Capítulo 3: Una dulce voz

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Los días pasaban en la mansión y las cosas parecían ir igual. Esa pequeña niña no había abierto la boca desde que había llegado, ni siquiera en el colegio, lo que le había ocasionado más de un problema tanto con sus compañeros de clase como con sus profesores. La abuela Kaede había ido varias veces a hablar con la tutora de Rin, pero solo podía pedirle un poco de tiempo para que la niña volviera a hablar tanto como antes.

En cuanto al asunto que tenía anonadada a Izayoi, como había pensado, su esposo no la creía, tuvo que enseñarle la foto para que no la tratara como si estuviera loca y a él también le sorprendió, creía que entendía a su hijo, pero no era así. Tal vez, pensó, simplemente su hijo sí que podía tener algo de humanidad en su interior, guardada tras unos enormes candados que esa niña parecía estar abriendo uno a uno, tenía curiosidad por ver cómo se iban desarrollando las cosas... porque podían pasar dos cosas, que esa niña llegara a traspasar ese muro de hielo que era su hijo o que su hijo se cansara y se transformara en alguien aún más retraído de lo que ya era y lo segundo... lo segundo era casi imposible.

Ambos se habían dado cuenta de que la pequeña Rin seguía a Sesshomaru a todas partes, sí que era cierto que alguna vez jugaba con Inuyasha, pero cuando el mayor de los dos llegaba a casa, ella lo seguía, aunque solo se dedicara a estar a su lado mientras hacía otras cosas. Cuando él se iba a leer a su rincón especial del jardín, la pequeña arboleda donde ella suponía que se iba para que no le molestara nadie, la pequeña se iba tras él y se dedicaba a hacer coronas de flores, a hacer deberes tumbada en el jardín, entre otras cosas. A simple vista parecía que a él no le molestaba en absoluto el tenerla rondando alrededor, aunque entender lo que pensaba ese chico, tanto a su esposo como a ella, los traía de cabeza.

Por su parte, Sesshomaru ya no sabía qué hacer con la chiquilla, había pensado que ignorándola ella al final se cansaría y lo dejaría en paz, pero no, ella seguía siguiéndolo a todas partes, haciendo manualidades, dibujos, deberes, o simplemente mirándolo en su rincón especial. Incluso ocupaba su mullida cama todas las noches. Había días que escuchaba sus pasos llegar y otros que simplemente se la encontraba ya en su cama. Lo peor de todo era que aunque pensaba que ella se cansaría de hacer esas cosas, no lo había hecho, y el que acabó acostumbrándose a su presencia había sido él.

Sesshomaru caminó con tranquilidad a casa, acababa de salir de clase, más pronto que otros días porque se acercaba un maldito festival en su escuela. No le gustaban en absoluto, y nunca se quedaba a ayudar en esas cosas, se escaqueaba, sí, porque no entendía el motivo por el que debía participar en absurdos festivales en los que los alumnos perdían tiempo en cosas inútiles, tal vez los odiaba simplemente por no verles la utilidad, o porque creía que era una forma de humillar a pobres idiotas con disfraces o trabajos absurdos.

Llegó enseguida a casa dispuesto a cruzar el umbral de la valla que separaba su puerta de la calle, pero no lo hizo, escuchó algo, parecía un sollozo, así que simplemente se dirigió hacia el lugar del que le parecía que provenía ese sonido y la vio.

Encogida como un animal herido, con la cabeza entre las piernas y el uniforme lleno de tierra. Algo en su pecho empezó a encogerse, era una extraña sensación, viendo a esa niña huérfana sola y embarrada, con algunos rasguños en las piernas, empezó a invadirle una furia sobrehumana.

—Rin—La llamó.

La niña se sorprendió y miró hacia el frente, donde lo encontró parado. Nunca la había llamado por su nombre hasta ese momento y le sorprendió. También le sorprendió el hecho de que se encontrara allí, hasta donde tenía entendido le faltaban algunas horas para llegar a su casa.

—¿Quién te ha hecho eso?—Preguntó interesando.

Aunque como había esperado no hubo respuesta alguna por parte de la niña.

El día que llegaste a míWhere stories live. Discover now