En ese momento, una idea le vino a la cabeza. El señor Liebermann. El sí que era todo un experto en estos temas. Seguro que él podía ayudarla a traducir los párrafos en antiguo sumerio. Sabía que a su padre no le haría ni pizca de gracia que Desdemona volviese a ver al prusiano. Le había prometido que no mantendría el contacto con él, pero la ocasión merecía la pena romper la promesa. Era indudable que su padre lo comprendería una vez que se enterase el porqué lo había tenido que hacer.

Antes de acostarse, escribió al señor Liebermann para encontrarse al día siguiente. Depositó la carta en la entrada, para que a primera hora de la mañana una doncella la entregase. Su madre ya les había indicado que en cuatro días partirían de regreso a Londres, por lo que los días siguientes estarían empacando y visitando las tiendas en las que habían dejado encargos hechos.

Lo último que pensó antes de quedarse dormida, fue en el General sumerio.

Al haberse acostado tan tarde, Desdemona se levantó tarde. Su madre se había ido a recoger unas telas que había dejado encargadas en una tienda. Joyce estaba en el salón, leyendo una de sus novelas románticas. Había convencido a su madre de que le comprase alguna en francés, con la excusa de mejorar su nivel. Cuando vio a Desdemona, le indicó que había llegado una carta para ella.

La joven leyó la respuesta afirmativa del arqueólogo, sugiriendo encontrarse en una hora en las puertas de la Biblioteca Nacional. Al darse cuenta del poco tiempo que tenía, Desdemona cogió unos trozos de pan, y mientras los engullía, volvió a su dormitorio para vestirse.

- Joyce, si vuelve mamá, cúbreme. Dile que estoy durmiendo, dando un paseo. Lo que se te ocurra- gritó desde su dormitorio.

- ¿A dónde vas?- preguntó Joyce mirando como su hermana terminaba de arreglarse.

- Tengo algo muy grande entre manos, pero yo sola no voy a poder. He quedado con el señor Liebermann para que me ayude.

- ¿Es por las cartas del anticuario? ¡Yo también quiero ir!- Joyce se levantó del sofá, tirando el libro al suelo.

- No, no. Alguien tiene que quedarse aquí por si mamá vuelve. Ya te contaré cuando vuelva.

- Ten cuidado, Desi. Me dio la sensación de que a papá no le agradó del todo el señor Liebermann. Y sabes que papá no se suele equivocar con las personas.

- No te preocupes, lo tendré. ¡Deséame suerte!

Como un torbellino, Desdemona salió de la estancia, dejando sola a Joyce, que volvió a su lectura. El sueño del día anterior la tenía todavía azorada.

Cuando llegó a la entrada de la Biblioteca Nacional, el señor Liebermann ya la estaba esperando. Al verla llegar, una sonrisa apareció en su cara. Puede que fuese por las palabras de su padre, pero le dio la sensación de que la sonrisa del arqueólogo era falsa. ¿Habría hecho bien en acudir a él, o se había precipitado producto del fervor del descubrimiento nocturno? Los pensamientos nocturnos cambiaban a la luz del día. Pensó en las palabras de su padre, en como le había pedido que se alejase del prusiano. Por instinto, guardó las cartas en el bolsillo del abrigo. Esperaba que el hombre no se hubiese dado cuenta de su gesto.

- ¡Señorita Russell!- saludó el arqueólogo- ¡Qué alegría me he llevado al leer su carta esta mañana! ¿Qué magnífico hallazgo ha realizado usted? Ardo en deseos de saber.

A Desdemona no se le escapó el desdén y sarcasmo con el que el señor Liebermann soltó sus palabras. ¿Habría estado ese desdén siempre presente y ella no se había dado cuenta? En ese momento decidió mentirle y ocultarle las cartas del General sumerio. Tal vez, cuando llegase a Londres, le podría mostrar las cartas a su padre. El sabría que hacer con ellas. Desdemona sabría lo que haría, decirle que si, que las llevaría para que los estudiosos las analizasen, pero sabía que no lo haría. Acabarían, una vez más, olvidadas en un cajón. Tendría que ser ella quién tradujese esas cartas. Tal vez entonces alguien la creería. De nuevo, la joven sabía que se estaba autoengañando. ¿Quién iba a creer a una muchacha como ella? Su voz no tenía peso en la sociedad inglesa, liderada por hombres como su padre.

Miró a Liebermann, que esperaba una respuesta.

- ¡Señor Liebermann! Siento haberle escrito tan repentinamente, pero ayer me desvelé leyendo uno de los libros recomendados por usted y quería hacerle un par de preguntas antes de marchar a Londres.

- ¿Vuelven ya ustedes a Londres? Espero que su estancia en París haya sido agradable.

- Muchas gracias, sí.

- París es del todo diferente a Londres. La luz es especial en esta ciudad. Pero dígame sus dudas- Desdemona notó que el prusiano quería acabar la conversación pronto. No se había dado cuenta antes, pero el arqueólogo se tocaba constantemente el caballo, retirándoselo de la frente. Este le brillaba, como si estuviese grasiento por tanto toqueteo.

- ¡Oh, sí! Verá, en uno de sus libros hablan de un gobernante llamado Nabucodonosor. Si mal no recuerdo, este fue retratado por el pintor británico William Blake, viviendo como un animal. ¿Es el mismo personaje?

- No he visto esa pintura que usted menciona, pero imagino que sí. En el Libro de Daniel se menciona ese capítulo de la vida del gobernante.

- ¡Qué interesante! Tengo otra pregunta más, y ya le dejo libre. Un hombre tan ocupado como usted tendrá cosas mejores que hacer que atenderme a mi.- el silencio que siguió a esta frase indicó a Desdemona que, efectivamente, el hombre no quería estar ahí, hablando de cuadros británicos. Tenía que preguntarle sobre las traducciones, pero sin levantar sospechas.- Mi última pregunta es más bien una reflexión. Mientras leía los libros, me ha maravillado cómo los historiadores como usted reconstruyen esa historia ya olvidada a través de documentos de todo tipo. Me parece una tarea titánica.

- Bueno,- comentó Liebermann henchido de orgullo- cierto es que es una tarea que solo aquellos capacitados la podemos realizar. No cualquiera puede desentrañar los misterios de la Historia. Una mente privilegiada es necesaria para ello.

- Cierto, cierto. Mi padre siempre me lo ha comentado, lo importante que es la Historia y no olvidarla, pero en el caso de la Historia Antigua no puedo evitar preguntarme cuánta información se habrá perdido, si algún día se recuperará y cómo se hará para interpretarla. Por ejemplo, en el caso de Nabucodonosor se han sabido cosas de él gracias al Libro de Daniel, pero imagino que se habrá recurrido a otro tipo de fuentes.

- Efectivamente, se han hallado documentos que han dado veracidad al Libro de Daniel. El estudio de estos son los que han llevado a que consideremos a Nabucodonosor como un gran gobernante.

- ¿El estudio?- Desdemona preguntó en lo que ella consideró un tono inocente. Estaba a punto de lograr la información que necesitaba, así que recurrió a su encanto femenino.

- Sí, se tradujeron todos esos documentos. Mucho se ha avanzado en estos últimos años gracias al descubrimiento de documentos que, con mucho esfuerzo, se han ido traduciendo. Gracias a esas traducciones tenemos lo que vulgarmente podemos denominar diccionario sumario-francés.

- ¡Qué interesante! Pero no quiero robarle más tiempo. Simplemente quería quedar con usted una última vez para agradecerle las visitas al Louvre y su paciencia con mi familia. Elogiar su trabajo y el de sus compañeros, pues es una labor poco reconocida.

La joven británica notó como el prusiano se henchía de orgullo con sus palabras. El hombre era todo un ególatra. Se despidieron y cada uno marchó en una dirección opuesta.

Mientras volvía al hotel, con la esperanza de que su madre no hubiese regresado todavía, recordó en su cabeza las palabras del arqueólogo. Tal vez en la Biblioteca Nacional encontrase algún libro que la ayudase a traducir las cartas. Tendría que darse prisa, pues le quedaban pocos días antes de volver a Londres, donde sabía que realizar esta actividad sería imposible bajo la estricta mirada de su padre. Con suerte, su madre se iría esa tarde a algún lado y ella fingiría que estaba enferma. Aprovecharía entonces para volver a la Biblioteca y realizar su consulta.

El rugido de su estómago le recordó lo poco que había desayunado es mañana. Miró al cielo con una sonrisa. El señor Liebermann tenía razón. La luz de París era especial.

LA PUREZAWhere stories live. Discover now