—Putain de merde—exclamó.

  Se abrazó para darse calor, mientras esperaba que el agua cambiara su estado y volviera a la normalidad.

  —Bon sang! El champú está entrando en mis ojos—Sollozó entre risas.

  Alentó a su cuerpo para que soportara la helada agua en la cual tendría que sumergirse para saciar el ardor que estaban sintiendo sus ojos. Jadeó al poner toda su anatomía en contacto con el agua helada. Maldecía mientras retiraba todo el champú de Pomelo de sus ojos, acto seguido aplicó el acondicionador de la manera más rápida posible.

  Tocó con cuidado su cabeza, la cual estaba helada por el agua. Ya no lo soportaba, quería salir de allí lo más rápido posible, y en definitiva el agua respondió a sus plegarias; apagándose en medio de retirar lo último de acondicionador que quedaba cabello.

  —Esto debe ser una broma, ¡Una jodida broma! —protestó enojada.

  Salió de la bañera envolviendo su cuerpo con una toalla blanca y salió fuera de su apartamento para dirigirse hasta donde la ególatra e insoportable de su vecina, Helen Favre. Dio dos golpes a la puerta chocando sus nudillos en esta. Al otro lado del umbral podía escuchar los gemidos por parte de su vecina. Golpeó más fuerte la puerta, otras tres veces más, provocando un eco en todo el pasillo. Los gemidos se detuvieron y los balbuceos por parte de las personas de adentro llegaron a los oídos de Astrid.

    —¿Quién mierda es? —Soltó echa humo la rojiza.

  Astrid abrió los ojos de sorpresa al encontrarse con la imagen de su vecina — y compañera de clases— a medio vestir y con todo su cabello revuelto. Tenía grandes marcas rojas en su cuello.  Se veía realmente repugnante.

  —¿Tienes agua?

  La puerta cayó en las narices de Astrid, ahogándole una exclamación. Tocó nuevamente la puerta.

  —Si tengo, ¿Qué mierda quieres? —Astrid observó más allá del hombro de Helen y pudo observar la silueta de un hombre con cabellos revueltos.

  —Ese no es Eùgene...

  —Sí—la interrumpió—, ¿Qué mierda quieres? —volvió a preguntar.

Astrid seguía sosteniendo la toalla con sus manos temblorosas. Se estaba rogando internamente por no estar sonrojada por encontrar a el chico que Astrid gustaba semi-desnudo. Soltó un suspiro y habló:

  —¿Podrías prestarme tu...?

  —Jódete. —Le sacó su dedo medio y, nuevamente, le volvió a cerrar la puerta en las narices.

  —Serás zorra—balbuceó y se dirigió nuevamente a su apartamento.

  Tendría que ingeniárselas para estar arreglada antes que Olive llegara y sin el acondicionador en su cabello.

                                                 * * *

  El sonido del timbre del departamento retumbó en los oídos de Astrid. Terminó de aplicar la última capa de rímel y acomodó sus botas. Se tambaleó hasta la puerta, revotando contra la pared en un intento de llegar saltando a la puerta. Al abrirla sus ojos se abrieron de sorpresa.

  —Eùgene. —Sus labios se mantuvieron abiertos, sin protestar absolutamente nada.

  —Hey, ¿Cómo has estado? —Astrid arqueó una ceja y se recargó en el umbral.

  —Bien... Excelente, y ¿tú? —Eùgene sonrió dispuesto a responder, siendo interrumpido por la morocha—. Claro que bien, es obvio. Estaban follando en la casa de Helen. Discúlpame por preguntar cosas realmente incoherentes. Cualquiera estaría bien si follara un lunes por la noche y un martes por la madrugada... —Eùgene alzó su mano para indicarle que se tenía que callar—. L-lo siento—se ruborizó.

Across ParisWhere stories live. Discover now