Capítulo 7: Revelaciones

1K 100 41
                                    

Ese día su mano no había podido dejar de dibujar. 

Al ser fin de semana no se había ni molestado siquiera en salir de la cama, y aunque Chiyo había pasado a su habitación varias veces ese día para intentar levantarla, haciendo que se quitara el pijama y se vistiera, decidió quedarse en su cuarto, sobre la cama, con un carboncillo y su libreta de hojas blancas, la cual estaba llena de bocetos de la persona que no hacía mucho había roto en pedazos sus ilusiones y esperanzas. 

Le echó un vistazo al dibujo que estaba haciendo en ese momento y se molestó consigo misma al ver de nuevo lo que había decidido dibujar de forma inconsciente. Repasó con su mano manchada por el carboncillo las perfectas facciones del hombre que su cerebro se empeñaba en dibujar una y otra vez, recordando por enésima vez esa mañana que su amor no era correspondido, o por lo menos no de la forma que ella quería. Era considerada una hermana. Su amor se quedaba simplemente en el cariño que alguien podía tener por una hermana menor y eso, a su entender, era lo peor que había podido pasarle.

Arrancó la hoja de la libreta haciéndola un ovillo con sus dos manos y la tiró a la papelera que había al lado de su escritorio, errando el tiro y observando como la bola de papel rodaba delante de sus narices, incluso con eso era un desastre, no podía tener más mala suerte. 

Pasó las hojas de la libreta desde la primera a la última con rostro serio. Kohaku tenía razón, lo suyo era el monotema, dibujos de Kagome sonriendo, Kohaku, de su abuelita, algunos animales que le llamaban la atención y el del gran perro demonio que había dibujado en la clase de matemáticas se colaban entre los cientos de dibujos de Sesshomaru. Dibujos en los que se podía ver al chico durmiendo, leyendo, mirando por la ventana...

Casi todos los dibujos eran de él en diversas etapas de la vida.

Recordaba que de pequeña no sabía hacer rostros y cuando Sesshomaru consiguió que su padre la apuntara a clases de pintura y estaba aprendiendo a hacerlos, siempre lo tomaba a él de ejemplo, él en su rincón especial le había servido de modelo miles de veces.

Hizo muchos dibujos que parecían churros de la cara de él, pero él la había animado a su manera, diciéndole que lo repitiera. La constancia en el dibujo, el no rendirse ante un fracaso, el volver a intentar las cosas una y otra vez, eso, eso se lo había enseñado Sesshomaru, como tantas otras cosas. Así que, cuando empezó a ver parecido de sus dibujos con él ya había empezado con el monotema en sus dibujos, aprendiendo a copiar el parco y perfecto rostro de Sesshomaru, siendo capaz, con el tiempo, de dibujarlo a la perfección hasta con los ojos cerrados. Su mano se movía sola cuando lo tenía que dibujar a él, aunque eso solo podía significar una cosa, y era que su vida, desde que había llegado a esa casa, había girado en torno al mayor de los Taisho, quien solo la consideraba su hermanita, y eso, eso solo le haría daño a largo plazo, porque había cometido un gran error, el gran error de su vida. Se había enamorado como una tonta de su protector. 

Cerró la libreta y la lanzó como si fuera un frisbee, haciendo que cayera al suelo con un golpe seco, justo al lado del papel que había arrugado y lanzado anteriormente. Ni siquiera se molestó en levantarse de la cama a recogerlo, solo giró su cuerpo y puso su cara en la almohada, para disminuir el sonido de su grito contra ella mientras notaba como sus ojos volvían a llenarse de lágrimas. Estaba totalmente frustrada, más que frustrada se sentía una tonta, una tonta enamorada, y debía remediarlo, aunque la única forma que se le ocurría era alejándose un poco de aquel que provocaba esa ola de sentimientos en su corazón, dejando de centrar su vida en Sesshomaru Taisho. 

Por su parte, el muchacho permanecía sentado en el escritorio de su habitación, hacía horas que leía exactamente el mismo párrafo que quería retocar de su trabajo en el ordenador, sin gustarle ninguna de las veces que lo había leído. Estaba distraído, su mente se iba una y otra vez al momento en el que había seguido a su pequeña protegida por las calles del distrito comercial y la había encontrado en los brazos de ese adolescente castaño llorando. 

El día que llegaste a míWhere stories live. Discover now