Capítulo 8 - León, símbolo de poder y protección.

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Se quedó mirándola. Se sentía impotente al no poder hacer nada por ella. 

          —Por favor... despierta —le rogó, con el corazón en un puño. Unas cuantas lágrimas recorrieron sus mejillas, llenas de pecas, heredadas de su madre y cayeron en la frente de la muchacha. Su desesperación aumentaba por momentos—. Te lo ruego...

          La cuidadora de esta entró sin hacer ruido, por si se había despertado. Llevaba otro barreño humeante ambientado con hierbas aromáticas.

          —¿Alguna novedad? —cambiando el cubo anterior vacío, colocó el nuevo sobre él.

          —Muy a mi pesar, no —siguió dibujando círculos en la fría mano de Elwën. Fue entonces cuando las pestañas de la chica tintinearon muy lentamente.

          —Mar... —una vocecilla, casi inaudible, sonó al lado de Tharien, haciendo que se girara.

          La mujer, alarmada, corrió hacia donde Elwën se encontraba, cogiendo la mano que tenia libre, acariciándola—. Mi niña... gracias a los dioses que estás bien... —contenta, fue a avisar a Riwen y Theldril para decirles que su hija se estaba despertando.

          —¿Cómo te encuentras? —preguntó nervioso.

          —Tha... — sus ojos se desplazaron hacia una sombra oscura a su derecha, de altura media.

          —Sí, estoy aquí. No me he ido —esbozó una pequeña sonrisa, pero pronto se esfumó.

          Elwën empezó a llorar, girándose para que no la viera, haciendo que unos cuantos mechones de pelo taparan su rostro.

          A trompicones, los padres de ella entraron por la puerta. Preocupados y a la vez contentos, dieron brincos hasta llegar al lado de su hija. Riwen, con ojeras bajo sus ojos color esmeralda resplandeciente, no había dormido apenas nada al estar muy preocupada por lo que podría pasar. Decidió salir al balcón de su alcoba, para que le diera un poco el aire y relajarse. La situación le empezaba a pasar factura. Mientras, Theldril lo llevaba con calma: no quería que algo saliera mal en el proceso de mejora de la salud de Elwën.

          Mareith, con cuidado retiró de la frente de su joven tutelada el trapo que le había colocado la anterior noche, para que le bajara la fiebre. Los síntomas de esta empezaban a disminuir por horas.

          —Cariño, ¿Cómo te encuentras? —se sentó al lado de ella en la cama, para así mecerle el pelo y tranquilizarla—. Ya... ya... ya ha pasado —besó con cariño su cabeza, acurrucándola contra su pecho.

          —Yo... será mejor que os deje a solas —el joven príncipe se inclinó, y antes de salir por la puerta, echó una mirada demoledora a la chica. La reacción de esta fue apartar la vista, ya que si no empezaría a llorar. Tanto ella como él lo estaban pasando muy mal, sobre todo Tharien.

          Cerró la puerta con delicadeza. Bajó los peldaños de la escalera con lentitud, ya que en su cabeza miles de pensamientos se agolpaban. Se cruzó con miembros del servicio, a lo que les respondía con una amable sonrisa, pero justo cuando llegó a uno de los bancos del jardín, se derrumbó. 

          Escondió la cara con sus dos manos, no dejando ningún hueco por el que ver. Fue entonces cuando una mano se posó suavemente en su hombro.

Bajo las montañas de un sauce gris #Wattys2016Where stories live. Discover now