La laguna de la miko

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Esta historia pertenece al baúl de cuentos del tío SilentDrago.

Advertencia: Tono distinto a los cuentos anteriores.


Perdido en las montañas, en una altísima cumbre, se encontraba un santuario en el que una joven y hermosa miko moraba. Pasando sus días en la más completa soledad, la chica, Nozomi, se dedicaba a las labores espirituales sin vacilar, siendo su único pasatiempo el acercarse al borde del acantilado y mirar la bella laguna que se encontraba en el fondo.

«No creo que haya una vista más hermosa en todo el mundo».

Nozomi pensaba que aquella vida tranquila era todo lo que necesitaba para ser feliz. Sin embargo, las cosas cambiaron para ella de forma radical de un momento a otro.

Cierto día, una viajera de cabello rubio se presentó en el santuario. Estaba cansada tras una larga travesía por las montañas y el templo fue el único refugio que encontró. Al principio pensó que estaba vacío por lo antiguo que se veía, pero entonces se percató de la presencia de la miko y quedó prendada por su bello rostro.

«Qué hermosa es».

―Bienvenida a este humilde santuario. ¿Puedo ayudarte?

―Eh..., sí..., verás..., he estado viajando por varios días y necesito comida, agua y un refugio, si no es molestia.

―Claro que no es molestia ―dijo Nozomi―. Adelante, pasa. Solo sé respetuosa con todo lo que hay aquí y no habrá ningún problema.

De ese primer encuentro surgió una conexión muy especial entre ambas chicas. Resultó que la viajera era Eli, una integrante de la familia real de la región que había iniciado un viaje para conocer mejor su reino. Al principio, la estancia de la rubia se extendería por pocos días, pero esos pocos días se convirtieron en semanas. Eventualmente, la noble dejó el templo y regresó con los suyos, pero conocer a la miko le había generado una grata impresión, por lo que empezó a visitarla con frecuencia. Para Eli, el tiempo que pasaba con Nozomi se había convertido en algo sumamente preciado, más incluso que el que pasaba en su casa.

Unos meses después, las dos eran muy cercanas; pero eso no era lo único distinto.

―¿Sabes, Elicchi? Nunca pensé que estar con alguien más sería tan agradable. Creía que lo único que haría durante mi vida sería cuidar el santuario en soledad hasta que muriera, pero tú cambiaste mi perspectiva de las cosas. En verdad me alegro de haberte conocido.

Los latidos del corazón de la ojiazul se aceleraron, pero ella trató de mantener la calma.

―Yo también me alegro, Nozomi. Visité muchos lugares interesantes, pero jamás me imaginé que encontraría un tesoro en estas montañas. De todo lo que vi en mi viaje, eres lo mejor, sin duda alguna.

La pelimorada se sonrojó.

―Elicchi..., quiero enseñarte algo. Es algo que me gustaría compartir contigo.

La miko llevó a la noble al borde del acantilado, mostrándole la panorámica de la laguna, su visión favorita.

―Vengo aquí cuando quiero distraerme de mis obligaciones. Ver la superficie del agua tan tranquila me calma.

―Es una vista bellísima, Nozomi.

―¿Verdad que sí? Por eso tenía ganas de compartirla contigo, Elicchi.

El ambiente se sentía distinto en aquella ocasión... y ambas lo notaron.

―Se supone que mi deber es resguardar el santuario, pero... ahora deseo algo más... A alguien más. No sé si eso está bien para alguien como yo.

La laguna de la mikoWhere stories live. Discover now