla por completo. El solo imaginarlo le inquietaba pero, ¿por qué? Quería experimentarlo, saber que se siente ocupar ese lugar de castigada, de sumisa; pero, ¿qué pasaría después? Temía perder el dominio.

La espera la estaba matando, ¿qué tanto podía hacer ella para demorar tanto?

Escuchó unos pasos. Su cuerpo semidesnudo se estremeció. ¿Era miedo o excitación? Un poco de ambas. La espera había llegado a su fin. Abrió la puerta y entró; apareció con su cabello azul suelto y un vestido de Alicia en el País de las Maravillas, pero adaptado a la situación, con una falta corta y un escote que dejaban poco a la imaginación. Lo reconoció al instante. Era el vestido que hacía tiempo, cuando pasaron frente a una "boutique" (una forma fina de llamar a una sex shop), la peliazul dijo que le gustó. No se dijeron nada, solo se admiraban la una a la otra.

La peliazul caminó hasta la cama y se sentó sobre la de lentes. No recordaba la última vez que la vio vulnerable. Con sus dedos le recorrió el torso, sintió como la piel se erizaba a su contacto, lo que le provocó una risita divertida pero maliciosa. Estaba dispuesta a demostrarle que también ella podía llevar las riendas.

—Esta noche —le canturreó al oído—, te llevare al País de las Maravillas.

Black & BlueWhere stories live. Discover now