II

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Aquella tarde se sintió sin inspiración, como nunca le había sucedido. ¿Por qué su delicada mano se negaba a trazar las ideas en su mente? ¿Por qué imaginaba figuras sin sentido? En el suelo yacían varios bocetos arrugados, abandonados, inconclusos. Nada le daba esa satisfacción, no podía expresar ese sentimiento de cariño con el que impregna sus obras. Estaba frustrada.

Pasaron los días. No le gustaban sus dibujos; le parecían fríos y vacíos. No reflejaban nada, ni siquiera su frustración. Arrojó el lápiz lejos y abandonó el cuaderno. No quería saber nada.

Un día estaba acompañada por ella. Un cielo teñido de azul y rosa se veía por la ventana y los últimos rayos de luz se filtraban por las cortinas. En ese momento lo sintió de nuevo. La vio, recostada en el sillón, son sus finos rasgos delineados por la escaza luz, los brazos delgados, los labios finos y esos ojos, ¡sus ojos felinos!

Tomó una hoja en blanco, como por instinto, y comenzó un bosquejo.

—No te muevas —le dijo—, solo mírame como lo haces siempre.

Y así lo hizo. Se quedó quieta. Fijó su mirada en la dibujante, la misma que le dirigía en sus momentos más íntimos. Y como si supiera sus deseos, se despojó lentamente de sus ropas, mientras que la dibujante retrataba cada línea de su cuerpo, ese cuerpo que conocía tan bien.

Black & BlueWhere stories live. Discover now