Capítulo 109

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—El Regalo de Un Desconocido—

A la noche en la que Hesper salió a hurtadillas, con el corazón atrapado por la preocupación y el temor, en busca de un consuelo que solo su abuelo podía ofrecerle, le habían sucedido dos días.

En ese corto periodo Hesper había conversado con Julius a través del pergamino hechizado, se había escrito con Jody y con sus padres, e incluso había salido el sábado a Hogsmeade con Lily y Dorcas Medowes, a comprar más plumas y un tintero nuevo, así como a echar un vistazo a la adorable tienda de Honydukes. El cambio de aire, el esfuerzo de Lily —que se había percatado del estado depresivo en el que se había sumergido su amiga— por hacerla reír y arrastrarla a las conglomeraciones de gente y a participar de las conversaciones, junto a las tardes con Gus, habían fomentado en Hesper una alegría chispeante.

Después de hablar largo y tendido una noche, antes de dormir, con Septimus, Hesper se sintió más relajada en cuanto al singular sentimiento de que no se reconocía. Este aspecto se le había instaurado en el pecho como una espina envenenada y Hesper no encontró forma de deshacerse del pensamiento por mucho que lo intentó, hasta la llegada las gratas noticias que le brindó su abuelo.

Gracias a ellas, gracias a que su cabeza dejó de darle vueltas al mismo asunto que iba a conducirla por la empinada cuesta de la ansiedad, Hesper consiguió focalizar su atención en quien había herido con su rechazo involuntario: Sirius.

Había estado buscándolo esos días pasados, pero no lo había visto salvo en clases, con los chicos en el Gran Comedor a las horas de las comidas o divisándolo a lo lejos en el pasillo. Quizá estaba sufriendo por un momento difícil, pero ni aun con eso Hesper se mostró vulnerable en público ni le miró con un anhelo perdido. Todavía le quedaba imponencia, y mientras poseyera la baza de tener cierto agarre sobre sus decisiones, continuaría hacia delante, de pie y no gateando.

Era cierto, completamente cierto, que le escocía el distanciamiento de Sirius, quien ya no acudía los viernes en su forma animaga para que le acariciase, ni tampoco se acercaba con una sonrisa radiante cuando la veía en algún lado y se enzarzaba en alguna charla inservible con ella acerca del tiempo o criticando algún personaje que le gustaba.

Secretamente, Hesper había esperado verlo algo afectado por lo sucedido esa noche en la Torre de Astronomía, aunque solo fuera para encontrar eso como un incentivo y animarse a ir a hablarle, pero Sirius no había dado ni una sola muestra de nada. Como si nunca hubiera pasado, ni siquiera dejaba caer los ojos  esporádicamente cuando pasaba por al lado de su presencia, y hablaba con todos excepto con ella.

A su derecha en la mesa, Lily, que había estado haciendo los cálculos de alguna medida de Aritmancia que Hesper no entendía en absoluto, dejó de escribir y se volvió hacia ella, con una mirada paciente.

—¿Por qué te gusta darle mil vueltas a las cosas? —le preguntó, en un susurro, y con curiosidad más que recriminación.

—Porque así giro, giro, me mareo y vuelvo al punto de partida —contestó Hesper, que había estado contemplando los jardines soleados a través de la ventana junto a su lado de la mesa y soñando con los ojos abiertos.

Rascándose la mejilla, Lily dejó a un lado el libro sobre sistemas de cálculo del mundo grecorromano que estaba consultando y se acomodó para poder hablar correctamente sin alzar la voz.

—Te prometo que no cuesta dejar de hacerlo.

Hesper la miró por el rabillo del ojo, rebuscando en sus bolsillos por algún caramelo de repuesto.

—Yo nunca he afirmado lo contrario.

—Pero te niegas a... —Lily se pausó, materializando sus palabras con un gesto de las manos que simulaba «el más allá»—. Te niegas a dejar que las cosas fluyan, a permitir que sea el azar el que decida por una vez.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora